Estamos ya en el final de nuestro recorrido. Si estamos decididos a seguir a Jesús, hemos de dar todavía un paso decisivo: abrirnos al misterio que se encierra en Cristo, el profeta del reino de Dios, crucificado por sus adversarios, pero resucitado por el Padre. Solo cuando nos encontramos con Cristo resucitado por el Padre y nos sentimos enviados por él, conocemos en su verdadera hondura la llamada de Jesús y el alcance último de nuestro compromiso por el reino de Dios.
En estos últimos encuentros nos acercaremos, en primer lugar, a las dos últimas experiencias que vivieron los discípulos con Jesús: su huida ante su ejecución ignominiosa en una cruz y su reencuentro con él, resucitado gloriosamente por el Padre. Luego conoceremos las dos experiencias que nos permiten a sus seguidores caminar acompañados por su presencia viva. Terminaremos escuchando su llamada concreta a ponernos en camino para colaborar con él curando la vida y abriendo caminos al reino de Dios.
MIRÓFORAS DEL EVANGELIO.
Siguiendo a Jesús.
Hay demasiado sufrimiento y abandono a nuestro alrededor, unido a la indiferencia. No es tiempo de quedarnos en las meras palabras y lamentos.
Miróforas de la Misericordia y el Amor, saliendo deprisa en ayuda de tantos heridos, yaciendo por los caminos de la vida.
Miróforas que descubran la VIDA donde hay desolación y muerte. Llevando la «mirra» de la sonrisa y caricias colmadas de ternura, que despierten la Esperanza y alienten los pasos vacilantes de un cansado y penoso caminar.
Miróforas que anuncien a Jesús Resucitado, cuya presencia es la certeza de una evidencia real y luminosa, manifestada a través de su Amor y entrega, como don fecundo que no conocerá ocaso.
Miróforas que descubran la manera nueva de contemplar la realidad, sin el miedo y la duda, el recelo que paraliza la acción, crea prejuicios e incertidumbre.
Miróforas orantes de la Palabra, en el silencio que escucha el aleteo del Espíritu, avivando las brasas encendidas de nuestro corazón.
Es tu tiempo, el mío, el de todas las seguidoras de Jesús.
Miren Josune
DIGNOS DE LA RESURRECCIÓN.
La VIDA y el AMOR
Resulta comprensible hablar, de todo aquéllo que conocemos y sentimos como propio, enraizado en nuestro ser y espíritu, formando parte sensible de nuestra esencia más genuina: la vida y el amor.
Dos realidades de profundo y claro sentido, inmensamente hermosas y experimentadas de modo singular.
La Palabra responde, al mismo tiempo que nos interpela y despeja nuestros interrogantes: en la otra VIDA, ¿de quién será el AMOR, el que nos haga dignos de merecer la Resurrección de Jesús?
Jesús, descubre «el velo», la Verdad del Misterio de Dios: en la otra vida, el AMOR pasará de ser, necesidad de sentirnos amados y, a la vez, amar en reciprocidad, a vivir el don del AMOR en íntima unión con Dios.
Dios es quien «nos amó primero», es «manantial» de donde brota la Vida y el Amor. Nuestro destino es alcanzar la plenitud en el AMOR DEL PADRE, unidos todos-as a Él, en «un abrazo inmenso» de ternura y bondad.
En esta vida, la manera de relacionarnos, de vivir el AMOR entre personas, es opción libre y diferente. Tanto a nivel personal e íntimo, como formando parte de la sociedad, del grupo o comunidad, la manifestación del amor hacia los demás, no está sujeta a un único modelo de conducta, busca sí, el bien del otro, los otros, y nada guarda para sí.
Hay amor entre esposos, parejas, amor hacia los hijos y de éstos a sus padres, amor entre hermanos y diferentes miembros de la familia, amigos y compañeros, y amor por excelencia al prójimo.
En toda manifestación de amor, hemos de respetar como principio la dignidad de todo ser humano, pues él es, imagen del Creador y «templo sagrado» donde el Espíritu habita.
Cada ser humano, está llamado a engendrar y dar vida a través del amor, no sólo en el plano biológico sino en el espiritual, haciendo el bien a quienes más nos necesitan, viviendo la verdadera COMUNIÓN de AMOR.
En la intimidad de nuestro ser, nos hemos hecho, sin duda, la pregunta sobre la vida y el por qué de la existencia, la Esperanza que como creyentes anhelamos alcanzar más allá de esta vida.
¿De quién será el amor en la otra vida? ¿Seguirá teniendo sentido, el amor que acompañó nuestra vida terrenal?
Jesús nos interpela y a la vez responde a nuestras dudas e interrogantes: «Los hombres y mujeres que sean dignos de la Resurrección, no tomarán para sí criatura alguna, sino que serán como «angeles» en presencia del Dios del AMOR».
El «ángel» es un ser espiritual, no habita en la materia, aparece en la historia humana, como «enviado» por Dios, anunciando la promesa de Salvación.
La figura del «ángel del Señor», es la Luz que ilumina el camino de la Humanidad peregrina y errante, es el «faro» en la noche de los tiempos, que anuncia a hombres y mujeres de todos los pueblos, religiones, lenguas, razas y culturas, la fiel y amorosa presencia de Dios, que a través de su Palabra, «acampa» en medio de nosotros, dejando oír su «Cántico de salvación».
Ya no hay miedo, vacio existencial, ni duda, al no saber qué será del Amor y Promesa de salvación.
Jesús nos dice que nuestro fin último es ser como «angeles», es vivir libres de la materia, del puro instinto de la carne y dejar la Tierra que nos cobija.
Resucitados a una Vida nueva, distinta, en la plenitud del Amor.
Me atrevo a responder, llevada por la convicción profunda, en la cual creo: EL AMOR NO MUERE NUNCA, se «alimenta» de Dios, del «aliento» de su Espíritu.
Quién ama, al entregarse y dar la vida al otro, a los demás, sabe que está depositando una semilla, cuyos frutos serán LAS OBRAS DE AMOR, que le acompañarán más allá de esta vida, sin duda, la mejor y más digna credencial.
Amar nunca es estéril, ni pérdida de tiempo, no es como algunos creen, la realidad menos «rentable» que existe.
Cuando amamos nos entregamos, ofrecemos lo mejor que nos habita, buscamos hacer el bien, sin otro interés que ayudar a vivir, alentar la esperanza, motivando la alegria y el ánimo, la fe y confianza.
¿De quién es el amor?
Una palabra tantas veces vacía de sentido, profanada y violentada, adulterada y comercializada, en extremo interesada y oportuna. Una palabra seca, «exprimida», ultrajada y gastada de tanto usarla, cuyas «gotas», deja el corazón humano con más deseo y sed de «AGUA VIVA».
¿De quién será el amor?
Creo que no debiera preocuparnos tanto, cómo será VIVIR EN EL AMOR de Dios, en la morada del Padre. Nuestro FIAT debe ser, una actitud de fe y total confianza: amar y creer, nada más.
El Misterio de Dios, ya lo intentaron desvelar otros, San Agustín, trató de acercarse y abrirse al Misterio, tan sólo pudo comprender dentro de su corazón, aquel pensamiento nacido del AMOR: «nos hiciste Señor para tí, y el corazón anda inquieto hasta que descanse en tí».
Al final, sólo quedan las obras del Amor, cuanto nos hemos entregado y dado a «fondo perdido».
Dios nos creo por y para el amor: «tanto amó Dios al mundo»…
Dignos del AMOR RESUCITADO.
Jesús señala el único trayecto que «une la tierra con el cielo», y que él recorrió, por caminos polvorientos de Galilea y Judea: Entregar la vida con pasión, sudor y fatiga, en cada pálpito del corazón, en cada gesto lleno de amor y Misericordia.
Jesús nos ha dicho que ha ido a «prepararnos un sitio» en la Casa del Padre, que hay «abundantes estancias», diáfanas y llenas de Luz y Verdad. ¿Por qué hemos de vivir preocupados, con temor, como si no esperáramos nada, perdiendo un tiempo único, el que Dios nos regala cada día?
Hay mucha VIDA y AMOR para dar y darnos; ahí están, cercanos, si no fuera por nuestra indiferencia y pasividad. Nuestros hermanos-as receptores-as; salen cada día en los diversos medios, mostrando sus rostros y cuerpo herido, reflejando el llanto, el sufrimiento y la desolación.
¿De quién será el amor?
¿De los niños-as arrancados de la vida, entristecidos y heridos. De las madres con el corazón roto, por no tener un hogar donde cobijarles y darles los cuidados que necesitan. De los jóvenes que se han quedado sin futuro, desarraigados y con la desesperanza de encontrar el camino de sus sueños. De tantos ancianos-as, como perderán en el inhóspito camino, la poca fuerza y energías que aún les quedan. De tantos hombres, impotentes ante la adversidad, indignados ante la crueldad y la injusticia, la muerte y la violencia?
Cuando «crucemos la frontera» a la otra vida, ¿de quiénes será el AMOR? No únicamente, el que en esta vida nos dió sentido, sino el AMOR GRANDE Y LUMINOSO, QUE ABRIRÁ «LA PUERTA» DE LA «CASA DEL PADRE», ESA QUE NADA NI NADIE PODRÁ CERRAR.
No perdamos más tiempo, hay trabajo inmenso por hacer, y la Resurrección vendrá después.
Miren Josune
Queridos amigos:
El grupo Caná, esta vez con alguna dificultad por las Fiestas Navideñas, ha podido culminar las reflexiones y el acercamiento a la Lectura de Marcos. Quizá el punto en común entre todos ha sido un lugar: Galilea, donde nos espera el Señor y al que, mientras, intentamos acercarnos todo lo que podemos.
Cuando desestimamos el buen parecido, la belleza, la elegancia, detrás de todo eso está Jesús. Cuando aceptamos lo agresivo, lo desagradable, el deterioro que producen las enfermedades… detrás de todo eso está Jesús.
Las mujeres no se resignaron a perder al maestro. Aún cuando pareciera una locura, decidieron cumplir con él los ritos funerarios que eran costumbre en esos tiempos. Lo buscaron aún en un cadáver de más de treinta horas.
La losa: un gran impedimento para ellas: grande, pesada, difícil de mover. Los soldados romanos haciendo la guardia… La losa. ¿Cuál es nuestra losa?
“No está aquí” Estamos equivocados buscándolo en lugares donde no puede estar: en el lugar donde hay muerte, pecado. Cada uno de nosotros sabemos por experiencia donde no está Jesús. Jesús está en los lugares donde hay vida.
Pasan tres días pero las mujeres que siempre le siguieron, que le acompañaron a lo largo de su vida pública, que le escucharon, que estuvieron al lado de la Cruz, no se resignan. Son conscientes de que han de mover la inmensa piedra, pero siguen adelante, son buscadoras y tienen una gran FE, quieren estar con el Maestro.
Creo Jesús que seguirte, caminar tras tus pasos y vivir en tu Espíritu, es imposible desde mi sola inteligencia egótica. Dame fe, Jesús, de la que nace en el corazón. Y así pueda mover la Piedra enorme de mis juicios mentales, que no son de vida. Necesito ir muy dentro a un viaje interior, a una zona donde tu voz, Maestro, sea audible. Galilea. Dentro muy dentro, donde no necesite ni nombrarte.
Siempre me ha sorprendido esta parte del evangelio, porque el gran protagonista es El Ausente. El que no vemos ni tenemos, o creemos que no tenemos, es el que nos espera donde sabe que iremos.
Segunda reunión – Galilea
Para mí, Galilea es un viaje al interior del corazón, en silencio, sin ruidos, y sin tiempos tasados. Dejar que fluyan cosas, seguro que es Jesús mismo el que nos está hablando y nos está ayudando a saber por dónde ir y qué camino tomar.
Galilea está delante de nosotros. No es un punto geográfico, ni utópico. Si vivimos acogiendo, sonriendo, repartiendo amor, ayudando sin que se note, cumpliendo nuestro deber a rajatabla… estamos en Galilea. Y allí encontramos a Jesús, que llegó antes que nosotros.
Tenemos que hacer nuestra, aquí y ahora, la Vida de Dios manifestada en Jesús. Si nacemos de nuevo del Espíritu, nuestra vida también es resucitada. Cristo Vive ahora infundiendo en nosotros su energía vital. De manera oculta, pero real, va impulsando nuestras vidas hacia la plenitud final.
Posiblemente tod@s tenemos referencia de nuestras Galileas, aquel lugar, época en que tomamos en serio vida de creyentes, con sus altibajos, pero vamos resucitando, reemprendiendo nuestro andar – pues el Señor no se deja vencer, en fidelidad generosa.
“Allí lo veréis…” y más que un sentimiento, es acto de fe
Ir a Galilea es volver al lugar de donde hemos salido. Volver a nuestro origen. Dios nos creó seres felices, interrelacionados con nuestros semejantes y con toda la Creación. Descubrir el verdadero sentido de la existencia es resucitar, y apenas resucitados hemos de volver a Galilea, de donde hemos salido y en donde se encuentran los nuestros.
He sentido que también yo he resucitado. Jesús me abre un resquicio de la losa y su luz me acerca a las mujeres del evangelio, tengo que amarle como ellas, buscarle como ellas, recorrer el camino, ver al resucitado y proclamar el mensaje, El va delante, sigue llamándonos
El nos adelanta en el camino. Tenemos que ir tras Él. Se nos dice que con Él, la muerte está vencida: la muerte, la desesperación, la tristeza, el egoísmo, la pena. Solo tenemos que hacer lo que Él hizo en Galilea.
LAS MIRÓFORAS: PRIMERAS ENVIADAS
¿Quién nos moverá la PIEDRA?
Es la pregunta que se hacen las mujeres, camino hacia la tumba de Jesús. ¿Quién podrá con un obstáculo, un impedimento tan grande que nos impide ver a Jesús, salir al encuentro de su amor. Amor que ya no está, en el mundo de los muertos, sino en su nueva presencia gloriosa de Resucitado.
Cuántas veces, detenemos nuestra mirada, nos paramos a contemplar las piedras que surgen en nuestro camino, piedras que no hemos puesto, no estaban previstas en nuestro trayecto existencial y, sin embargo, están ahí, el mal se ha encargado de levantar, poner obstáculos que nos parecen del todo insalvables, sobretodo, aquellos que nos hacen perder la esperanza, ¡ES TAN GRANDE LA PIEDRA!.
Queríamos ver el rostro del Amor en el mundo de la muerte, a Jesús, sin aliento de vida, como alguien que ya no es.
El sufrimiento lacera nuestro corazón, las lágrimas no dejan ver más allá, toda nuestra sensibilidad se transforma en tristeza y desesperanza.
A veces, cuesta hallar la justa y humana respuesta a nuestro dolor e invocamos con gritos y súplicas: «¡Señor, date prisa en socorrernos!»
Aparece el «ángel», ese hombre o mujer buenos, que miran nuestra tristeza y pesar, nos dice: ¿Por qué buscáis a Jesús en el mundo de la muerte, del mal, la mentira y apariencia? No está aquí, ha Resucitado, id a Galilea, allí lo veréis, lo escucharéis, volveréis a sentir su amor, lleno de Misericordia.
La mirada ya no ve el obstáculo, la oscuridad y tiniebla ha dado paso a la luz que ha de iluminar nuestro camino, diáfano, limpio.
Galilea, volver a empezar, con la esperanza recuperada y la fe renovada, con la certeza de que Jesús está gozosamente vivo.
Allí lo veréis. Es una necesidad vital, ver el Amor, el suyo, el de Jesús, en ese hombre y mujer que caminan cerca de mí, salen al encuentro, mi corazón busca, se acerca y aproxima.
Hay que volver a Galilea, estar a su lado, sentir su presencia que nos dice: «No tengáis miedo, soy yo, ved mis manos, la herida de mi costado»
Es preciso dar un «salto» confiado, sortear los guijarros punzantes que nos hieren, nos hacen tropezar.
Podemos preguntarnos: ¿Quién nos ayudará a superar el miedo, borrar las lágrimas del abandono y desesperanza, de la tristeza y sufrimiento?
El Amor está vivo, aunque lleve las señales de tanto oprobio, tanto ultraje, tanto dolor. Nos dice una vez más: AMAROS COMO YO OS HE AMADO.
De esta manera estaremos vivos, en esta vida y en la morada de Dios.