SEMBRAR
Al terminar el relato de la parábola del sembrador, Jesús hace esta llamada: «El que tenga oídos para oír que oiga». Se nos pide que prestemos mucha atención a la parábola. Pero, ¿en qué hemos de reflexionar? ¿En el sembrador? ¿En la semilla? ¿En los diferentes terrenos?
Tradicionalmente, los cristianos nos hemos fijado casi exclusivamente en los terrenos en que cae la semilla, para revisar cuál es nuestra actitud al escuchar el Evangelio. Sin embargo es importante prestar también atención al sembrador y a su modo de sembrar.
Es lo primero que dice el relato: «Salió el sembrador a sembrar». Lo hace con una confianza sorprendente. Siembra de manera abundante. La semilla cae y cae por todas partes, incluso donde parece difícil que pueda germinar. Así lo hacían los campesinos de Galilea, que sembraban incluso al borde de los caminos y en terrenos pedregosos.
A la gente no le es difícil identificar al sembrador. Así siembra Jesús su mensaje. Lo ven salir todas las mañanas a anunciar la Buena Noticia de Dios. Siembra su Palabra entre la gente sencilla, que lo acoge, y también entre los escribas y fariseos, que lo rechazan. Nunca se desalienta. Su siembra no será estéril.
Desbordados por una fuerte crisis religiosa, podemos pensar que el Evangelio ha perdido su fuerza original y que el mensaje de Jesús ya no tiene garra para atraer la atención del hombre o la mujer de hoy. Ciertamente, no es el momento de «cosechar» éxitos llamativos, sino de aprender a sembrar sin desalentarnos, con más humildad y verdad.
No es el Evangelio el que ha perdido fuerza humanizadora; somos nosotros los que lo estamos anunciando con una fe débil y vacilante. No es Jesús el que ha perdido poder de atracción. Somos nosotros los que lo desvirtuamos con nuestras incoherencias y contradicciones.
El papa Francisco dice que, cuando un cristiano no vive una adhesión fuerte a Jesús, «pronto pierde el entusiasmo y deja de estar seguro de lo que transmite, le falta fuerza y pasión. Y una persona que no está convencida, entusiasmada, segura, enamorada, no convence a nadie».
Evangelizar no es propagar una doctrina, sino hacer presente en medio de la sociedad y en el corazón de las personas la fuerza humanizadora y salvadora de Jesús. Y esto no se puede hacer de cualquier manera. Lo más decisivo no es el número de predicadores, catequistas y enseñantes de religión, sino la calidad evangélica que podamos irradiar los cristianos. ¿Qué contagiamos? ¿Indiferencia o fe convencida? ¿Mediocridad o pasión por una vida más humana?
José Antonio Pagola
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Marina Ibarlucea
Utilizar hoy la parábola del sembrador supone, en muchos casos, tener que dar muchas explicaciones y aclaraciones, porque nos hemos vuelto muy urbanitas y desconocemos la vida rural. Sin embargo el ejemplo de Jesús sigue siendo muy real. La vida de cada uno de nosotros es esa tierra fértil, en la que se siembra la palabra de Dios. Unos la aceptan, otros la rechazan. Pero la palabra es para todos y se nos ofrece a todos. Las situaciones de nuestra vida nos hacen que en muchas ocasiones no demos el fruto correspondiente o el deseado.
Dios es paciente, planta su semilla con esmero en nuestra tierra y se sienta a verla crecer. Pero cuesta verla crecer, porque estamos rodeados de distracciones que hacen que no germine esa semilla completamente. Dios alimenta y da vida a esa semilla y hace que poco a poco, con tiempo, vaya germinando y dé fruto.
Esta parábola nos invita a escuchar la palabra de Dios, dejarnos empapar por ella, como la lluvia empapa la tierra, y hacerla germinar para que dé fruto. Y así el fruto será bueno, el mejor. Sólo el que descubre el amor de Dios puede dar amor, porque su corazón es fértil como la tierra. No nos fijemos en la cantidad del fruto sino en la calidad. Porque cuando las lluvias escasean, las condiciones no han sido favorables, la cantidad de la cosecha no es mucha, pero la calidad de la misma mejora, aunque no siempre. Por eso nuestra vida de cristianos debe ser de la mejor manera posible, porque eso es lo que Dios nos está pidiendo.
¿SEMBRAR, PARA QUÉ?
Cuantos se hacen hoy esta pregunta, ante las realidades tristes de nuestro mundo. Es la tentación en la que un cristiano no debe caer.
En el camino de todo hombre y , mujer, se va perfilando, aún sin notarlo, su proyecto de vida, forjado de deseos y esperanzas que lleguen a convertirse en realidad.
No es fácil acertar ni predecir que nos deparará el mañana. Sabemos que las circunstancias de cada ser humano cambian y son incertidumbre a contemplar.
Nuestro deber es sembrar, no resignarnos a un conformismo alienante, por miedo a obtener frutos baldíos y estériles.
Con frecuencia nos lamentamos de las escasas condiciones que nuestro apostolado encuentra, para hacer fecundar la semilla.
Sin duda, el mal estará siempre al acecho, tratando de ahogar nuestros anhelos más nobles. Surgirán detractores, y hasta es muy posible que tiren por tierra nuestro buen hacer y esfuerzo.
Con humilde confianza, hemos de salir a sembrar, allí donde la vida nos lleve, dando lo mejor y más bueno de nosotros mismos.
Pienso que a Dios, no le va a importar tanto la cantidad, como sí la calidad de los frutos, pues todos sabemos que, «lo poco y bueno», es dos veces bueno.
Ante la cultura de la eficacia y el rendimiento, del «todo vale», los cristianos hemos de sembrar valores que no caduquen y nos den garantía de estar, en verdad, construyendo la civilización del Amor, en el respeto a la dignidad y derechos de todo ser humano.
Gracias a Jesús, el «LABRADOR» por excelencia, y a quien con su trabajo y esfuerzo, hace posible dar voz a multitud de hombres y mujeres. ¿Quién ha dicho que los Grupos Jesús, tienen la fecha de caducidad?. No será nunca así, si Jesús y su Mandamiento de Amor, siguen dando sentido a nuestra vida. ¡ADELANTE!
Miren Josune