Queridos amigos y amigas de Grupos de Jesús:
Reproducimos una entrevista que la revista Arántzazu hizo a José Antonio Pagola en noviembre de 2015, con ocasión del inicio del año jubilar de la misericordia.
Estamos llegando a la conclusión del año jubilar, pero sigue siendo importante reflexionar sobre este aspecto central de nuestra fe. Sin duda, estos comentarios hechos desde el conocimiento del modo de actuar, sentir y reaccionar de Jesús en los evangelios, nos ayudarán a entender mejor a qué estamos invitados a vivir.
P/ José Antonio, ¿de qué hablamos cuando nos referimos a la misericordia?
R/ Antes que nada, puede ser interesante que tomemos nota de la riqueza del lenguaje que empleamos para hablar de la misericordia. Podemos emplear la palabra “misericordia” que significa “poner el corazón en los que viven en la miseria”. Es decir, poner en el centro de nuestro corazón, de nuestra atención y de nuestro comportamiento a los pobres, los enfermos, los hambrientos, los desgraciados.
Podemos también emplear el término “compasión” que significa “sufrir con el que sufre”, es decir, no ser indiferentes, hacer nuestro el sufrimiento de los demás, no desentendernos, que nos duela el sufrimiento de la gente.
Los evangelistas, al hablar de Jesús emplean un verbo (splanjnizomai) que, de ordinario, se traduce diciendo que Jesús se conmovía ante los enfermos, los leprosos, los niños de la calle… pero literalmente significa que a Jesús “le temblaban las entrañas”. Para conmovernos hemos de romper la dureza de nuestro corazón, la indiferencia, la frialdad…
P/ Y Jesús, ¿cómo habla de la misericordia de Dios?
R/ Nosotros solemos decir que “Dios es amor” pero ese lenguaje es de un escrito de Juan. Curiosamente, Jesús habla poco del “amor”: solo cuando resume toda la Ley en amar a Dios y amar al prójimo y cuando lo contrapone al odio. Hoy el lenguaje del amor está devaluado: hay amor de padres a hijos, amor entre hermanos, amor entre amantes; hay amor al dinero, a la patria, al arte… Cuando Jesús habla en su lengua materna nos dice que le vive a Dios como “rahum”, que significa que Dios “tiene entrañas”, es “entrañable”. Pero “rahamin” en arameo son las “entrañas de la mujer”. Por eso, los expertos dicen que la imagen que emplea Jesús es que Dios es un Padre querido que tiene entrañas de madre: siente hacia nosotros lo que siente una madre hacia el hijo que lleva en sus entrañas.
P/ José Antonio, ¿qué puede significar este Año Jubilar de la Misericordia para los cristianos?
R/ Yo hablaría desde una doble perspectiva. Este año hemos de escuchar, por una parte, una llamada a reavivar nuestra confianza en la insondable misericordia de Dios: abrirnos en nuestras parroquias y comunidades a la misericordia, a la ternura y al perdón continuo de Dios. Por otra parte, hemos de escuchar la llamada de Jesús: “Sed misericordioso como vuestro Padre es misericordioso”. Hemos de romper nuestra indiferencia de hombres y mujeres satisfechos, tan propia de los países de la abundancia y del bienestar, y no abandonar vergonzosamente a los últimos de la Tierra en la miseria, el hambre y la humillación. Sin compasión nos seguiremos deshumanizando cada vez más.
P/ Al tocar este tema de la misericordia, ¿estamos abordando un tema clave o es un tema entre otros muchos importantes del Evangelio y de la vida de la Iglesia?
R/ La misericordia es la gran herencia de Jesús. Su llamada a ser misericordiosos como el Padre es la clave del Evangelio. Estas palabras de Jesús no son propiamente una ley o un precepto. Son un nuevo principio de actuación. La misericordia no es una virtud más. Es la única manera de parecernos a Dios, la única forma de tratar a las personas como Él. El único modo de construir un mundo más justo y fraterno. El único camino para construir una Iglesia más humana y más creíble.
Por eso, me apena tanto y me indigna ver que la misericordia no es, muchas veces, el primer principio de actuación en el ejercicio de la autoridad por parte de algunos sectores de la jerarquía, ni en el quehacer de ciertos teólogos, ni en la orientación de no pocas iglesias diocesanas ni en la construcción de las parroquias y comunidades cristianas.
P/ Venimos de una comprensión moralista de la vida cristiana, ¿no es ese el mayor obstáculo para caminar hacia una Iglesia de la misericordia?
R/ Sí, ese puede ser un obstáculo grave. Pero creo que hay algo más grave. Pienso que, después de veinte siglos de cristianismo, todavía no nos atrevemos a creer que el Misterio último de la realidad que los creyentes llamamos “Dios” es un Misterio de misericordia infinita, bondad sin límites, perdón continuo. En Dios, la misericordia no es una actividad más entre otras, sino que todo su ser y toda su actividad consiste en ser misericordioso con sus criaturas. Si interviene en nuestra vida es siempre para ofrecernos su misericordia. Si nos juzga, nos juzga siempre con misericordia.
De esta fe en la “misericordia infinita” de Dios hemos de desarrollar una experiencia nueva de Dios. Dios no es un ser “omnipotente” y arbitrario que puede hacer con nosotros cualquier cosa. Dios no lo puede todo. Solo puede lo que puede su amor misericordioso: no puede vengarse, no nos puede guardar rencor, no puede devolvernos mal por mal. Dios no es “omnisciente” para controlarnos día y noche en todas partes, hasta lo más secreto de nuestro corazón, con su “gran ojo” eternamente escrutador. Al contrario, su mirada misericordiosa nos envuelve enteramente porque ama todo nuestro ser, nada queda fuera de su mirada amorosa.
P/ Pero ¿no confesamos todos el amor infinito de Dios?
R/ Sí. Además, algunos rezamos todos los días los salmos y decimos continuamente que “la misericordia de Dios no tiene fin”. Pero luego proyectamos sobre esa misericordia nuestros fantasmas y nuestros miedos. Recortamos y deformamos su amor infinito desde nuestra mediocridad y nuestra desconfianza. No nos atrevemos a confiar en esa misericordia infinita de Dios, indestructible, sin límites ni restricciones. Nos parece algo demasiado hermoso para ser verdad. Nos vamos alejando del mensaje de las grandes parábolas de Jesús y terminamos pensando que Dios nos ama, pero como nosotros: con condiciones y cuando nos lo merecemos.
P/ Todavía se oye decir que, junto a la misericordia, hace falta la “verdad”, como si la misericordia necesitara verificarse a través del criterio de la verdad. ¿No es la misericordia la “verdad” del Evangelio?
R/ En el último sínodo ha habido intervenciones que han sido calificadas como “un nuevo fundamentalismo teológico que pretende subordinar el ejercicio de la misericordia hacia los divorciados a “verdades eternas, abstractas y del todo inmutables”. Frente a esta posición ha prevalecido, al parecer, la de aquellos que, siguiendo a santo Tomás, han considerado que la disciplina de la Iglesia no puede deducirse de “verdades abstractas” sino que es necesario discernir las situaciones concretas, siempre muy diversas, y juzgarlas a la luz del Evangelio con prudencia, sabiduría y misericordia, sabiendo que la Iglesia ha de anunciar y ofrecer siempre a todos la misericordia infinita de Dios sin deformarla, limitarla u oscurecerla. Ahora hemos de esperar la Exhortación Apostólica postsinodal del papa Francisco. La espero con verdadero interés, pero intuyo que el camino hacia una Iglesia de la Misericordia no va a ser fácil.
P/ ¿Qué cambios deberían darse en la Iglesia si de verdad nos hacemos con la clave de la misericordia?
R/ Creo que hemos de seguir revisando la teología metafísica de Dios y sus atributos, que ha sido desarrollada durante siglos ignorando el Amor misericordioso. Se debería también revisar concepciones incorrectas del juicio de Dios. En la predicación se olvida con frecuencia que la justicia de Dios es la justicia de quien es Amor infinito y Misericordia sin límites. Al juzgarnos, Dios no es como un juez humano, por ejemplo de la Audiencia Nacional, que imparte justicia ateniéndose a unas leyes establecidas previamente. Dios se atiene a su Amor infinito y no tiene que justificar ante nadie su misericordia gratuita e inmerecida. No se atiene a leyes externas a Él, elaboradas por la mente humana.
P/ Y ¿qué me dices de la predicación de los curas?
R/ En primer lugar creo que los curas hemos de tener muy claro en toda nuestra actuación que Jesús nos pone a todos, justos y pecadores, ante el misterio insondable de la misericordia de Dios. Para él, ya no hay justos con derechos y pecadores sin derechos. Dios ofrece a todos su misericordia, sin discriminación alguna. Solo quedan excluidos los que no la acogen.
También creo que hemos de introducir en nuestro lenguaje la idea del “perdón continuo” de Dios. Dios no es como nosotros, que nos enfadamos cuando alguien nos ofende. Dios no reacciona así. Es perdón. Nos está ofreciendo su perdón siempre. No está esperando a que nosotros demos el primer paso. En el sacramento de la reconciliación lo que hacemos es acoger ese perdón, celebrarlo y corresponder con amor agradecido a su amor gratuito e inmerecido.
Por último creo que hemos de hacer resonar con claridad este mensaje de Jesús a todos los colectivos que se sienten condenados, discriminados o ignorados por la Iglesia (prostitutas, delincuentes, toxicómanos, gais, lesbianas, transexuales…):
“Cuando os veáis condenados por la Iglesia, sabed que Dios os está acogiendo.
Cuando os sintáis rechazados por la sociedad, sabed que Dios os mira con amor.
Cuando nadie os perdone, sentid sobre vosotros el perdón inagotable de Dios.
Cuando os sintáis solos y humillados, escuchad vuestro corazón
y sentiréis que Dios está con vosotros.
Aunque nosotros os abandonemos, Dios no os abandonará jamás.
No lo merecéis. No lo merecemos nadie. Pero Dios es así: misericordia y perdón sin límites”.