El ser humano en busca de esperanza
El ser humano no solo se pregunta por el sentido de su existencia; no solo se cuestiona sobre la responsabilidad de orientar su conducta hacia el bien. Es, además, un ser de deseos, carencias y expectativas; un ser de temores, proyectos y esperanzas. Hay preguntas últimas que no hay más remedio que hacerse y que desbordan el mero ámbito de lo científico e incluso de la estricta racionalidad. Es, en definitiva, la pregunta sobre su futuro: ¿qué va a ser, al final, de todos y cada uno de nosotros? ¿Qué nos espera? ¿Podemos confiar en algo o en alguien?
La fuerza del mal
Sería una ingenuidad creer que las estructuras políticas y socioeconómicas que tenemos actualmente y las que se puedan instaurar en un futuro nos preservarán automáticamente del egoísmo, de la voluntad de poder o de la explotación del más débil. Las estructuras pueden facilitar una convivencia más justa, pero, en la mejor estructura, el hombre puede ser injusto y hacer el mal. Cada individuo, cada grupo humano, puede ser fuente inagotable de injusticias, conflictos, divisiones y destrucción.
¿Qué hacer ante el misterio del mal? ¿Qué hacer con la culpabilidad? ¿Cómo liberarnos de la maldad? El ser humano no se resigna. Sigue luchando contra el mal y busca liberación. Pero ¿qué decir de este esfuerzo? ¿No será, en definitiva, un esfuerzo muy noble, pero tal vez inútil?
La derrota de la muerte
Son muchos los males que amenazan al ser humano: la enfermedad, la soledad, el accidente, la vejez, la depresión… Pero la última amenaza que nos atenaza a todos de manera inexorable es esa muerte inserta en la entraña misma de nuestra existencia. Podemos ignorarla y no hablar de ella, pero la muerte está ahí como la más drástica «antiutopía» de todas nuestras aspiraciones, desafío final a todos nuestros logros, trágica realidad que destruye de raíz nuestros proyectos.
El hombre sigue luchando tenazmente contra el mal, el sufrimiento y la muerte. ¿Por qué? ¿Qué espera en el fondo de su ser? ¿Hay algo que nos pueda permitir no desesperar?, ¿una plenitud final que cumpla nuestros anhelos y nos dé coraje para vivir y esperanza para morir?
Introducir la pregunta de Dios
Luz en nuestras contradicciones
El ser humano no es solo un problema que descifrar científicamente. Es un misterio al que no sabemos encontrar fácil respuesta. Una contradicción que no somos capaces de iluminar científicamente. ¿No necesitaremos otra luz que nos revele qué hay de verdad en nuestras ilusiones, qué hay de victoria en nuestras derrotas, qué hay de sentido en nuestros absurdos? ¿No estaremos los seres humanos necesitados de una Luz que nos ilumine para descubrir nuestra irrenunciable dignidad al mismo tiempo que nuestros límites?
Ciertamente, también en el futuro se podrá prescindir de Dios, pero ¿no se convertirá entonces el ser humano en una pregunta sin respuesta? Expulsado Dios de nuestra existencia, encerrados en un mundo creado por nosotros mismos y que no refleja sino nuestras propias contradicciones, ¿quién nos podrá decir quiénes somos y qué es lo que buscamos?
Orientación para nuestros esfuerzos
El hombre es tarea. Un ser que se va haciendo más humano a lo largo de los siglos. La experiencia, sin embargo, nos dice una y otra vez que no acertamos a orientar la historia hacia aquello que nos podría hacer más humanos. ¿No necesitaremos una Orientación que nos indique el verdadero camino a seguir, más aún en estos tiempos en que la humanidad, dotada de gran poder tecnológico, ha de tomar decisiones cada vez más complejas y, al mismo tiempo, más trascendentales para su porvenir?
Al hombre contemporáneo le resulta cautivador atribuirse a sí mismo el protagonismo total y exclusivo de construir su historia. Pero ¿no es atribuirse un poder excesivo? ¿No es algo que desborda sus posibilidades? ¿Puede el hombre alcanzar con sus solas fuerzas la libertad que busca o ha de abrirse para ello a una Libertad más plena que ha de acoger como don?
Esperanza para nuestros fracasos
El ser humano está clamando por un destino absoluto que, en su caducidad, no puede alcanzar. Desde el fondo de nuestro ser anhelamos una plenitud total que luego no hacemos sino rebajar y malograr en nuestras vidas concretas. No somos capaces de darnos a nosotros mismos la plenitud que buscamos.
¿No está pidiendo toda la historia humana desembocar en una Plenitud infinita? ¿Hemos de aceptar como lo más humano y normal una existencia desde la nada hacia la nada? ¿No será nuestra existencia un fluir desde Dios hacia Dios?
Al final de todos los caminos, en el fondo de todos nuestros anhelos, en el interior de nuestros interrogantes más hondos, ¿no hemos de reconocer el Misterio último de la realidad que los creyentes, no todos, llamamos «Dios» como posible Fuente de salvación? Un Dios del que hoy muchos dudan y al que no pocos han abandonado. Un Dios por el que tantos siguen preguntando. Un Dios al que tantos creyentes siguen invocando. El Dios revelado en Jesucristo.
José Antonio Pagola, NUEVA ETAPA EVANGELIZADORA, 4. Caminos de evangelización, capítulo 1