ATEÍSMO SUPERFICIAL
Son bastantes los que, durante estos años, han ido pasando de una fe ligera y superficial en Dios a un ateísmo igualmente frívolo e irresponsable. Hay quienes han eliminado de sus vidas toda práctica religiosa y han liquidado cualquier relación con una comunidad creyente. Pero ¿basta con eso para resolver con seriedad la postura personal de uno ante el misterio último de la vida?
Hay quienes dicen que no creen en la Iglesia ni en «los inventos de los curas», pero creen en Dios. Sin embargo, ¿qué significa creer en un Dios al que nunca se le recuerda, con quien jamás se dialoga, a quien no se le escucha, de quien no se espera nada con gozo?
Otros proclaman que ya es hora de aprender a vivir sin Dios, enfrentándose a la vida con mayor dignidad y personalidad. Pero, cuando se observa de cerca su vida, no es fácil ver cómo les ha ayudado concretamente el abandono de Dios a vivir una vida más digna y responsable.
Bastantes se han fabricado su propia religión y se han construido una moral propia a su medida. Nunca han buscado otra cosa que situarse con cierta comodidad en la vida, evitando todo interrogante que cuestionara seriamente su existencia.
Algunos no sabrían decir si creen en Dios o no. En realidad, no entienden para qué puede servir tal cosa. Ellos viven tan ocupados en trabajar y disfrutar, tan distraídos por los problemas de cada día, los programas de televisión y las revistas del fin de semana que Dios no tiene sitio en sus vidas.
Pero nos equivocaríamos los creyentes si pensáramos que este ateísmo frívolo se encuentra solamente en esas personas que se atreven a decir en voz alta que no creen en Dios. Este ateísmo puede estar penetrando también en los corazones de los que nos llamamos creyentes: a veces nosotros mismos sabemos que Dios no es el único Señor de nuestra vida, ni siquiera el más importante.
Hagamos solo una prueba. ¿Qué sentimos en lo más íntimo de nuestra conciencia cuando escuchamos despacio, repetidas veces y con sinceridad estas palabras?: «Escucha: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todas tus fuerzas». ¿Qué espacio ocupa Dios en mi corazón, en mi alma, en mi mente, en todo mi ser?
José Antonio Pagola
INSEPARABLES DIOS Y EL PRÓJIMO.
Domingo XXXI del T.O. Ciclo B
Escuchamos el conciso relato del Evangelio de este Domingo: Jesús, respondiendo a la pregunta que le hace un escriba, sobre cuál es, el primer mandamiento de la Ley. Sin duda, esta interpelación cargada de intencionalidad, buscaba ignorar, el modo de obrar de Jesús y el Amor inseparable entre Dios y el hombre.
Maestro, cuál es el primer mandamiento de la Ley?
Se supone que Jesús era, un buen conocedor de la Ley, las tradiciones y ritos religiosos de su pueblo. Sin embargo, en la pregunta insidiosa del escriba, subyace la idea de una religión en extremo rigorista, cuya vivencia exigía, el cumplimiento de mandatos y preceptos, practicados con extremada rigidez, sin tener en cuenta la realidad y factor humano. En efecto, es difícil creer en un Dios inmisericordie, con las fragilidades y limitaciones humanas. Jesús responderá, poniendo en ciernes la pregunta del escriba.
La Ley, grabada en tablas de piedra, Jesús la sustenta y confirma en las obras de Amor y Misericordia. Es el Amor, la esencia primera entre Dios y el hombre, Verdad indispensable que une al Creador y sus criaturas. No hay ateo que se resista al Amor honesto y verdadero, capaz de dar la vida por los otros, ni cristiano-a que sean creíbles, si no hay en su vida, un honesto testimonio de AMOR.
Pretender encontrarse con el Dios del Amor, por muy sentida que sea nuestra oración, rezos y plegarias, ignorando esa presencia en mi vida del otro, conduce a convertir el SER de Dios, su misterio insondable, en un desahogo vacío de credibilidad y coherencia. En otro pasaje nos dice el Apóstol Juan: ¿cómo afirmar que amamos a Dios, a quien no vemos, si pasamos indiferentes, ignorando a ese ser humano que si vemos? El escriba sabe que desdecirse de la respuesta de Jesús, compromete la Ley, la deja vacía de sentido. Dios y su Amor, no son entes abstractos fuera de la existencia, fruto de la imaginación humana, sedienta y en búsqueda de la Verdad.
No, el Amor de Dios-Padre, es una realidad visible; se puede experimentar y sentir su cercanía, contemplar sus gestos, escuchar su Palabra. Es un Ser único y singular llamado Jesús. Él ha venido a confirmar la Ley, dar sentido a nuestras celebraciones y ritos, nos ha mostrado el verdadero «rostro» de Dios, su inefable AMOR.
Inseparables en el Amor, nos recuerda Jesús.
En este mundo, cuya desenfrenada vorágine de placer, ambición, poder y dinero, empujan hacia caminos y sendas inciertas, de incertidumbre y dispersión, donde tantas veces se diluye la vida del hombre y la mujer, en efímeras y vacias realidades, indiferente a ese anhelo más profundo: sentir y ver el «rostro» de Dios, cercano a nuestra vida, mostrándose en tantos gestos de Amor y ternura, servicio callado y abnegado, la escucha paciente, el don generoso de la propia entrega. No consiste únicamente humanizar la vida, hacerla confortable, segura y placentera, sino darla sentido, verdadera y profunda dimensión de trascendencia. La falta de hondura, nos precipita a convertir a Dios en algo útil y a nuestro servicio, maleable unas veces, otras, implacable y rígido.
Es preciso atravesar, ese «puente» del AMOR, «cordón umbilical» que une al Creador con sus criaturas, hombres y mujeres que anhelan ver su «rostro» de Amor. Si destruímos, negamos el Amor, abrimos un abismo entre Dios y el SER humano, se rompen así, los «lazos» que dejan ver la imagen de Dios, que somos cada uno de nosotros. Esta Verdad, sólo será testimonio creíble, si dejamos que el Espíritu de Jesús, habite en nuestro Ser más íntimo, su «aliento» de vida nos vaya guíando, hacia los hombres y mujeres que anhelan la cercanía del Padre Bueno, a través del gesto y abrazo de AMOR.
Miren Josune