No había sitio para él
Después de un largo camino,
María aguanta la espera,
ya no puede más.
El niño, queriendo nacer,
se mueve y golpea,
con sus manitas y pies,
el vientre de su madre.
-¡Date prisa José, corre,
mira que viene, ¡ay, ay!,
espera un poco hijo mío…
Cansado y angustiado,
José acelera su agitado paso,
mirando en torno suyo.
Una puerta, y otra,
la noche cayendo y nadie responde.
Alguien por fin abre.
-No hay sitio, lo siento,
todo está ocupado.
Escucha José
continuos gemidos
rompiendo el silencio.
-Tranquila, María,
por fin ya la veo,
la cueva que albergue
a nuestro pequeño.
La coge en sus brazos,
acuesta su cuerpo entre pajas,
prende la pequeña lumbre
y aviva las brasas.
-Fuerte María, fuerte,
que ya está naciendo,
que viene, que viene…
Una vieja olla, repleta de agua,
espera por fin el momento,
lavar la piel de aquel cuerpecillo,
tan humilde y bueno.
El último grito, José,
y el niño chiquito,
temblando en tus manos,
se agarra a la vida llorando.
Es tuyo, María, regalo de amor,
meciendo en tu regazo,
al hijo querido y hermoso,
nacido de Dios.
Con júbilo vienen,
cantando y bailando,
pastores se acercan,
ojos asombrados,
son de cascabel
moviendo sus pasos.
En la Noche Santa,
multitud de estrellas
con su parpadeo,
brillando en el cielo,
envían su luz y destello.
Anuncio del ángel,
cuya voz se expande
por todo el orbe:
¡Gloria a Dios en las alturas,
alegría y paz en la tierra,
hombres y mujeres
de buena voluntad.
Miren Josune
LA PALABRA
Desde el principio existía el que ES, Alfa y Omega de todo cuanto ha sido creado.
Tinieblas, oscuridad, sombras, silencio tenebroso…
En medio de este caos, el Espíritu de Dios, su inefable amor, penetraba su energía creadora sobre un Universo no definido e informe.
Ante la desolación, el sin sentido, la desesperanza, sin duda, hemos pensado: ¿dónde está el amor de Dios ahora, ese rostro lleno de misericordia, el cual, buscamos sin encontrarlo?
Sin embargo, Dios sigue siendo una Verdad insondable que nos estremece y sobrecoge.
La verdad de su amor, está mucho más cercana que nuestras propias certezas.
A pesar de sentir tantas veces su ausencia, su álito de vida sigue latente en toda la Creación, en todo cuanto nace, germina y brota, en todo cuanto palpita.
Hasta el más pequeño ovocito y espermatozoide, conque el hombre y la mujer recrean la existencia con su presencia,
lleva impresa la imagen de Dios-Padre.
El drama del hombre y la mujer, es caer en el endiosamiento de su propia existencia. Dios ha tenido que recordarnos, a través de la historia humana y los signos de los tiempos, que la Palabra creadora sigue proclamando: ¡HÁGASE!.
Dios nos pide que aceptemos este ¡hágase!, esta obediencia a su voluntad, no a la tuya ni a la mía, tantas veces carente de amor y misericordia, sino al ¡HÁGASE DE SU PALABRA!
Esa Palabra fué la que interpeló a María. Ella, llena del Espíritu del amor, supo responder con total entrega y confianza a su voluntad: «HÁGASE EN MI TU PALABRA». Tanto como decir: penetra en mi vida, lléname de tu amor, habita en mí.
Palabra que existía desde el principio, antes de que nada fuera creado, cuyo espíritu de amor se cernía sobre las aguas, abriéndose paso en medio de la materia informe e inerte.
Hoy sigue su presencia, aletando nuestra vida, avivando las brasas encendidas de nuestro corazón, dando sentido en la persona de Jesús, a nuestra fe y esperanza.
«En el principio era la Palabra», el Verbo de Dios. Estaba junto a él, existía y era su misma esencia. Nada fué hecho sin su energía creadora, sin la fuerza del amor.
El hombre y la mujer, desde su creación, en el momento en que comienza el aleteo de un soplo de vida, saben que están unidos a Dios, por un «cordón umbilical» mucho más certero y perdurable, que la unión por espacio de nueve meses en el vientre de nuestra madre.
En efecto, estar habitados por el amor, nos predispone a un deseo mucho más profundo, de unión con el autor de la vida. Surge la necesidad de ver su rostro, sentir su mano posarse sobre nuestra vida, en medio incluso del caos y desconcierto, la noche oscura y tenebrosa de un existir tantas veces incierto.
La Palabra no sólo crea, sino que proyecta el deseo de Dios sobre todos nosotros.
Desde el principio, el hombre ha caminado negando la voluntad de Dios, dando «palos de ciego» y resistiéndose a ser imagen viva de su Creador. Errando, cayendo, tropezando, en su propia y torpe limitación.
Dios decide enviar la Luz que abra nuestra mirada, a un nuevo horizonte lleno de esperanza.
Ahí está Enmanuel, carne de nuestra carne, pequeño y frágil,
en medio de un mundo hostil, que se resiste a aceptar el amor que Dios nos ofrece, para bien de nuestra vida.
Jesús, Palabra viva, es quien encarna en esencia la imagen del amor del Padre. Un amor que salva, libera, afianza y conduce a la plenitud, nuestra esperanza.
Hoy comienza de nuevo, la verdadera andadura de la Navidad, que se prolongará a lo largo del año. Es aquélla que nos coloca junto a Jesús, para ver, sentir y experimentar, su amor y misericordia.
La Luz de su presencia, es una antorcha luminosa, brillante, en medio de tanta apariencia y fugaz vanagloria, tanta opacidad como nos envuelve.
Esa Luz nos va guiando, conduce nuestros pasos por el camino del bien, hacia una creación nueva, la civilización del amor y la misericordia.
Con las manos y los corazones unidos, vamos a comenzar un NACIMIENTO NUEVO, más fiel a la Palabra, más coherente con su verdad, más amor vivido y compartido.
¡HÁGASE EN NOSOTROS, VIVA Y SENTIDA LA PALABRA!
Que podamos decir: mira cómo se aman y nos aman.
Miren Josune