LOS MÁS DESVALIDOS ANTE EL MAL
Unos están recluidos definitivamente en un centro. Otros deambulan por nuestras calles. La inmensa mayoría vive con su familia. Están entre nosotros, pero apenas suscitan el interés de nadie. Son los enfermos mentales.
No resulta fácil penetrar en su mundo de dolor y soledad. Privados, en algún grado, de vida consciente y afectiva sana, no les resulta fácil convivir. Muchos de ellos son seres débiles y vulnerables, o viven atormentados por el miedo en una sociedad que los teme o se desentiende de ellos.
Desde tiempo inmemorial, un conjunto de prejuicios, miedos y recelos ha ido levantando una especie de muro invisible entre ese mundo de oscuridad y dolor, y la vida de quienes nos consideramos «sanos». El enfermo psíquico crea inseguridad, y su presencia parece siempre peligrosa. Lo más prudente es defender nuestra «normalidad», recluyéndolos o distanciándolos de nuestro entorno.
Hoy se habla de la inserción social de estos enfermos y del apoyo terapéutico que puede significar su integración en la convivencia. Pero todo ello no deja de ser una bella teoría si no se produce un cambio de actitud ante el enfermo psíquico y no se ayuda de forma más eficaz a tantas familias que se sienten solas o con poco apoyo para hacer frente a los problemas que se les vienen encima con la enfermedad de uno de sus miembros.
Hay familias que saben cuidar a su ser querido con amor y paciencia, colaborando positivamente con los médicos. Pero también hay hogares en los que el enfermo resulta una carga difícil de sobrellevar. Poco a poco, la convivencia se deteriora y toda la familia va quedando afectada negativamente, favoreciendo a su vez el empeoramiento del enfermo.
Es una ironía entonces seguir defendiendo teóricamente la mejor calidad de vida para el enfermo psíquico, su integración social o el derecho a una atención adecuada a sus necesidades afectivas, familiares y sociales. Todo esto ha de ser así, pero para ello es necesaria una ayuda más real a las familias y una colaboración más estrecha entre los médicos que atienden al enfermo y personas que sepan estar junto a él desde una relación humana y amistosa.
¿Qué lugar ocupan estos enfermos en nuestras comunidades cristianas? ¿No son los grandes olvidados? El evangelio de Marcos subraya de manera especial la atención de Jesús a «los poseídos por espíritus malignos». Su cercanía a las personas más indefensas y desvalidas ante el mal siempre será para nosotros una llamada interpeladora.
José Antonio Pagola
En este tiempo de pandemia he visto como la depresión, la angustia, las neurosis, los ataque de pánico, desde manifestaciones leves hasta manifestaciones mayores se han desarrollado en nuestra comunidad de fe. Hemos respondido teniendo tiempos de oración semanal con los familiares, consejerías, y orientando a ver a los expertos.
Me ha interesado mucho, porque sufro trastornos mentales habiendo sufrido ingresos, que en uno de ellos me agredieron.
Agradezco que os acordéis de nosotros. La realidad es muy dura y estigmatizante.
Es una buena reflexión sobre las personas que sufren algún problema mental. Lo vivo como madre de una de ellas. Es un gran sufrimiento hasta que aprendes a aceptar esa realidad y decides que eso es parte de tu vida y debes convivir con ello.
También quiero deciros que existen instituciones que nos ayudan en ese camino. A mi me ayudó muchísimo AGIFES, en SAN SEBASTIAN. El CONOCER A OTRAS FAMILIAS QUE PASAN POR LO MISMO, El compartir alrededor de un psicólogo como lo afrontamos cada uno y conocer más a fondo la enfermedad…
Os invito a los que teneis este problema a acudir a una asociación de este estilo. Podreis aliviar vuestra angustia…