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3. “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso”
Jesús vivió en una sociedad profundamente religiosa. Toda la ordenación religiosa y social del “pueblo elegido”, y la espiritualidad de todos los grupos, arrancaba de una exigencia radical que aparecía formulada en el viejo libro del Levítico: “Sed santos porque yo el Señor, vuestro Dios, soy santo” (Levítico 14,2). El pueblo ha de ser santo, como es el Dios que habita en el templo: un Dios que ama a su pueblo elegido y rechaza a los paganos, bendice a quienes observan la ley y maldice a los pecadores, acoge a los puros pero separa a los impuros. La santidad es la cualidad esencial de Dios, el principio para orientar la conducta del pueblo. El ideal es ser santos como Dios es santo.
Paradójicamente, esta imitación de la santidad de Dios, entendida como separación de lo pagano, lo no santo, lo impuro y contaminante, que estaba pensada para defender la identidad del pueblo elegido, fue generando de hecho una sociedad discriminatoria y excluyente. Dentro del pueblo elegido, los sacerdotes gozan de un rango de pureza superior al resto del pueblo pues están al servicio del templo donde habita el Dios santo. Los observantes de la ley disfrutan de la bendición de Dios, mientras los pecadores son discriminados. Los varones pertenecen a un nivel superior de pureza sobre las mujeres, siempre sospechosas de impureza por su menstruación y los partos. Los sanos gozan de la predilección de Dios mientras que los leprosos, los ciegos, los tullidos…considerados como “castigados” por algún pecado, eran excluidos del acceso al templo” (puede verse el llamado Código de santidad en Levítico 17–26). Esta religión generaba barreras y discriminación. No promovía la mutua acogida, la comunión y la fraternidad.
Jesús lo captó enseguida y, con una lucidez y una audacia sorprendente, introdujo para siempre en la historia humana un principio que lo transforma todo: “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso” (Lucas 6,36). Es la misericordia y no la santidad el principio que ha de inspirar la conducta humana. Dios es grande y santo, no porque rechaza a paganos, pecadores e impuros, sino porque ama a todos sin excluir a nadie de su misericordia. Dios no es propiedad de los buenos. Su amor misericordioso está abierto a todos. “Él hace salir su sol sobre buenos y malos” (Mateo 5, 45). En su corazón hay un proyecto integrador. Dios no excluye, no separa ni excomulga, sino que acoge y abraza. No bendice la discriminación. Busca un mundo acogedor y solidario donde los santos no condenen a los pecadores, los ricos no exploten a los pobres, los poderosos no abusen de los débiles, los varones no dominen a las mujeres.
Los seguidores de Jesús hemos de grabar con fuego en nuestro corazón las palabras de Jesús: “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso”. Estas palabras no son propiamente una ley o un precepto más. Se trata de reproducir en la tierra la misericordia del Padre del cielo. Esta llamada a la misericordia es la clave del Evangelio, la gran herencia de Jesús a la Humanidad. El único camino para construir un mundo más justo y fraterno. El único modo de construir entre todos una Iglesia más humana y más creíble.
José Antonio Pagola
II Congreso mundial de Biblia y Mística “Misericordiosos como el Padre”
CITES, Ávila, 7 de septiembre de 2016
ACTIVOS EN LA MISERICORDIA
Proseguimos este edificante y lleno de esperanza «camino de Misericordia», que José Antonio Pagola nos ha presentado, será sin duda, una provechosa y profunda reflexión, para vivir con más coherencia y compromiso la Misericordia de Dios.
Pienso si la Iglesia, no tendría que crear en cada Parroquia, un «lugar y espacio de encuentro», donde poder dispensar un breve tiempo, a quien necesite ser escuchado y recibir el consuelo, lleno de Amor y Misericordia.
Esta no es una realidad que no se haya dado. Los Jesuítas, por poner un ejemplo, -sin duda, hay más personas comprometidas- se han dedicado entre sus muchas actividades pastorales, a prestar acompañamiento, ser «consuelo» en la Misericordia, para multitud de seres humanos, los cuales, han sido escuchados y orientados con su acertado y buen criterio y consejo.
Sería loable tener una mano amiga, donde apoyar las penas y preocupaciones, los problemas de la vida, tal vez, la soledad.
No creo que sea tan difícil y costoso, habilitar un cuartito pequeño y acogedor, instalar una máquina de café y ofrecer una tacita caliente mientras el corazón se abre y expande a la Misericordia.
«A tiempos nuevos, realidades creativas y sencillas de hacer».
La Misericordia comienza, por querer VER con ojos nuevos la realidad del otro, mirarle más allá de la apariencia, entrar con respeto y «de puntillas», dentro de su Santuario, allí donde el corazón se muestra más sincero y diáfano.
Encuentro gratuíto, sin otro afán e interés que acompañar la vida, de quien siente que la soledad le tiene «preso de la palabra», de ese silencio apenado, impuesto por la indiferencia.
Sería algo novedoso y creativo, que la Misericordia encontrara un espacio idóneo, donde poder compartir las penas y alegrias, creando y cultivando lazos de cercana acogida y fraterna amistad. Es muy posible que a muchos les llegue esta idea, este mensaje de Misericordia.
Creo que si no «salimos» de nuestras cómodas seguridades, de nuestros prejuicios, rechazos y miedos, será difícil albergar sentimientos de com-pasión por el otro y su realidad.
El tiempo, ese «tesoro» que tanto apreciamos, debe tener su justa medida, no sólo en nuestra vida, también al compartirlo con los otros. ¿Qué no tenemos tiempo?
La Misericordia y el Amor de Dios, debe ser una «urgencia» que no debemos hacer esperar.
Unos minutos al día de nuestro tiempo libre, y podemos hacer la vida de los demás, más humana en la Misericordia.
Las palabras, los elocuentes y sabios sermones, no sirven de mucho, sino van acompañados del testimonio vivo y coherente. Es la advertencia que nos hace el Papa Francisco, nos dice:
«Jesús te ama de verdad, como eres. Déjalo entrar: a pesar de las decepciones y heridas de la vida, dale la posibilidad de amarte. No te defraudará”.
Y añade:
«A Dios-Amor se le anuncia amando: nunca imponiendo la verdad, ni a fuerza de convencer,ni mucho menos aferrándose con rigidez a alguna obligación religiosa o moral.
Se anuncia a Dios, saliendo al encuentro de las personas, teniendo en cuenta su historia y necesidad. El Señor no es una idea, sino una persona viva: su mensaje llega a través del gesto y testimonio sencillo, veraz, en la escucha y acogida, en la alegría que se comparte y difunde».
La Misericordia de Dios, no debe estar sujeta a oportunismos, ni actitudes donde prime el interés personal, en detrimento del otro; no es así como llegaremos a ser testigos creíbles del Amor y la Misericordia de Jesús.
Hay que actuar, ser «voz» de los que la indiferencia, ha dejado fuera, como «ovejas sin pastor».
Estoy pensando en los alejados, que no han encontrado gestos creíbles de Misericordia, perdón y acogida fraterna, en tantos decepcionados y excépticos por culpa de la mentira y apariencia.
¿Seremos sinceros saliendo a su encuentro, dispuestos a darles un abrazo fraterno, a mirarles «cara a cara», como hijos e hijas que son de Dios?
Miren Josune.