CONFIANZA ABSOLUTA
Nuestra vida discurre, por lo general, de manera bastante superficial. Pocas veces nos atrevemos a adentrarnos en nosotros mismos. Nos produce una especie de vértigo asomarnos a nuestra interioridad. ¿Quién es ese ser extraño que descubro dentro de mí, lleno de miedos e interrogantes, hambriento de felicidad y harto de problemas, siempre en búsqueda y siempre insatisfecho?
¿Qué postura adoptar al contemplar en nosotros esa mezcla extraña de nobleza y miseria, de grandeza y pequeñez, de finitud e infinitud? Entendemos el desconcierto de san Agustín, que, cuestionado por la muerte de su mejor amigo, se detiene a reflexionar sobre su vida: «Me he convertido en un gran enigma para mí mismo».
Hay una primera postura posible. Se llama resignación, y consiste en contentarnos con lo que somos. Instalarnos en nuestra pequeña vida de cada día y aceptar nuestra finitud. Naturalmente, para ello hemos de acallar cualquier rumor de trascendencia. Cerrar los ojos a toda señal que nos invite a mirar hacia el infinito. Permanecer sordos a toda llamada proveniente del Misterio.
Hay otra actitud posible ante la encrucijada de la vida. La confianza absoluta. Aceptar en nuestra vida la presencia salvadora del Misterio. Abrirnos a ella desde lo más hondo de nuestro ser. Acoger a Dios como raíz y destino de nuestro ser. Creer en la salvación que se nos ofrece.
Solo desde esa confianza plena en Dios Salvador se entienden esas desconcertantes palabras de Jesús: «Quien vive preocupado por su vida la perderá; en cambio, quien no se aferre excesivamente a ella la conservará para la vida eterna». Lo decisivo es abrirnos confiadamente al Misterio de un Dios que es Amor y Bondad insondables. Reconocer y aceptar que somos seres «gravitando en torno a Dios, nuestro Padre. Como decía Paul Tillich, «aceptar ser aceptados por él».
José Antonio Pagola
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Marina Ibarlucea
EL AMOR QUE SE JUEGA LA VIDA.
Domingo 5° Cuaresma. Ciclo B
En mis ratos de encuentro con Jesús, me he preguntado, cómo se vivirá la proximidad del fin y qué sentimientos y sensaciones nos embargarán: ¿la Esperanza y alegría confiada en su Amor o la certeza de una vida vacía y sin sentido?. Jesús, anunciando su muerte a sus amigos discípulos, les «abre los ojos» a ese trance dramático que deberán asumir, viendo sus anhelos más hondos truncados, a su Amigo y Maestro viviendo la injusta PASIÓN y su indigna muerte en Cruz.
Jesús, no quiere la «orfandad» y el abandono que produce el mal, por falta de Amor y Misericordia; consuela a sus discípulos y les dice: «cuando yo sea elevado en alto, atraeré a todos hacia mí». Son palabras que abren la puerta a la Esperanza, nos dicen: el mal no tiene la última palabra, la vida que se ofrece por Amor y sirve a las causas más dignas y justas, no termina en el absurdo, tiene verdadero y fecundo sentido.
Y nosotros somos interpelados a responder, ante los abandonos y traiciones cobardes, que llevan hasta la Cruz a tantos inocentes.
Es cuestión de vida y dignidad; la Humanidad «crucificada» clama al Cielo pidiendo una respuesta, no puede esperar más, pues es una agonía interminable.
Conformarse ante el sufrimiento, acercando la «esponja amarga» y humillante, que cubra tan sólo de apariencia, las míseras limosnas de nuestra compasión, es hacer infecunda la Misericordia. No, el otro no quiere calmar así, su sed de justicia y dignidad, nos grita y pide que le ayudemos primero a «bajarle de la Cruz», en la cual, la indiferencia le tiene «clavado».
La tierra es buena, falta echar el «grano de trigo», cada quien sabe qué se «trae entre manos» y cuál la «artrosis» que le tiene cerrado el puño a la Misericordia.
«Si el grano de trigo permanece «asido» a nuestra conveniencia e interés, quedará infecundo». No son los «crucificados» de la vida, quienes han de morir de manera irreversible, somos cada uno de nosotros, quienes urge aprender a vivir desprendidos, «desnudos» de tanto apego, tanto afán estéril e infecundo. Morir a una misma para ayudar a vivir al otro.
Este será el abrazo de Amor que Jesús nos promete: «os atraeré hacía mí» en la Gloria del Padre. Confiemos en sus palabras, son anuncio de VIDA para quienes permanecen en el Amor.
Miren Josune