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4. Dinámica de la misericordia
¿Cómo acoger la llamada de Jesús a ser misericordiosos como el Padre? Después de siglos de cristianismo, hoy es necesario rescatar la misericordia como un “principio de actuación práctica”, liberándola de una concepción sentimental y moralizante.
El lenguaje de la misericordia puede ser peligroso y ambiguo. En concreto:
- puede sugerir los buenos sentimientos de un corazón bondadoso, pero carente de un compromiso práctico;
- puede quedar reducido a “hacer obras de misericordia” en algún momento, sin abordar las causas injustas de muchos sufrimientos;
- puede entenderse como una actitud paternalista hacia algunos individuos sin reaccionar ante una sociedad que sigue funcionando de manera inmisericorde e injusta.
Hemos de escuchar la llamada de Jesús a la misericordia como un grito de indignación absoluta: el sufrimiento de los inocentes ha de ser tomado en serio; no puede ser aceptado como algo normal pues es inaceptable para Dios.
Por eso, el teólogo Jon Sobrino propuso hace algunos años hablar del “principio misericordia”, es decir, un principio interno que está en el origen de nuestra actuación privada y pública, que permanece siempre presente y activo en nosotros, que imprime en nosotros una atención hacia los que sufren y que nos hace vivir erradicando el sufrimiento y sus causas o, al menos, aliviándolo (Jon SOBRINO, Principio-misericordia. Bajar de la cruz a los pueblos crucificados. Santander. Sal Terrae 1992, 31-45).
La parábola del buen samaritano
El mismo Jesús diseñó la dinámica de la misericordia en una parábola inolvidable que recoge el evangelio de Lucas y que es conocida como “parábola del buen samaritano” (Lucas 10,30-36).
Para no salir malparado de una conversación con Jesús, un maestro de la ley termina haciéndole esta pregunta: «¿Y quién es mi prójimo?». La pregunta era muy importante en aquella sociedad. El “amor al prójimo” era reconocido por todos como un gran precepto, junto al mandato del “amor a Dios”. El Levítico ordena así: «amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Levítico 19,18). Pero en tiempos de Jesús, este precepto se interpretaba desde una concepción muy pragmática.
“Prójimo” es el que está próximo a nosotros y al que es obligatorio amar. Pero esta obligación de amar al que está “próximo” a nosotros va disminuyendo en la medida en que crece la distancia de las personas (miembro de la propia familia, clan, tribu, pueblo de Israel…). Incluso, puede haber personas tan alejadas de nosotros (paganos, adversarios de Israel, enemigos de Dios…) a los que ya no hay obligación de amar: incluso las podemos rechazar. Esta es la pregunta del maestro de la Ley: ¿A quién tengo que considerar “prójimo”? ¿Hasta dónde llegan mis obligaciones?
Jesús, que vive aliviando el sufrimiento de quienes encuentra en su camino rompiendo si hace falta la ley del sábado o las normas de pureza, le responde con la “parábola del buen samaritano” donde diseña de manera muy concreta la verdadera dinámica de la misericordia, por encima de todo legalismo que ignore el sufrimiento de las personas.
Según el relato, un “hombre” asaltado, robado y despojado de todo, yace “medio muerto”, abandonado en la cuneta de un camino peligroso. Por fortuna, aparecen por el camino dos viajeros. Primero un sacerdote y luego un levita. Seguramente vienen del templo después de realizar su servicio cultual. El herido los ve llegar esperanzado: representan al Dios santo del templo, sin duda tendrán compasión de él. No es así. Los dos actúan sin compasión alguna. Al llegar al lugar “ven” al herido, “dan un rodeo” y siguen su camino. Tal vez, como servidores del templo, se atienen al “principio de santidad” del Levítico.
En el horizonte aparece un tercer viajero. No es sacerdote ni levita. Ni siquiera pertenece al pueblo elegido. Es un despreciable samaritano. El herido se puede esperar lo peor. Pero este samaritano va a actuar según el “principio-misericordia”. Lucas describe su actuación con todo detalle. Al llegar al lugar “ve” al herido, “se conmueve” (Lucas utiliza el mismo término para describir la reacción del padre bueno ante su hijo perdido y la reacción del samaritano ante el herido: se conmovió) y “se acerca” a él. Luego, movido por la compasión, hace por aquel desconocido todo lo que puede para restaurar su vida: cura sus heridas, las venda, lo monta sobre su propia cabalgadura, lo lleva a una posada, cuida personalmente de él y paga todo lo que haga falta por su curación.
Dinámica de la misericordia
La mirada compasiva
El samaritano sabe mirar al herido con compasión. La misericordia se despierta en nosotros, no tanto por la atención a la ley o la reflexión sobre los derechos humanos. Brota en nosotros cuando sabemos mirar al que sufre de manera atenta y responsable, conmoviéndonos ante su sufrimiento. Esta mirada es la que puede liberarnos de la indiferencia que bloquea nuestra compasión y de marcos ideológicos o religiosos que nos permiten vivir con la conciencia tranquila.
Como ya hemos dicho, las tradiciones sobre Jesús han conservado el recuerdo de su mirada compasiva al curar a los enfermos, pero Mateo insiste incluso en la mirada compasiva de Jesús, no solo a los individuos sino a las muchedumbres: «Al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos y curó a sus enfermos» (Mateo 14,14); «Al ver a la gente, sintió compasión de ellos porque estaban cansados y abatidos, como ovejas sin pastor» (Mateo 9,36).
Johan Baptist Metz ha recordado que, frente a la “mística de ojos cerrados” más propia de Oriente, volcada sobre todo en la atención a lo interior, el que se inspira en Jesús se siente llamado a cultivar una “mística de ojos abiertos”, una espiritualidad de responsabilidad absoluta hacia los que sufren.
Acercamiento al que sufre
El samaritano, movido por la compasión, se acerca al herido. No se pregunta quién es aquel desconocido para ver si puede tener alguna obligación para con él por razones de raza o de algún parentesco. Sencillamente, se acerca y se hace su prójimo. La actitud de quien vive movido por la compasión no es preguntarse “¿quién es mi prójimo?” sino “¿quién está necesitado de que yo me acerque y me haga su prójimo?”. Cuando uno vive desde la compasión de Dios toma con seriedad a todo ser humano que sufre, cualquiera que sea su raza, pueblo o ideología. No se pregunta a quién tengo que amar sino quién me necesita cerca.
Las tradiciones evangélicas sobre Jesús lo describen deteniéndose y acercándose a cada enfermo o pidiendo que se acerquen cuando está más lejos. En el relato de Marcos de la curación de un ciego en las afueras de Jericó, al escuchar a un ciego que, sentado junto al camino, le pide compasión, Jesús detiene su peregrinación hacia Jerusalén. Nada es para él más importante que el grito del que sufre (Marcos 10,46-52). Luego, ordena a sus discípulos que llamen al ciego y cuando lo tiene cerca, se dirige a él con estas palabras: «¿Qué quieres que yo haga por ti?». Esta es la disponibilidad de Jesús ante el que sufre.
El compromiso de los gestos
El samaritano no se siente obligado a cumplir un determinado código legal. Sencillamente, movido por la compasión, responde a la situación del herido inventando toda clase de gestos a su alcance para aliviar su sufrimiento y restaurar su vida.
De Jesús quedó el recuerdo de un profeta que «ungido por Dios con el Espíritu Santo y con poder, pasó la vida haciendo el bien» (Hechos de los Apóstoles 10,38). Jesús no tiene poder político, ni posee la autoridad religiosa de los dirigentes del templo. No puede resolver los abusos e injusticias que se cometen en aquel rincón del imperio, pero camina por Galilea y Judea, movido por el poder que le infunde el Espíritu Santo de Dios, sembrando gestos de bondad y compasión. Solo algunos ejemplos.
- Abraza a los niños y niñas de la calle. ¿Por qué? Porque no quiere que los seres más frágiles de aquella sociedad vivan como huérfanos cuando tienen a Dios como Padre.
- Bendice a los enfermos. ¿Por qué? Para que no se sientan “malditos de Dios” al no poder recibir la bendición de los sacerdotes del templo.
- Acaricia la piel de los leprosos para que nadie los excluya de la convivencia.
- Cura rompiendo el sábado para que todos sepan que ni la ley más sagrada está por encima de la atención a los que sufren.
- Acoge a los indeseables y come con pecadores y prostitutas porque a la hora de practicar la misericordia, el pecador y el indigno tienen tanto derecho como el justo y piadoso a ser acogidos con misericordia.
Para comprender bien la dinámica de la misericordia podemos diferenciar tres elementos.
- En un primer momento, por decirlo así, hemos de interiorizar el sufrimiento ajeno, dejando que penetre en nosotros; hacerlo nuestro, dejar que nos duela a nosotros.
- En un segundo momento, ese sufrimiento interiorizado provoca en nosotros una reacción; se convierte en punto de partida de un comportamiento activo y responsable; viene a ser un principio de acción, un estilo de vivir.
- Por último, este estilo de vida se va concretando en compromisos y gestos, orientados a erradicar el sufrimiento, o al menos, a aliviarlo.
José Antonio Pagola
II Congreso mundial de Biblia y Mística “Misericordiosos como el Padre”
CITES, Ávila, 7 de septiembre de 2016
«ORA Y LABORA»
Se puede hablar más alto, meter «más ruido», pero no más claro y sincero. Cuando es el corazón compasivo quien se expresa, las palabras «llegan hasta el fondo» allí donde el alma se quita todo ropaje de apariencia «desnuda», ante la Misericordia de Dios.
Con frecuencia, nuestra morada interior suele estar repleta de sentimientos, de pensamientos e ideas, y no pocos anhelos.
Las prisas, el ir contra reloj, las vanas distracciones, no ayudan a dar prioridad a lo esencial, y Dios-Paciente, sigue esperando nuestra respuesta creíble.
Creo que vivimos en un mundo, donde la indiferencia ha sentado «cátedra», tiene «discípulos» que con su complicidad, siguen sus postulados, y como ha dicho el Papa Francisco: «esta sociedad parece que se volvió loca».
Son tantos-as los que no están dispuestos-as, a «bajarse del borrico», tan cómodos están y
¡mira que lanza coces el asno!.
Mientras el sufrimiento toca a la puerta de otros, ya pueden los «crucificados» seguir el ritmo de su agonía sin fin, nada cambia, nada se mueve, nadie se toma la más mínima molestia. Luego, vienen las «sorpresas y avisos» ¡esperados!.
Está dicho, meditado en silencio, en el fondo de nuestro corazón, donde la única presencia es el Amor de Jesús, interpelándonos, llamándonos «a gritos» por ese hombre y mujer «clavados» en las cruces miserables y viles de esta vida.
Estoy en perfecto acuerdo con la idea para mi esencial, descrita en la coherencia práctica a la hora de vivir la compasión. Si no hay la respuesta y compromiso activos, nadie querrá seguir desempolvando los «chotos» de la sapiencia humana, para dar a conocer a Jesús.
Jesús Resucitado, o está vivo y permanecemos en su AMOR, lleno de la Misericordia de Dios, o no encontrará nadie razones donde sustentar el don de la fe.
Pidamos a Dios-Padre, por José Antonio Pagola, que guíe este proyecto, aunando esfuerzos y voluntades. Somos cada vez más, los llamados a hacer viva la Palabra, teniendo presente el mandamiento de Jesús, todos los días, en casa, en el trabajo, la Universidad, el convento, el ocio.
¡Corazòn de Misericordia!, te ruego por los Grupos de Jesús, que seamos un viento fuerte al aire del ESPÍRITU del AMOR, que como bien decía el Cardenal Carlo María Martini: tengamos siempre «las brasas encendidas» de nuestro corazón.
Desde aquí quiero hacer un llamamiento, poder tener un encuentro, sino con todos-as, con cuantos sea posible. Creo que compartir una Eucaristía será una gran Fiesta.
Miren Josune