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Domingo 25 Tiempo ordinario – B (Marcos 9,30-37)

Evangelio del 23 / Sept / 2018
Publicado el 17/ Sep/ 2018
por Coordinador - Mario González Jurado

¿POR QUÉ LO OLVIDAMOS?

Camino de Jerusalén, Jesús sigue instruyendo a sus discípulos sobre el final que le espera. Insiste una vez más en que será entregado en manos de los hombres y estos lo matarán, pero Dios lo resucitará. Marcos dice que «no entendían lo que quería decir, pero les daba miedo preguntarle». No es difícil adivinar en estas palabras la pobreza de muchos cristianos de todos los tiempos. No entendemos a Jesús y nos da miedo ahondar en su mensaje.

Al llegar a Cafarnaún, Jesús les pregunta: «¿De qué discutíais por el camino?». Los discípulos se callan. Están avergonzados. Marcos nos dice que, por el camino, habían discutido sobre quién era el más importante. Ciertamente es vergonzoso ver a Jesús, que camina hacia la cruz, acompañado de cerca por un grupo de discípulos llenos de estúpidas ambiciones. ¿De qué discutimos hoy en la Iglesia mientras decimos seguir a Jesús?

Una vez en casa, Jesús se dispone a darles una enseñanza. La necesitan. Estas son sus primeras palabras: «Quien quiera ser el primero que sea el último de todos y el servidor de todos». En el grupo que sigue a Jesús, el que quiera sobresalir y ser más que los demás ha de ponerse el último, detrás de todos; así podrá ver qué es lo que necesitan y podrá ser servidor de todos.

La verdadera grandeza consiste en servir. Para Jesús, el primero no es el que ocupa un cargo de importancia, sino quien vive sirviendo y ayudando a los demás. Los primeros en la Iglesia no son los jerarcas, sino esas personas sencillas que viven ayudando a quienes encuentran en su camino. No hemos de olvidarlo.

Para Jesús, su Iglesia debería ser un espacio donde todos piensan en los demás. Una comunidad donde estemos atentos a quien más nos pueda necesitar. No es sueño de Jesús. Para él es tan importante que les va a poner un ejemplo gráfico.

Se sienta y llama a sus discípulos. Luego acerca un niño y lo pone en medio de todos para que fijen su atención en él. En el centro de la Iglesia apostólica ha de estar siempre ese niño, símbolo de las personas débiles y desvalidas: los necesitados de acogida, apoyo y defensa. No han de estar fuera, lejos de la Iglesia de Jesús. Han de ocupar el centro de nuestra atención.

Luego Jesús abraza al niño. Quiere que los discípulos lo recuerden siempre así: identificado con los débiles. Mientras tanto les dice: «El que acoge a un niño como este en mi nombre a mí me acoge, y el que me acoge a mí acoge al que me ha enviado».

La enseñanza de Jesús es clara: el camino para acoger a Dios es acoger a su Hijo Jesús presente en los pequeños, los indefensos, los pobres y desvalidos. ¿Por qué lo olvidamos tanto? ¿Qué es lo que hay en el centro de la Iglesia si ya no está ese Jesús identificado con los pequeños?

José Antonio Pagola

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One Comment
  1. Miren Josune 17/09/2018 at 15:03 Responder

    QUIEN AMA, SIRVE.
    Domingo XXV del T.O. Ciclo – B

    Ejemplar esta enseñanza de Jesús, sus palabras nos dan las pautas a seguir, en nuestro fiel compromiso cristiano: AMAR EN EL SERVICIO. Desde la edificante actitud humilde, el don de la propia vida y compasión cercana, hacia cuanto es frágil, vulnerable y pequeño. Así nos guía Jesús, cómo hemos de realizar, la tarea-servicio encomendado. No sobramos nadie, al querer vivir con mayor entrega la llamada de Jesús.

    Jesús, preocupado por sus amigos y seguidores; les ha visto andar inquietos y ansiosos, comentando con cauto sigilo sus expectativas, y haciendo planes sobre el «puesto a ocupar», en el Reino que Jesús ha ido anunciando y prometiendo. Una vez más, Jesús rompe con las «verdades a medias», los cálculos interesados; deja claro que en su Camino, no cabe espacio para los triunfalismos, el dominio y poder sobre los otros.

    ¿De qué hablabáis por el camino? Interminables y cansadas conversaciones, argumentos vacíos de honestidad, sin gestos, tantas veces en pugna y «pelea de gallos». Bien conoce Jesús, las intenciones que anidan en el corazón, las que tantas veces difieren de cuanto agrada y es voluntad de Dios.

    No es digno ignorar, mirar para otro lado, ante la evidente incoherencia, la cuál, trae consigo consecuencias que recaen, sobre la vida de tantos inocentes, abocados a sufrir tantas actitudes, carentes de verdadero y fiel testimonio evangélico. Es tal, el interés por «lo mío», mis logros, los triunfos conseguidos y las metas a alcanzar, que es difícil albergar en el corazón, un espacio para el otro. Cuando la rivalidad, envidia y deseo de acaparar, se instalan entre las personas y grupos diversos, vemos cómo se deteriora y rompe la sana convivencia, la confianza y respeto, tomando como actitud el «quítate tú para ponerme yo»

    Es necesario resistir, los diversos reclamos que vacían al hombre y mujer, del sentido verdadero de la Vida, su razón de SER. Urge conformar nuestro obrar, siguiendo el ejemplo y testimonio de Jesús. Sin engaño, dejando las complicidades que sólo pretenden que otros «se lo crean» y cambien el SERVICIO y entrega, por un utilitarísmo oportuno.

    Atreverse a romper con esa espiral cerrada, de gueto excluyente, que conduce a encerrarse en el propio interés y afán. ¿Dónde está Jesús, situado en el Centro del grupo y la Comunidad, si cada quien pretende erigirse en «señor» sobre los otros? ¿Quién puede compartir y aceptar como fraterno y justo este modo de obrar y actitudes?

    La respuesta nos la díó Jesús. Él ya se percató de tanto despropósito y afán desmedido; no guardó silencio ante sus seguidores, se pronunció y «armó lío», con palabras y gestos de AMOR. Jesús hablando desde el ejemplo y testimonio, pone a todos y todas «en su sitio», sin apariencia, con la vida y el obrar transparente: «QUIEN QUIERA SER EL PRIMERO, QUE SE PONGA EL ÚLTIMO, SEA EL SERVIDOR DE TODOS-AS».

    Dejar olvidado: ;yo pensaba que… creía en… esperaba obtener de….

    Es mucho más digno pensar, que el AMOR encuentra la justa y humana opción, en los que sufren carencia y necesidad; creer que quien SIRVE no se «sirve» en el propio provecho, esperar el fruto fecundo del don de la propia vida, haciendo el bien.

    Este será nuestro TRIUNFO.

    Miren Josune.

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