(Fuente: Vida Nueva n. 2958)
Reflexión de José Antonio Pagola ante el Sínodo de la Familia
Las tradiciones evangélicas subrayan una y otra vez que la actuación de Jesús está siempre inspirada, motivada e impulsada por la misericordia hacia todo ser humano. Es la misericordia lo que explica y define su manera de ser y de actuar. El verbo que emplean de ordinario los evangelistas (splanchnizomai) sugiere que el sufrimiento de las gentes conmueve sus entrañas, penetra hasta el fondo de su ser y se convierte en su principio de acción. Lo importante es captar que esta misericordia no es un sentimiento más, sino la reacción básica de Jesús que dirige y configura toda su actuación. No viene motivada por interés alguno. Es amor gratuito que brota en Jesús desde el misterio insondable de Dios. Desde esta misericordia se entiende toda su acción salvadora.
Los evangelios destacan de manera especial la dedicación de Jesús a curar la vida enferma de las gentes erradicando o aliviando su sufrimiento. Nada ni nadie podrá detener su libertad para actuar con misericordia, ni siquiera la ley sagrada del descanso sabático: “El precepto del sábado ha sido instituido para el ser humano y no el ser humano para el sábado” (Marcos 2, 27).
“No necesitan de médico los sanos,
sino los que están mal;
no he venido a llamar a justos,
sino a pecadores.”
Escándalo
Además, los evangelios destacan la actuación escandalosa de Jesús ofreciendo el perdón de Dios de manera gratuita a los “pecadores”. Nada ni nadie podrá detener su libertad de actuar con ellos desde la misericordia insondable de Dios. Ni el rechazo ni los insultos. Jesús explicará así su actuación: “No necesitan de médico los sanos, sino los que están mal; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (Marcos 2, 17).
Lo que resultaba especialmente escandaloso era su costumbre de sentarse a la mesa con pecadores y gentes que, por diversas razones, los sectores más observantes consideraban excluidos de la Alianza y, por tanto, apartados de la convivencia (banquetes, bodas, sábado…). Jesús se acerca a comer con ellos, no como un maestro de la ley, preocupado de examinar su vida moral, sino como profeta de la misericordia que les ofrece su amistad y comunión.
El significado profundo de estas comidas con pecadores consiste en que Jesús crea comunidad con ellos ante Dios. Comparte el mismo pan y el mismo vino; pronuncia con ellos la “bendición a Dios” y celebra anticipadamente el banquete final que el Padre está ya preparando para sus hijos e hijas. Su gesto de misericordia les anuncia la Buena Noticia de Dios: “Esta discriminación que estáis sufriendo no refleja el misterio último de Dios. También para vosotros el Padre es misericordia y perdón”.
“Ya no hay justos con derechos y pecadores sin derechos.
A todos se les ofrece la misericordia.
Solo quedan excluidos los que no la acogen.”
Una mesa abierta para todos
La mesa de Jesús es una mesa abierta para todos. No es la “mesa santa” de los fariseos, ni la “mesa pura” de los miembros de la comunidad de Qumrán. Es la mesa acogedora de Dios. Con su actuación misericordiosa, Jesús no justifica la corrupción de los publicanos ni la vida de las prostitutas. Sencillamente, rompe el círculo diabólico de la discriminación y abre un espacio nuevo donde todos son acogidos e invitados al encuentro con el Padre de la misericordia.
Jesús pone a todos, justos y pecadores, ante el misterio insondable del perdón de Dios. Para él, ya no hay justos con derechos y pecadores sin derechos. A todos se les ofrece la misericordia. Solo quedan excluidos los que no la acogen.
“La misericordia no es una ley más. Es la gran herencia de Jesús.
¿No ha llegado el momento de revisar la disciplina eclesiástica
y el contenido del Derecho Canónico,
tan ajeno a veces al espíritu de Jesús?”
La gran herencia de Jesús
La Iglesia lleva muchos siglos sin escuchar en toda su radicalidad la llamada de Jesús: “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso” (Lucas 6, 36). Jesús no tiene nada mejor que ofrecer a sus seguidores, como motivación e impulso de la misericordia, que a su Padre Bueno: “Reproducid en la tierra la misericordia de vuestro Padre del cielo”. La misericordia no es una ley más. Es la gran herencia de Jesús. Por eso, todo aquello que impide, oscurece o dificulta captar el misterio de Dios como misericordia, perdón o alivio del sufrimiento ha de desaparecer de su Iglesia, pues no encierra la Buena Noticia de Dios proclamada por Jesús.
Sus seguidores hemos de trabajar actualmente para que su Iglesia sea, cada vez más, un espacio sensible y comprometido ante todas las heridas físicas, morales y espirituales de los hombres y mujeres de hoy. ¿No ha llegado el momento de revisar la disciplina eclesiástica y el contenido del Derecho Canónico (sanciones, castigos de los delitos, penas, procesos, tribunales…), tan ajeno a veces al espíritu de Jesús y tan condicionado por doctrinas inspiradas en el derecho romano más que en el Evangelio?
“Es triste observar cómo, después de veinte siglos,
toman fuerza en la Iglesia corrientes de resistencia al Papa.
¿A quién excluiría hoy Jesús de la comunión eucarística?”
Ante el Sínodo de la Familia
En este contexto, no es un hecho de importancia menor la decisión que se tome en el próximo Sínodo sobre el acceso o no a la comunión sacramental de los matrimonios en situación irregular (divorciados vueltos a casar). Será signo de que la Iglesia se decide a seguir a Jesús por los caminos de la misericordia, o que todavía no se siente con fuerzas para liberarse de ataduras que le están impidiendo anunciar con la audacia y radicalidad de Jesús la misericordia de Dios hacia todo ser humano.
Los sectores fariseos, al ver que Jesús admitía a todos a su propia mesa, lo acusaron de “amigo de pecadores”. Jesús nunca se defendió de esta acusación ni la desmintió, pues era cierto que se sentía su amigo.
Es triste observar cómo, después de veinte siglos, toman fuerza en la Iglesia algunas corrientes de resistencia al papa Francisco, en cuyo trasfondo parece que subyace la misma preocupación, pues, en definitiva, le están pidiendo que no caiga en la tentación de ser tan amigo de pecadores. No logro entender su escándalo. ¿A quién excluiría hoy Jesús de la comunión eucarística?
Cuanto más contemplo al profeta de la misericordia y trato de interiorizar su Espíritu, más me reafirmo en la convicción de que solo la misericordia puede hacer a la Iglesia de hoy más humana y más creíble. Francisco, ¡que Dios te bendiga!
Papa Francisco sobre abusos: Comprendo a quien no puede perdonar
(2015-09-28)
Durante el viaje de regreso de Estados Unidos a Roma, el Papa concedió una rueda de prensa en el avión. Uno de los temas que le preguntaron los periodistas fue por los abusos sexuales que cometieron hace años algunos sacerdotes en Estados Unidos.
-¿Usted entiende a las víctimas y sus familias que no han logrado perdonar o no quieren perdonar?
-Sí, los comprendo, rezo por ellos y no los juzgo. Una vez en una de estas reuniones me encontré con varias personas y una mujer me dijo: «Cuando mi madre se enteró que me habían abusado blasfemó contra Dios, perdió la fe y murió atea». Yo la comprendo a esa mujer. La comprendo. Y Dios, que es más bueno que yo, la comprende. Y estoy seguro que a esa mujer Dios la ha recibido porque lo que fue manoseado, lo que fue destrozado era su propia carne, la carne de su hija. Yo la comprendo. No juzga a alguien que no puede perdonar. Rezo y le pido a Dios porque Dios es un campeón en buscar caminos de solución. Pido que lo arregle.
Al comienzo del Curso 2015-2016, el lema propuesto es: «¡SALID AL ENCUENTRO!».
Qué mejor bagaje que beber de la «fuente de la Misericodia», convertirla en manantial de vida y esperanza para cada hombre y mujer. No neguemos al otro-@ la misericordia y perdón, Jesús es para todos-@s y no sólo para los-@s que mi afecto sensible o empatía despiertan.
Hay un deseo profundo en cada ser humano, amar y ser amado, que no debe estar condicionado por el miedo y los prejuicios, ni por intereses o conveniencias.
La prioridad que comienza en lo mío y nuestro, no debe crear murallas de protección frente al otro, los otros-@s. Mi realidad e intimidad, no deben cerrarse en la estrechez y cerrazón del yo, lo personal.
El individualísmo no fomenta la COMUNIÓN, la interrelación con los demás, para llegar al deseo del PADRE: «QUE TODOS SEAN UNO», una familia sustentada en el amor y la misericordia.
Familia que el Espíritu mueve a la unidad, salvando diferencias e incorporando la pluralidad.
Vamos juntos hacia la Casa del Padre, a esa morada donde «vivir» será permanecer en el amor, sin pobreza ni miseria, sin llanto ni duelo, sin luchas ni rivalidades.
Será la misericordia colmada en el gozo y la dicha de las BIENAVENTURANZAS.
Por el sendero de la vida,
va un corazón latiendo,
a veces con brío presuroso,
otras calmado y lento.
El viento del otoño,
mueve las hojas a su paso,
en una danza sin compás,
de un lado para otro.
Una alfombra extiende su manto,
bordado de intensos colores,
verdes, marrones, granates,
reflejos de otoño.
Mi lamparita tintinea,
trémula entre mis manos,
sostenida por esa Luz
que alumbra mis pasos.
¿A dónde vas?, me dice
el caminante solitario,
que furtivo y extraño aparece, tendiéndome su mano.
Sonrío mirando a lo lejos,
en medio del silencio,
mi soledad cansada,
atisba el verdadero anhelo.
Voy a donde va el amor,
que hace posible el encuentro,
el diálogo sereno y sincero,
que acoge la carencia del otro.
Mis ojos descubren su mirada,
reflejo de la misericordia,
de un Dios humano cuyo rostro,
me dice que soy amor y existo.
Mi corazón sobrecogido,
colmado de inefable gozo,
escucha la voz del peregrino:
¡YO VOY CONTIGO AMIGO-@!