ENCONTRARNOS CON EL RESUCITADO – I
Encuentro personal con el Resucitado
Para bastantes cristianos, la resurrección de Jesús se reduce a un hecho del pasado. Algo que le sucedió a Jesús hace más de dos mil años. Un acontecimiento lejano e inaccesible, de importancia decisiva para la fe en Jesucristo, pero que no sabemos cómo vivir hoy desde nuestra propia experiencia.
Los primeros creyentes han vivido unas experiencias concretas que les han conducido a afirmar que «se han encontrado» con Jesús lleno de vida después de su muerte. El Resucitado se les ha hecho presente en sus vidas. ¿Podemos nosotros vivir hoy algo de lo que ellos han vivido? ¿Con qué experiencias podemos contar nosotros para encontrarnos con Jesús resucitado?
Si nosotros queremos acercarnos a vivir la experiencia de los primeros creyentes, hemos de aprender a escuchar el Evangelio como «Palabra del Resucitado». No son palabras que pronunció un líder ya difunto y que encierran un mensaje que tal vez merece la pena recordarlo todavía hoy. Son palabras que brotan hoy de Jesús y nos comunican su espíritu y su vida.
La resurrección da a la vida histórica de Jesús una actualidad permanente. La actividad salvífica de Jesús no ha terminado con su muerte: el que perdonaba a los pecadores hoy nos sigue perdonando. El que curaba las enfermedades y aliviaba el sufrimiento hoy nos sigue sanando. El que llamaba al seguimiento hoy nos sigue llamando. El que se acercaba a los pobres hoy está en los pequeños y necesitados, interpelando nuestra vida. Jesús no es algo acabado. Está vivo, y su historia se sigue hoy escribiendo en nosotros y con nosotros.
Encuentro de gracia
El encuentro con el Resucitado es un regalo gratuito. Una sorpresa que nadie esperaba. Algo que se ofrece a los discípulos de forma totalmente inmerecida. Pablo llama «gracia» a su encuentro con el Resucitado (1 Corintios 15,10).
Vivimos hoy configurados por una cultura que cree sobre todo en el esfuerzo, el rendimiento y la productividad. Casi sin darnos cuenta corremos el riesgo de cultivar nuestra experiencia cristiana y nuestra acción evangelizadora desde esos mismos criterios de eficacia y organización, sin dar cabida a lo gratuito e inesperado, lo que no es fruto de nuestro trabajo. Se nos olvida que nosotros no podemos darnos a nosotros mismos la salvación que anhela el corazón del ser humano.
El encuentro con el Resucitado es posible cuando nos experimentamos a nosotros mismos como seres necesitados de salvación. En esa experiencia nos abrimos a la posibilidad de encontrarnos con el Resucitado, que sostiene y alienta nuestras vidas. En nuestras comunidades hemos de despertar más nuestra sensibilidad para captar la presencia de lo gratuito en nosotros.
La experiencia pacificadora del perdón
A veces solemos olvidar que el encuentro con el Resucitado ha sido básicamente una experiencia de perdón. Los discípulos son conscientes de su pecado. Han negado al Maestro y lo han abandonado… Por eso, en el encuentro con el Resucitado se han visto de nuevo acogidos a la comunión y la amistad del Maestro; han experimentado en Jesús el amor que permanece, la ternura que perdona siempre, la fidelidad propia de Dios.
La sociedad contemporánea no parece valorar debidamente el perdón, ni para darlo ni para recibirlo. Por una parte se nos quiere convencer de que perdonar es «virtud de débiles», que se resignan y se doblegan ante las injusticias, porque no saben luchar y arriesgarse. Por otra se diría que ya no necesitamos sentirnos perdonados por nadie. El perdón es siempre salvador. Despierta esperanza en quien perdona y en quien es perdonado. En su aparente fragilidad, el perdón es más vigoroso y fuerte que toda la violencia del mundo. El perdón es «resucitador». Es en el interior de esa experiencia de perdón donde podemos experimentar también nosotros a Cristo como Resucitado que vive y da vida.