NUESTROS MIEDOS
Cuando nuestro corazón no está habitado por un amor fuerte o una fe firme, fácilmente queda nuestra vida a merced de nuestros miedos. A veces es el miedo a perder prestigio, seguridad, comodidad o bienestar lo que nos detiene al tomar las decisiones. No nos atrevemos a arriesgar nuestra posición social, nuestro dinero o nuestra pequeña felicidad.
Otras veces nos paraliza el miedo a no ser acogidos. Nos atemoriza la posibilidad de quedarnos solos, sin la amistad o el amor de las personas. Tener que enfrentarnos a la vida diaria sin la compañía cercana de nadie.
Con frecuencia vivimos preocupados solo de quedar bien. Nos da miedo hacer el ridículo, confesar nuestras verdaderas convicciones, dar testimonio de nuestra fe. Tememos las críticas, los comentarios y el rechazo de los demás. No queremos ser clasificados. Otras veces nos invade el temor al futuro. No vemos claro nuestro porvenir. No tenemos seguridad en nada. Quizá no confiamos en nadie. Nos da miedo enfrentarnos al mañana.
Siempre ha sido tentador para los creyentes buscar en la religión un refugio seguro que nos libere de nuestros miedos, incertidumbres y temores. Pero sería un error ver en la fe el agarradero fácil de los pusilánimes, los cobardes y asustadizos.
La fe confiada en Dios, cuando es bien entendida, no conduce al creyente a eludir su propia responsabilidad ante los problemas. No le lleva a huir de los conflictos para encerrarse cómodamente en el aislamiento. Al contrario, es la fe en Dios la que llena su corazón de fuerza para vivir con más generosidad y de manera más arriesgada. Es la confianza viva en el Padre la que le ayuda a superar cobardías y miedos para defender con más audacia y libertad el reino de Dios y su justicia.
La fe no crea hombres cobardes, sino personas resueltas y audaces. No encierra a los creyentes en sí mismos, sino que los abre más a la vida problemática y conflictiva de cada día. No los envuelve en la pereza y la comodidad, sino que los anima para el compromiso.
Cuando un creyente escucha de verdad en su corazón las palabras de Jesús: «No tengáis miedo», no se siente invitado a eludir sus compromisos, sino alentado por la fuerza de Dios para enfrentarse a ellos.
José Antonio Pagola
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Marina Ibarlucea
El miedo es un sentimiento producido por un peligro presente e inminente, muy ligado al estímulo que lo genera y que debe ser diferenciado de la ansiedad.
Desde la psicología el miedo es una emoción negativa. Una señal emocional de advertencia de que se aproxima un daño físico o psíquico. Implica una inseguridad respecto a la capacidad para soportar o manejar situaciones amenazantes: la intensidad de la respuesta emocional dependerá de la incertidumbre de los resultados.
Pero, desde la perspectiva de quienes nos consideramos personas cristianas a pesar de que podemos sentir ese miedo humano natural. El sentimiento de miedo convencional generado por la falta de fe. Ese tipo de miedo nos es por ignorancia sino por la pérdida de fe.
He ahí la razón que llevó a tantos profetas, apóstoles y santos seguidores de Jesús al martirio por su convicción de fe.
G. Panter
El miedo es humano, propio de la fragilidad, carencia y limitación, sin embargo, creo firmemente en la fuerza del Amor, que no morirá nunca, porque sabe que un día alcanzará la plenitud, en íntima Comunión, con los que por fin, el Señor llamará ¡DICHOSOS!
Todos los días le digo a Jesús: Señor, que me falte todo menos tú. Y mientras, salgo al mundo con mis pies humanos, puestos sobre el asfalto, sometidos a los torpes tropiezos y heridas, tantas veces cansados y sin saber muy bien qué camino tomar.
Jesús sigue diciéndonos hoy, a los hombres y mujeres de este mundo tambaleante, cargado de temores, de guerras y espanto:
SOY YO, NO TENGÁIS MIEDO.
Hay que amar mucho, entregar la vida, todo lo bueno que habita en lo más íntimo de nuestro ser,
para no sentir miedo y angustia. Vaciar nuestro interior y dejar la estancia diáfana, que entre la Luz y nos saque de tantas tinieblas.
Viviremos entonces en esa real y profunda Comunión de Amor, la que transciende nuestro temor y rompe la losa mortal de nuestros límites.
Vence al miedo dando AMOR, da ternura, alegría y Esperanza, con fe confiada, hecha de gestos de compasión y Misericordia.
Qué plácidamente el espíritu descansa así, en paz y armonía, diciendo cada día: ya no tengo miedo, mi amor ha estado bien y está conmigo, siempre a mi lado.
QUIEN AMA NO ESCUCHA «LAS VOCES» DEL MIEDO, TAN SÓLO LE INTERPELA CADA DÍA, DEJAR DE AMAR.
Miren Josune