(Carta abierta a los gobiernos de los países europeos con relaciones diplomáticas con El Salvador, dirigida el 25 de septiembre de 2015 por las Comunidades Eclesiales de Base en El Salvador, entre las que se encuentran algunos Grupos de Jesús).
Excelentísimos Señores Embajadores. Los medios de comunicación nos han informado abundantemente sobre la enorme ola migratoria creciente de personas y familias que están huyendo de la violencia en sus países de origen. Nos damos cuenta que varios países europeos están cerrando fronteras con un cerco militar, con alambre de púa… mientras miles están arriesgando todo para encontrar un nuevo espacio para poder sobrevivir. ¡Están en sus fronteras! Algunos países han dicho estar dispuestos a aceptar una cierta cantidad de familias refugiadas.
“Las seguidoras y los seguidores de Jesús, no podemos seguir tragándonos las explicaciones superficiales con las que las y los poderosos de este mundo, justifican los sistemas creados por ellas y ellos, para desplazar del acceso al bienestar y a la vida digna a miles de millones de personas. Todo ello mediante la instrumentación de estructuras bien calculadas, en orden a propiciar las condiciones que en estos momentos, en forma progresiva, provoca la globalización de la desigualdad mediante la inducción de la pobreza, cuya mancha cada día se extiende a espacios poblacionales y geográficos más amplios, por todo el planeta”, como nos lo dice monseñor Raúl Vera, obispo de Saltillo (México).
Queremos recordarles que la situación actual en los países de origen de los miles de refugiados tiene sus raíces en la ocupación colonialista de sus países europeos, al inicio del siglo pasado, en las estructuras económicas impuestas y en el tremendo negocio de las armas (con grandes ganancias para las potencias actuales). Nos preguntamos por ejemplo: ¿De dónde vienen las armas del Estado Islámico que sus países dicen estar combatiendo?
Acompañamos las palabras del papa Francisco cuando recientemente dijo en una entrevista con la radio portuguesa Renascenca: “Esto –la gran ola de refugiados– es solamente la punta del iceberg. Nosotros vemos a esos refugiados que huyen de la guerra y del hambre. Pero la causa profunda es el sistema socioeconómico que está mal. Ahí no está en el centro la persona, sino el dios del dinero”.
Por supuesto no es solo una crisis de refugiados, sino se trata del resultado de las intervenciones de los EEUU en el Medio Oriente. Mientras tanto sus gobiernos, aliados sumisos de los EEUU, son cómplices en la destrucción, el caos, muerte y desplazamiento de miles y miles. Las fuerzas del occidente (¿cristiano?) están alimentando verdaderas guerras civiles en pueblos en su mayoría islámicas.
Excelentísimos señores embajadores, les recordamos a sus países que “si no trabajamos por esa necesaria transformación del mundo, y esta es una advertencia de Jesús, los pobres serán nuestros acusadores ante el Magistrado y Juez supremo, que es Dios, porque no hicimos nada por ellos” –obispo Raúl Vera de México.
“Por eso –retomando el pronunciamiento del Servicio Jesuita para los refugiados– les recordamos que sus países tienen la oportunidad para tomar medidas conjuntas. Los refugiados merecen un trato humano y digno. La gente debe poder viajar de manera segura y familias refugiadas deben poder unirse. La protección de personas que huyen de la guerra y la opresión, es un deber moral y legítimo”.
Es una oportunidad para que lo que queda de cristianismo en el viejo continente europeo se demuestre misericordioso y realmente solidario. Nosotros, miembros de comunidades eclesiales de base, hemos sufrido en carne propia o con nuestros familiares cercanos lo que significa tener que abandonar todo por causa de la guerra en contra de nuestro pueblo y tener que huir a otros países. Entendemos la angustia de las familias que están llegando a sus fronteras.
Queremos recordarles las palabras pronunciadas por el papa Francisco en el Capitolio de los EEUU: “Recordemos la regla de oro: Hacer con los demás lo que quieres que los demás hagan contigo. Tratemos a los demás con la misma compasión con la que queremos ser tratados. Queremos seguridad, demos seguridad. Queremos vida, demos vida. Queremos oportunidades, demos oportunidades. La medida que usemos para los demás será la que el tiempo usará con nosotros”.
Por eso, Señores Embajadores, –retomando la intención de las palabras sagradas de nuestro pastor y mártir Monseñor Romero– les pedimos llevar este mensaje a los gobiernos que ustedes representan en El Salvador:
En nombre de Dios, pues, y en nombre de esos sufridos pueblos que hoy están huyendo de la guerra, el hambre, los asesinatos, los bombardeos…, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplicamos, les rogamos, les ordenamos, en nombre de Dios: ¡Abran sus fronteras con generosidad y reciban con actitudes humanas y cristianas a esos hermanos y hermanas angustiados por la violencia!
Además les recordamos su responsabilidad histórica de respetar la dignidad de los pueblos, de retirar su apoyo a grupos que no favorecen la paz, de dejar de producir armas y de comprometerse en la transformación de este mundo sin hacerse dueños de los recursos y la vida de otros pueblos, para que así haya justicia y vida –abundancia– para todos y todas.