QUÉ DECIMOS NOSOTROS
También hoy nos dirige Jesús a los cristianos la misma pregunta que hizo un día a sus discípulos: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». No nos pregunta solo para que nos pronunciemos sobre su identidad misteriosa, sino también para que revisemos nuestra relación con él. ¿Qué le podemos responder desde nuestras comunidades?
¿Nos esforzamos por conocer cada vez mejor a Jesús o lo tenemos «encerrado en nuestros viejos esquemas aburridos» de siempre? ¿Somos comunidades vivas, interesadas en poner a Jesús en el centro de nuestra vida y de nuestras actividades o vivimos estancados en la rutina y la mediocridad?
¿Amamos a Jesús con pasión o se ha convertido para nosotros en un personaje gastado al que seguimos invocando mientras en nuestro corazón va creciendo la indiferencia y el olvido? Quienes se acercan a nuestras comunidades, ¿pueden sentir la fuerza y el atractivo que tiene para nosotros?
¿Nos sentimos discípulos de Jesús? ¿Estamos aprendiendo a vivir con su estilo de vida en medio de la sociedad actual o nos dejamos arrastrar por cualquier reclamo más apetecible para nuestros intereses? ¿Nos da igual vivir de cualquier manera o hemos hecho de nuestra comunidad una escuela para aprender a vivir como Jesús?
¿Estamos aprendiendo a mirar la vida como la miraba él? ¿Miramos desde nuestras comunidades a los necesitados y excluidos con compasión y responsabilidad o nos encerramos en nuestras celebraciones, indiferentes al sufrimiento de los más desvalidos y olvidados: los que fueron siempre los predilectos de Jesús?
¿Seguimos a Jesús colaborando con él en el proyecto humanizador del Padre o seguimos pensando que lo más importante del cristianismo es preocuparnos de nuestra salvación? ¿Estamos convencidos de que el modo mejor de seguir a Jesús es vivir cada día haciendo la vida más humana y más dichosa para todos?
¿Vivimos el domingo cristiano celebrando la resurrección de Cristo? ¿Creemos en Jesús resucitado, que camina con nosotros lleno de vida? ¿Vivimos acogiendo en nuestras comunidades la paz que nos dejó en herencia a sus seguidores? ¿Creemos que Jesús nos ama con un amor que nunca acabará? ¿Creemos en su fuerza resucitadora? ¿Sabemos ser testigos del misterio de esperanza que llevamos dentro de nosotros?
José Antonio Pagola
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Marina Ibarlucea
Cada cristiano-a tiene su propia experiencia acerca de Jesús, más hay una inconfundible y que responde a su pregunta: ¿Quién soy yo para tí? La respuesta es una verdad que penetra hondo, brota de lo más íntimo del SER: Tú, Jesús, eres AMOR.
Cada vez que descubrimos en el otro, esa presencia del AMOR, vemos el «rostro» de Dios que se nos revela, nos dice cómo es la ternura entrañable del Padre.
Jesús, trastoca las expectativas humanas, tantas veces llenas de «humo», que dirá el P. Francisco, y las transforma en gestos y obras de Amor y Misericordia.
De este modo, ya no es posible mentir ni engañarnos, sabemos que amar, será siempre entregar la vida y hacer el bien. Ahí estará latente nuestra respuesta.
Miren Josune
Son unos comentarios muy interesantes, ya que Jesus que es Dios, vive dentro de nosotros y la pregunta básica es lo dejamos operar a El libremente o nos interponemos constantemente con nuestro «yo», el cual distorsiona toda posible verdad y la atamos a El de acuerdo a nuestras conveniencias?. En la oración del Padre Nuestro, Jesus nos deja una gran promesa al decir «Venga tu Reino y hágase tu Voluntad en la Tierra como en el Cielo». Tenemos que esforzarnos a vivir esta realidad ya que en el Cielo se vive de Voluntad Divina y esta Voluntad operante nos lleva a la unión y consumación en Dios. No se trata de que si me voy a salvar o no, ya que esa decisión le corresponde nada más a Dios, sino cada quien desde nuestras propias realidades, lugares donde nos encontremos y a cualquier hora, hacer crecer esa unión con Dios.
Han pasado 2000 años, pero la pregunta que nos hace Jesús hoy es la misma que entonces. ¿Quién dices tú que soy yo? La respuesta de Pedro fue revelada por el Espíritu, por el Padre que está en el cielo, por… Y nuestra respuesta. Nuestra respuesta ha sido revelada no por los libros o lo que nos han contado, o lo que hemos visto de este Jesús, sino por nuestra fe. La fe es la que nos lleva a creer en este Jesús, que ya no sólo es el hijo del carpintero, sino que es el «Hijo de Dios».
Ya en los primeros siglos del cristianismo, este término trajo sus más y sus menos. Y ahí tenemos por ejemplo a Celso, que influido por la filosofía y cultura griega, era incapaz de entender que un Dios se hiciese humano. «Ningún Dios ni hijo de Dios ha bajado ni bajará jamás a la tierra», diría.
En nuestros días, los cristianos volvemos a encontrarnos en una situación en la que nuestras creencias se ponen en tela de juicio. Es evidente que cada uno de nosotros debe seguir dando personalmente su respuesta a la llamada de Jesús y cada uno de nosotros contestará personalmente a la pregunta de Jesús hoy.
La mejor respuesta no se dará quizás con la palabra, porque las palabras humanas muchas veces no se hacen comprensibles para expresar la grandeza de Dios. Pero los gestos, los actos, son la mejor respuesta que podemos dar. Todos los hombres, que profesen o no religión alguna, estamos llamados a dar amor, pero los cristianos de una forma especial, porque nosotros sabemos hasta donde llega ese amor. Tenemos un testigo del amor de Dios y sabemos las consecuencias. Jesús nos muestra el amor del Padre y nos expresa que hasta el fin. Eso es lo que debe caracterizar al cristiano, darse totalmente, como lo hizo el Cristo. Ojalá que todo lo que hagamos en nuestro día a día esté imbuido del amor de Dios y esa sea la nota “discordante” por lo que nos reconozcan. ¿Existe mayor profesión de fe? ¿Existe mejor manera de construir el Reino de Dios?