ESTÁ ENTRE NOSOTROS
Aunque las palabras de Jesús, recogidas por Mateo, son de gran importancia para la vida de las comunidades cristianas, pocas veces atraen la atención de comentaristas y predicadores. Esta es la promesa de Jesús: «Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».
Jesús no está pensando en celebraciones masivas, como las de la plaza de San Pedro en Roma. Aunque solo sean dos o tres, allí está él en medio de ellos. No es necesario que esté presente la jerarquía; no hace falta que sean muchos los reunidos.
Lo importante es que «estén reunidos», no dispersos ni enfrentados: que no vivan descalificándose unos a otros. Lo decisivo es que se reúnan «en su nombre»; que escuchen su llamada, que vivan identificados con su proyecto del reino de Dios. Que Jesús sea el centro de su pequeño grupo.
Esta presencia viva y real de Jesús es la que ha de animar, guiar y sostener a las pequeñas comunidades de sus seguidores. Es Jesús quien ha de alentar su oración, sus celebraciones, proyectos y actividades. Esta presencia es el «secreto» de toda comunidad cristiana viva.
Los cristianos no podemos reunirnos hoy en nuestros grupos y comunidades de cualquier manera: por costumbre, por inercia o para cumplir unas obligaciones religiosas. Seremos muchos o, tal vez, pocos. Pero lo importante es que nos reunamos en su nombre, atraídos por su persona y por su proyecto de hacer un mundo más humano.
Hemos de reavivar la conciencia de que somos comunidades de Jesús. Nos reunimos para escuchar su Evangelio, para mantener vivo su recuerdo, para contagiarnos de su Espíritu, para acoger en nosotros su alegría y su paz, para anunciar su Buena Noticia.
El futuro de la fe cristiana entre nosotros dependerá en buena parte de lo que hagamos los cristianos en nuestras comunidades concretas las próximas décadas. No basta lo que pueda hacer el papa Francisco en el Vaticano. Tampoco podemos poner nuestra esperanza en el puñado de sacerdotes que puedan ordenarse los próximos años. Nuestra única esperanza es Jesucristo.
Somos nosotros los que hemos de centrar nuestras comunidades cristianas en la persona de Jesús como la única fuerza capaz de regenerar nuestra fe gastada y rutinaria. El único capaz de atraer a los hombres y mujeres de hoy. El único capaz de engendrar una fe nueva en estos tiempos de incredulidad. La renovación de las instancias centrales de la Iglesia es urgente. Los decretos de reformas, necesarios. Pero nada tan decisivo como volver con radicalidad a Jesucristo.
José Antonio Pagola
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Marina Ibarlucea
Hasta hace unas décadas, la gente se autoabastecía con lo que producían en casa. Sembraban y cultivaban sus huertas, criaban sus ganados y de vez en cuando, iban al mercado, donde compraban o intercambiaban aquello de lo que no disponían. Daba la sensación de que vivían solos y no se relacionaban con el resto. Hoy nos necesitamos unos a otros. Desde el primer momento que entramos en nuestras casas, dependemos de otros para estar solos: la luz, la televisión, la alimentación… Todo está condicionado a nuestra relación con otros.
Sin embargo, nuestra sensación es todo lo contrario. Queremos estar solos y nos creemos que no necesitamos de los demás. Creemos que para evitar problemas lo mejor es no preocuparnos de los otros y centrarnos en nosotros mismos. Pero no es así. Nuestra vida está llena de relaciones y de personas que dependen de nosotros y nosotros de ellas.
La palabra nos invita a darnos con amor, que es lo que diferencia nuestros actos del resto. El amor resume los mandamientos de la ley judía. El amor a Dios y el amor al prójimo nos hace actuar y pensar de forma diferente. Por eso, cuando amamos de verdad, no hacemos daño al otro.
Nuestra fe no se vive en el individualismo, sino en la comunidad. No se puede entender un cristiano sin comunidad de referencia. No se puede entender crecer en la fe sin una comunidad. Porque solo no se llega al Padre. Allí donde nos reunimos, el Señor está en medio de ellos. No importa el lugar, lo que importa es el grupo.
Ojalá que vivamos nuestra fe en comunidad, que es el único lugar donde podemos llegar a descubrir a Dios entre nosotros y que el amor sea nuestra línea de referencia.
Es cierto, Jesús debe ser centro de la experiencia compartida, en fraterna acogida. Para que esta realidad se haga creíble, ha de hacerse una honesta revisión de nuestras actitudes y modos de obrar. No debemos decir que nos reunimos en nombre de Jesús, si rechazamos otras presencias, si cerrados en nuestros intereses y conveniencias, convertimos al otro-a en un estorbo molesto, el que intercepta el afán de «trepar», «haciendo carrera», y ocupando «los primeros puestos».
Esta actitud, es todo lo contrario del testimonio evángelico, el que Jesús nos enseñó con su vida: «el que quiera ser primero, que sea vuestro servidor».
Habla el Papa Francisco de la «urgente» necesidad de «reparar y hacer limpieza». ¿Cómo deberá hacerse verdad este cambio de actitudes y comportamientos?
Las respuestas puede que sean diferentes si seguimos cerrados en nosotros mismos, sin querer reconocer que Jesús es de todos y para todos, sin excepciones ni privilegios.
Es en las parroquias, en esos grupos pequeños, donde se lee y acoge la Palabra, el lugar idóneo para encontrarnos con Jesús y que todos-as podamos decir: ¡Qué bien se está aquí!, haciendo camino, construyendo lazos de verdadera fraternidad. Sin duda, esta ha de ser también, la tarea «urgente» de los párrocos.
Miren Josune