
Jon Sobrino y José Antonio Pagola
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5. A modo de conclusión
Hacia una Iglesia samaritana
Para la Iglesia es muy importante encontrar su sitio en la sociedad moderna. Es evidente que la Iglesia de Jesús no puede vivir encerrada en sí misma, preocupada solo por sus problemas, pensando exclusivamente en sus intereses. Ha de estar en medio del mundo, pero no de cualquier manera. Si acoge con verdad la herencia del profeta de la misericordia ha de estar en un lugar muy preciso: allí donde se produce sufrimiento, allí donde están las víctimas, los empobrecidos, los maltratados por la vida o la injusticia de los hombres, las mujeres maltratadas en su propio hogar, los refugiados, los extranjeros sin papeles. Por decirlo en una palabra, ha de estar en la cuneta junto a los heridos.
A lo largo de los siglos han surgido en la Iglesia instituciones benéficas, centros asistenciales, hospitales, lugares de acogida, congregaciones religiosas para asistir a enfermos, huérfanos, apestados, niños abandonados, prostitutas, enfermos psíquicos. Ellos son el rostro compasivo de la Iglesia, lo mejor que tenemos en la Iglesia. Pero no es suficiente. Hemos de trabajar para que la Iglesia como tal esté configurada en su totalidad por el principio de la misericordia. La Iglesia tendría que hacerse notar por ser el lugar donde se pueda observar la reacción más comprometida y audaz ante el sufrimiento que hay en el mundo. El lugar más sensible ante todas las heridas físicas, morales y espirituales de los hombres y mujeres de hoy. La misericordia es lo que puede hacer a la Iglesia de hoy más creíble.
¿Qué puede significar hoy en nuestra cultura una palabra magisterial sobre el sexo, la familia, la mujer o los diferentes problemas de la vida, dicha sin compasión hacia los que sufren? ¿Para qué una teología académica, si no nos despierta de la indiferencia? ¿Para qué insistir en la liturgia y el culto si el incienso y los cánticos no nos dejan oír los gritos de los que sufren? Tiene razón J. B. Metz, que lleva años denunciando que en las comunidades cristianas de los países satisfechos de Europa hay demasiados cánticos y pocos gritos de indignación, demasiada complacencia y poca nostalgia de un mundo más humano, demasiado consuelo y poca hambre de justicia.
Por otra parte, es urgente introducir en la actuación y en el mensaje de la Iglesia un principio evangelizador que yo formularía así:
Todo aquello que impide, oscurece o dificulta
captar el misterio de Dios como misericordia,
ofrecimiento continuo de perdón gratuito y alivio del sufrimiento,
ha de desaparecer de la Iglesia,
pues no contiene la Buena Noticia de Dios proclamada por Jesús.
Hacia una cultura alentada por la misericordia
Si somos fieles a la herencia de Jesús sobre la misericordia de Dios, hemos de afirmar que lo decisivo para la historia humana es acoger, introducir y desarrollar la compasión que exige justicia para los que más sufren. No basta desarrollar un progreso según la visión que tienen los poderosos económicos, políticos y religiosos, casi siempre orientados hacia sus propios intereses. Hay que hablar de justicia, sí, pero de justicia que nace de la compasión y que introduce en el mundo una nueva dinámica y una nueva dirección. La compasión lo dirige e impulsa todo hacia una vida más digna para los que más sufren.
No hay progreso humano, no hay política progresista, no hay proclamación responsable de los derechos humanos, no hay justicia en el mundo si no es buscando una vida más digna, más justa y más solidaria con los últimos de la Tierra. También hoy, para los seguidores de Jesús, los últimos han de ser los primeros. El camino hacia un mundo más digno y dichoso para todos se empieza a construir desde ellos. Esta primacía es absoluta. La quiere Dios. No ha de ser menospreciada por ninguna política, ideología o religión.
Estoy convencido de que los cristianos de hoy hemos de aprender a seguir a Jesús desde las víctimas. Esto exige romper la cultura de la indiferencia, pensar desde el sufrimiento de las víctimas, hacer sitio en nuestra vida a los marginados y excluidos, promover la solidaridad a nivel mundial pensando en las necesidades de los últimos y olvidándonos del desarrollo de nuestro bienestar (expongo estos aspectos en Recuperar el proyecto de Jesús. PPC, Madrid 2015).
Terminaré recordando los gritos desgarradores de Francisco en la pequeña isla de Lampedusa (Discurso del papa Francisco el 8 de julio de 2013 en Lampedus):
«Hemos perdido el sentido de la responsabilidad fraterna.»
«La cultura del bienestar nos hace insensibles a los gritos de los demás.»
«Hemos caído en la globalización de la indiferencia.»
«Nos hemos acostumbrado al sufrimiento del otro…
y ya no nos interesa, no es asunto nuestro.»
La tarea más importante para la Iglesia del nuevo siglo
Al comenzar el siglo veintiuno, A. Filipi y F. Strazzari, preguntaron a diversos teólogos sobre cuál podía ser la tarea más importante para la Iglesia del nuevo siglo (ver “La cosa piu importante per la Chiesa del 2000”. Dehoniane, Bologna 2000). Pude ver con alegría la convergencia de varios teólogos de gran prestigio que destacaban de diversas maneras la importancia de la misericordia:
“Desde la sensibilidad por el dolor del otro…
la Iglesia ha de promover la compasión social y política
en el mundo.” J. Baptist Metz
“Frente a la tendencia de crear sistemas económicos,
políticos, culturales y religiosos de exclusión…
la Iglesia ha de decir un sí a la inclusión,
al reconocimiento del otro,
del extranjero, del excluido.” Marciano Vidal
“Solo una Iglesia de los pobres
que baja de la cruz a los crucificados…
hará presente a Dios en nuestro mundo.” Jon Sobrino
“El mensaje cristiano, que ya no es creíble
en el mundo posmoderno…,
solo tocará el corazón del hombre de hoy
si ve a la Iglesia al servicio de la humanidad
doliente y amenazada.” E. Schillebeeckx
José Antonio Pagola
II Congreso mundial de Biblia y Mística “Misericordiosos como el Padre”
CITES, Ávila, 7 de septiembre de 2016