LA FUERZA OCULTA
DEL EVANGELIO
La parábola del sembrador es una invitación a la esperanza. La siembra del evangelio, muchas veces inútil por diversas contrariedades y oposiciones, tiene una fuerza incontenible. A pesar de todos los obstáculos y dificultades, y aun con resultados muy diversos, la siembra termina en cosecha fecunda que hace olvidar otros fracasos.
No hemos de perder la confianza a causa de la aparente impotencia del reino de Dios. Siempre parece que «la causa de Dios» está en decadencia y que el evangelio es algo insignificante y sin futuro. Y sin embargo no es así. El evangelio no es una moral ni una política, ni siquiera una religión con mayor o menor porvenir. El evangelio es la fuerza salvadora de Dios «sembrada» por Jesús en el corazón del mundo y de la vida de los hombres.
Empujados por el sensacionalismo de los actuales medios de comunicación, parece que solo tenemos ojos para ver el mal. Y ya no sabemos adivinar esa fuerza de vida que se halla oculta bajo las apariencias más desalentadoras.
Si pudiéramos observar el interior de las vidas, nos sorprendería encontrar tanta bondad, entrega, sacrificio, generosidad y amor verdadero. Hay violencia y sangre en el mundo, pero crece en muchos el anhelo de una verdadera paz. Se impone el consumismo egoísta en nuestra sociedad, pero son bastantes los que descubren el gozo de una vida sencilla y compartida. La indiferencia parece haber apagado la religión, pero en no pocas personas se despierta la nostalgia de Dios y la necesidad de la plegaria.
La energía transformadora del evangelio está ahí trabajando a la humanidad. La sed de justicia y de amor seguirá creciendo. La siembra de Jesús no terminará en fracaso. Lo que se nos pide es acoger la semilla. ¿No descubrimos en nosotros mismos esa fuerza que no proviene de nosotros y que nos invita sin cesar a crecer, a ser más humanos, a transformar nuestra vida, a tejer relaciones nuevas entre las personas, a vivir con más transparencia, a abrirnos con más verdad a Dios?
José Antonio Pagola
¿No descubrimos en nosotros mismos esa fuerza que no proviene de nosotros…?
Puedo dar respuesta a esa pregunta por una experiencia personal, de lo que significa la infusión o mejor decir, la inspiración del santo Espíritu de Dios que se manifiesta en nosotros.
Hace casi un par de años en octubre de 2018, un amigo y hermano de la Iglesia metodista me notificaba que había tenido un sueño que le pareció una revelación. Me dijo que pronto iba a ser llamado a participar en una televisora para ¡enfrentar la crisis que está experimentando mi Iglesia! Me llené de sorpresa porque, si bien es cierto que he sido invitado en dos ocasiones a participar a programas de TV, para hablar de aspectos sobre la ética y los valores, nunca me imaginé que iba a estar en un debate –como catequista–. en defensa de mi Iglesia católica.
A los pocos días, recibía una llamada telefónica de una persona de una emisora de TV (TeleSur, un canal del sistema de medios públicos del Estado venezolano) invitándome a participar en un debate acerca de la situación de la «Iglesia católica: ¿en crisis o renovación?» era el título de la temática a tratar.
Debo advertir, que no todo es mágico, resulta que en dicha televisora trabaja un compañero ‘camarada’ que es productor y conoce de mi condición de laico comprometido y de mis labores que he venido desempeñando como catequista desde el 2000, Año Jubilar en que «regresé a casa, cual hijo pródigo».
A dicho programa estaba invitado un intelectual venezolano de gran trayectoria –escritor de numerosos libros, algunos de ellos de contenido crítico hacia nuestra Iglesia–. Minutos antes de iniciar la grabación, me encomendé al Señor pidiéndole me iluminara y pusiera ‘palabras en mi boca’. Y, para sorpresa del moderador y del otro invitado, quedaron atónitos por mis argumentaciones, ya que en realidad la temática iba a estar focalizada a hablar solo de los escandalosos hechos de pedo-filia que por esas fechas ocurrieron en particular con un obispo chileno, entre otros. Y, pasó que mi «rival» no quiso hablar del tema, en consecuencia, queriendo focalizar la discusión hacia otros aspectos que para él eran de mayor relevancia. Por lo que no tuvo mejor desempeño y estuvo muy falto de interés, tanto así que no se le podía escuchar bien en sus intervenciones toda vez que le daban el pase.
Pero resultó, que dicho programa no salió al aire debido a «problemas técnicos», dijeron… En consecuencia, fui invitado por segunda vez al programa para abordar el mismo tema. Pero, en esta oportunidad, estuvieron como invitados: un teólogo liberal integrante y activista de una Fundación que trabaja por la defensa de los derechos humanos en Latinoamérica, un hermano y sacerdote paulino, presidente de la Sociedad Bíblica de Venezuela y un sacerdote jesuita, doctorado en teología y magíster en psicología social.
Nuevamente, implore al Señor para ser de nuevo su instrumento evangelizador para anunciar la Luz de su Palabra y denunciar las sombras en que algunos de nuestros hermanos pastores y discípulos suyos (obispos, sacerdotes y laicos) han caído en tentación. El debate se desarrolló de manera amena y fluida, hasta el punto que luego del programa, fuimos a la cafetería de la televisora para continuar más que un debate, seguir una interesante y enriquecedora conversación que se dio tras las cámaras. De hecho, desde entonces he establecido una estrecha amistad con ellos.
Vale decir, para concluir que no somos nosotros quien descubre al Señor, sino que es Él quien nos pone –no impone– esas interesantes y enriquecedoras pruebas en el camino de salvación y santidad. Y que con la infusión de su Espíritu no da esa fuerza liberadora que no proviene de nosotros invitándonos a crecer, y a enfrentar sin temores, y apelando al Evangelio que toca para esta semana, para que sembremos, a trabajar como sembradores de Fe y de Esperanza en el derrotero hacia un nuevo modelo de Iglesia, establecido en los documentos del «Concilio Vaticano II» al cual hice referencia al momento de cerrar el debate o conversatorio que se desarrolló en el programa de TV.
Esos documentos conciliares contienen el Estamento para ser más humanos, y no sólo para transformar nuestra vida, sino también para tejer relaciones nuevas con las demás personas que aún no conocen a nuestra Iglesia, tenemos entonces –como laicos comprometidos– que vivir con más transparencia e intensidad el Evangelio, no como una religión mal entendida y practicada, sino como una ‘filosofía de vida’ que complemente a las muchas otras fórmulas de vida, no despreciables, como el taoísmo, el confucionismo, el budismo, el islamismo, el judaísmo –nuestras raíces– para así abrirnos con más verdad a ese ideario de Dios como Padre-Madre, a ese Alá con su profeta Mahoma, a esa Realidad Última con su agnosticismo cristiano, a ese principio y fin, el Alfa y el Omega, donde el nivel del debate no se agota en demostrar su ‘existencia’ sino en asumir su ‘esencia’ apartados de toda religiosidad y fanatismo.
No quiero terminar, sin antes referirme a la afirmación del p. Pagola que me inspiró hoy para escribir éste comentario y es que «el Evangelio no es una religión» ciertamente es así, y que bien puede complementarse con un aforismo del pensador taoísta Domenico Douady: ¡Dios no existe, Es! Y, Él es en nosotros; como así son las Analectas a Confucio, el Dhammapada a Buda, el Corán a Mahoma con nuestros hermanos musulmanes, El Talmud y el Midrash para nuestros hermanos judíos, así también son los Evangelios a Cristo, Jesús nuestro Señor,… Emmanuel, Dios con nosotros.
Saludos y bendiciones.
El Evangelio es cierto que no es una religión con mayor o menor porvenir… es una forma de vida que se pone en marcha con la fuerza salvadora de Dios y que se nos hace presente en Jesús.
Es ostensible la indiferencia creciente y la huída de muchas prácticas religiosas, pero en el corazón del hombre late, por su propia naturaleza y a veces hasta sin él saberlo, esa necesidad de Trascendencia, esa Nostalgia de Dios. Es la Semilla que ya está ahí con Fuerza suficiente para dar fruto.
Todos tenemos en nuestro interior terreno pedregoso, o con maleza… pero también tierra buena en la que la semilla arraigue y dé fruto.
Muy buena la pregunta: «¿No descubrimos en nosotros mismos esa fuerza que no proviene de nosotros y que nos invita sin cesar a crecer, a ser más humanos, a transformar nuestra vida, a tejer relaciones nuevas entre las personas, a vivir con más transparencia, a abrirnos con más verdad a Dios?».
Responderla nos mueve a una inmensa gratitud y ganas de ponernos en marcha.