AMIGO DE
LOS EXCLUIDOS
Jesús era muy sensible al sufrimiento de quienes encontraba en su camino, marginados por la sociedad, olvidados por la religión o rechazados por los sectores que se consideraban superiores moral o religiosamente.
Es algo que le sale de dentro. Sabe que Dios no discrimina a nadie. No rechaza ni excomulga. No es solo de los buenos. A todos acoge y bendice. Jesús tenía la costumbre de levantarse de madrugada para orar. En cierta ocasión desvela cómo contempla el amanecer: «Dios hace salir su sol sobre buenos y malos». Así es él.
Por eso a veces reclama con fuerza que cesen todas las condenas: «No juzguéis y no seréis juzgados». Otras, narra una pequeña parábola para pedir que nadie se dedique a «separar el trigo y la cizaña», como si fuera el juez supremo de todos.
Pero lo más admirable es su actuación. El rasgo más original y provocativo de Jesús fue su costumbre de comer con pecadores, prostitutas y gentes indeseables. El hecho es insólito. Nunca se había visto en Israel a alguien con fama de «hombre de Dios» comiendo y bebiendo animadamente con pecadores.
Los dirigentes religiosos más respetables no lo pudieron soportar. Su reacción fue agresiva: «Ahí tenéis a un comilón y borracho, amigo de pecadores». Jesús no se defendió. Era cierto, pues en lo más íntimo de su ser sentía un respeto grande y una amistad conmovedora hacia los rechazados por la sociedad o la religión.
Marcos recoge en su relato la curación de un leproso para destacar esa predilección de Jesús por los excluidos. Jesús está atravesando una región solitaria. De pronto se le acerca un leproso. No viene acompañado por nadie. Vive en la soledad. Lleva en su piel la marca de su exclusión. Las leyes lo condenan a vivir apartado de todos. Es un ser impuro.
De rodillas, el leproso hace a Jesús una súplica humilde. Se siente sucio. No le habla de enfermedad. Solo quiere verse limpio de todo estigma: «Si quieres, puedes limpiarme». Jesús se conmueve al ver a sus pies a aquel ser humano desfigurado por la enfermedad y el abandono de todos. Aquel hombre representa la soledad y la desesperación de tantos estigmatizados. Jesús «extiende su mano» buscando el contacto con su piel, «lo toca» y le dice: «Quiero, queda limpio».
Siempre que discriminamos desde nuestra supuesta superioridad moral a diferentes grupos humanos (vagabundos, prostitutas, toxicómanos, psicóticos, inmigrantes, homosexuales…) y los excluimos de la convivencia negándoles nuestra acogida nos estamos alejando gravemente de Jesús.
José Antonio Pagola
Audición del comentario
Marina Ibarlucea
HUMANIZAR LA ENFERMEDAD
Domingo 6° del T.O. Ciclo B
En tiempos de Jesús, así como en épocas y siglos posteriores, la lepra era considerada como «la enfermedad maldita», no sólo por la repugnante visión de sus efectos y secuelas, sino por los estigmas sociales de exclusión y rechazo que amenazaban con la vida, condenando al enfermo al más absoluto ostracismo, en un reducido espacio de degradación y miseria, pues era considerado «impuro», lo que hoy llamaríamos sujeto de contagio.
La enfermedad, forzada a vivirla en condiciones de precariedad de recursos, es doble pobreza. Se necesitan medios para paliar las consecuencias penosas de un proceso patológico, y hasta puede que sea determinante, a la hora de salvar una vida, cuando menos, ralentizar su desarrollo, contar con apoyos que hagan el camino digno y amable.
La carencia está ahí, esperando el gesto de Misericordia, abrir la mirada y ver a los abandonados del Siglo XXI. Acercarse sin tener miedo, libres de lo «conveniente», que impide la lucha y defensa de la vida, la dignidad y derechos de todo ser humano herido.
Existen «las lepras» del corazón convertidas en indiferencia, sin Amor, y la conciencia manchada y corrompida por la ambición, el afán de poseer. Las «lepras» que impiden ver la propia miseria, se cubren de falsa apariencia.
Me pregunto, ¿qué debemos hoy sanar y cuál las urgencias que los cristianos no han de ignorar ni demorar más?. En medio del caos, causado por tantos males como afligen a esta Sociedad, si la lepra fue temible enfermedad de otros tiempos, hoy tenemos que encarar la realidad humana, amenazada con gran virulencia, por una «enajenación» colectiva de pérdida de sentido, vacío del Espíritu del Amor y Misericordia.
Nos lo ha dicho el P. Francisco: «yo creo que este mundo se pasó de rosca». Y si como pienso es así, es tiempo ya de superar las resistencias que se adhieren al corazón e impiden que vivamos como Jesús, libres para acercarnos a las sufrientes realidades de la vida. Quien herido llama a mi puerta, espera encontrar un ¡SI! como respuesta, no la exclusión o rechazo.
¿Nos atrevemos a decir: quiero, queda limpio? Manos a la obra.
Miren Josune