Dios, misterio insondable de amor misericordioso
Jesús capta y vive la realidad insondable de Dios como un misterio de misericordia. Lo que define a Dios no es el poder, la fuerza o la astucia, como en el caso de las divinidades paganas del imperio. Por otra parte, Jesús no habla nunca de un Dios indiferente o lejano, olvidado de sus criaturas. Menos aún de un Dios interesado por su honor, sus intereses, su templo o su sábado. En el centro de su experiencia de Dios no nos encontramos con un “legislador” que intenta gobernar el mundo por medio de leyes ni con un Dios “justiciero”, irritado o airado ante el pecado de los hombres. Para Jesús, Dios es “misericordioso”, “compasivo”. Dios es un “Padre querido” (Abbá) que tiene entrañas de madre: Dios siente hacia nosotros lo que una madre siente hacia el hijo que lleva en sus entrañas.
Esta es la Buena Noticia de Dios proclamada por Jesús. El misterio último de la realidad que los creyentes llamamos “Dios” es un misterio de misericordia infinita, bondad sin límites, ofrecimiento continuo de perdón. En Dios, la misericordia no es una actividad entre otras, sino que todo su ser consiste en ser misericordioso con sus criaturas.
Jesús, “rostro de la misericordia del Padre”
Una vida orientada hacia los más necesitados de compasión
Jesús dice así: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad y a los ciegos la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor” (Lc 4,17-19).
Jesús se siente “ungido por el Espíritu” de un Dios que orienta toda su actuación profética en dirección hacia los más necesitados de compasión. Estos cuatro grupos de personas, los “pobres”, los “cautivos”, los “ciegos” y los “oprimidos” representan y resumen a los que Jesús lleva más dentro de su corazón de profeta de la compasión.
El sufrimiento, primera preocupación de Jesús
La primera preocupación de Jesús es el sufrimiento y la marginación que sufren las gentes más enfermas y desnutridas de Galilea, la defensa de aquellos campesinos explotados por los poderosos terratenientes. Los evangelios no presentan a Jesús caminando por Galilea en busca de pecadores para convertirlos de sus pecados. Lo describen acercándose a los enfermos para aliviar su sufrimiento; acariciando la piel de los leprosos para liberarlos de la exclusión. No es que no le preocupe el pecado, sino que, para el Profeta de la compasión, el mayor pecado contra el proyecto humanizador del reino de Dios consiste en introducir en la vida sufrimiento injusto o tolerarlo con indiferencia, desentendiéndonos de las personas que sufren.
Esta atención al sufrimiento hace de Jesús un Profeta curador. Jesús vive al Dios de la misericordia como un Dios amigo de la vida. Sufre al ver la distancia enorme que hay entre el sufrimiento de tanta gente desnutrida y enferma y la vida sana que Dios quiere para sus hijos.
Jesús experimenta también al Dios de la misericordia como el Dios de los últimos: los empobrecidos por los poderosos y los olvidados por la religión. Jesús sufre al ver que nadie les hace justicia. Por eso se siente también Profeta defensor de los pobres. Su primer gesto es compartir con ellos su suerte. La vida pobre e itinerante de Jesús y de sus discípulos, sin provisiones ni túnica de repuesto, no es austeridad. Es su forma de compartir la indefensión, la vulnerabilidad y los riesgos que padecen tantos desgraciados.
La acogida a los “pecadores” más despreciados
Los evangelios destacan que lo que provocó más escándalo y hostilidad hacia Jesús fue su amistad hacia un colectivo de personas a las que se llamaba despectivamente “pecadores”. Se los consideraba excluidos de la Alianza, bien por su comportamiento inmoral, bien por su profesión, bien por su contacto con paganos, su colaboración con Roma, o razones semejantes.
Lo que más escandalizaba era la costumbre de Jesús de sentarse a comer con ellos en la misma mesa. No es algo anecdótico o secundario. Es el rasgo que caracteriza su modo de actuar con los pecadores más despreciados. Es el gesto profético más original y representativo del Profeta de la misericordia. En medio de un clima de condena y discriminación general, Jesús introduce un gesto profético de acogida e inclusión.
El asunto era explosivo. Sentarse a la mesa con alguien siempre es una prueba de respeto, confianza y amistad. No se come con cualquiera… Pero, además, Jesús se acercaba a comer con ellos no como un maestro de la Ley, preocupado por examinar su vida escandalosa, sino como Profeta de la misericordia de Dios que les ofrece su amistad y comunión.
La mesa de Jesús es una mesa abierta a todos. Dios no excluye a nadie, ni siquiera a los pecadores más despreciados. Esta mesa, compartida por todos, rompe el círculo diabólico de la discriminación y abre un espacio nuevo donde todos son acogidos e invitados a encontrarse con el Padre de la misericordia. Jesús pone a todos, justos y pecadores, ante el misterio insondable de Dios. Ya no hay justos con derechos y pecadores sin ellos. A todos se les ofrece gratuitamente la misericordia infinita de Dios. Solo quedan excluidos los que no la acogen.
José Antonio Pagola, NUEVA ETAPA EVANGELIZADORA, 4. Caminos de evangelización, capítulo 3