NADIE TIENE
LA EXCLUSIVA
DE JESÚS
La escena es sorprendente. Los discípulos se acercan a Jesús con un problema. Esta vez, el portador del grupo no es Pedro, sino Juan, uno de los dos hermanos que andan buscando los primeros puestos. Ahora pretende que el grupo de discípulos tenga la exclusiva de Jesús y el monopolio de su acción liberadora.
Vienen preocupados. Un exorcista no integrado en el grupo está echando demonios en nombre de Jesús. Los discípulos no se alegran de que la gente quede curada y pueda iniciar una vida más humana. Solo piensan en el prestigio de su propio grupo. Por eso han tratado de cortar de raíz su actuación. Esta es su única razón: «No es de los nuestros».
Los discípulos dan por supuesto que, para actuar en nombre de Jesús y con su fuerza curadora, es necesario ser miembro de su grupo. Nadie puede apelar a Jesús y trabajar por un mundo más humano sin formar parte de la Iglesia. ¿Es realmente así? ¿Qué piensa Jesús?
Sus primeras palabras son rotundas: «No se lo impidáis». El nombre de Jesús y su fuerza humanizadora son más importantes que el pequeño grupo de sus discípulos. Es bueno que la salvación que trae Jesús se extienda más allá de la Iglesia establecida y ayude a las gentes a vivir de manera más humana. Nadie ha de verla como una competencia desleal.
Jesús rompe toda tentación sectaria en sus seguidores. No ha constituido su grupo para controlar su salvación mesiánica. No es rabino de una escuela cerrada, sino Profeta de una salvación abierta a todos. Su Iglesia ha de apoyar su Nombre allí donde es invocado para hacer el bien.
No quiere Jesús que entre sus seguidores se hable de los que son nuestros y de los que no lo son, los de dentro y los de fuera, los que pueden actuar en su nombre y los que no pueden hacerlo. Su modo de ver las cosas es diferente: «El que no está contra nosotros está a favor nuestro».
En la sociedad actual hay muchos hombres y mujeres que trabajan por un mundo más justo y humano sin pertenecer a la Iglesia. Algunos ni son creyentes, pero están abriendo caminos al reino de Dios y su justicia. Son de los nuestros. Hemos de alegrarnos en vez de mirarlos con resentimiento. Hemos de apoyarlos en vez de descalificar.
Es un error vivir en la Iglesia viendo en todas partes hostilidad y maldad, creyendo ingenuamente que solo nosotros somos portadores del Espíritu de Jesús. Él no nos aprobaría. Nos invita a colaborar con alegría con todos los que viven de manera humana y se preocupan de los más pobres y necesitados.
José Antonio Pagola
¡SALVAD LA INOCENCIA!
¡NO AL ESCÁNDALO IMPUNE!
Domingo XXVI del T. O. Ciclo – B
Detengo mi mirada, en la segunda parte del Evangelio de hoy; está impregnado de la denuncia y clara advertencia que hace Jesús, en relación al grave pecado del escándalo y añadiendo su rotunda y justa sentencia: ¡más le valiera no haber nacido!. Sin duda, la inocencia de los niños y, en general, la integridad moral de las personas, es algo muy Sagrado que hemos de preservar y cuidar, en la intimidad familiar y en los espacios por donde transcurre y se desenvuelve la vida. Hoy parece que el pecado, es objeto de apología y exhibición, por aquéllos-as que con osada pretensión, demandan su espacio, en nombre de una «tolerancia» provocadora y permisiva.
Es lamentable e infame, la realidad cotidiana del escándalo, la que sin pudor alguno se exhibe a diario. Hechos y actitudes que masacran la inocencia y denigran la dignidad, convierten en mercancía al ser humano, cuyo fin es el abuso sexual y el placer, la trata de personas y la explotación rentable, de cuyos beneficios se nutren, numerosos y clandestinos grupos, así como mafias existentes en ese tórrido y corrompido mundo. Otros, llevados de los instintos más primarios, sin escrúpulo alguno, son esclavos de su propia bajeza moral.
En este momento, la Iglesia sufre el gran azote, de los abusos del sexo hacia menores, llevados a cabo por sacerdotes y religiosos, actores en la sombra y con total impunidad; es una realidad en extremo lacerante, la que ha abierto profundas heridas morales, sicológicas, cuyos efectos han recaído en personas inocentes, en la más completa indefensión.
El pecado encuentra su verdadero «caldo de cultivo», allí donde el ser humano ignora y olvida el fin último, para el cual, fue creado: responder con su vida al AMOR de Dios. Quien ama a Dios, respeta la Dignidad y la vida de todo hombre y mujer.
El Papa Francisco, reiteradamente y con total firmeza, ha condenando los hechos acontecidos en el seno de la Iglesia; con determinación en sus pronunciamientos, resiste los ataques de algunos sectores de la Iglesia, como obispos y cardenales, censurando sus actitudes e incluso enviándole misivas de ultimátum, a permanecer en la Cátedra Petrina. Es evidente que «a río revuelto, ganancia de pescadores».
La Iglesia, de la cual somos parte, no está exenta de los pecados más execrables. Debemos ser humildes, reconocer tanta fragilidad y miseria como forman parte de la condición humana. De las caídas y errores no estamos nadie exentos. Debemos creer y confiar en la Misericordia del Padre Bueno, emprender el camino de la CONVERSIÓN, sin olvidar, que hay una puerta siempre abierta. En palabras del Apóstol San Pablo: «allí donde el pecado fué más virulento y nocivo, sobreabundó el perdón y la Gracia de Dios».
Oremos por la integridad moral de los sacerdotes, limitados como los demás, inclinados a sucumbir a la tentación del pecado y el error. Que su vida halle verdadero sentido en el AMOR, vivan con sana lucidez, la entrega al servicio de los pobres y desdichados. Muchas normas son urgente deber, cambiar en la Iglesia del Siglo XXI, evitando en lo posible males mayores, aceptando aquéllo de, «mejor casarse que abrasarse» que Pablo amonestaba, consciente de la realidad humana.
¡Sin tocar la inocencia de los niños! Y yo añadiría, la de aquellas personas íntegras que conservan un corazón transparente, habitado por la Luz y el Amor de Jesús.
Miren Josune