ANTE EL MISTERIO DEL NIÑO
Los hombres terminamos por acostumbrarnos a casi todo. Con frecuencia, la costumbre y la rutina van vaciando de vida nuestra existencia. Decía Ch. Peguy que «hay algo peor que tener un alma perversa, y es tener un alma acostumbrada a casi todo». Por eso no nos puede extrañar demasiado que la celebración de la Navidad, envuelta en superficialidad y consumismo alocado, apenas diga ya nada nuevo ni gozoso a tantos hombres y mujeres de «alma acostumbrada».
Estamos acostumbrados a escuchar que «Dios ha nacido en un portal de Belén». Ya no nos sorprende ni conmueve un Dios que se ofrece como niño. Lo dice A. Saint-Exupéry en el prólogo de su delicioso Principito: «Todas las personas mayores han sido niños antes. Pero pocas lo recuerdan». Se nos olvida lo que es ser niños. Y se nos olvida que la primera mirada de Dios al acercarse al mundo ha sido una mirada de niño.
Pero esa es justamente la gran noticia de la Navidad. Dios es y sigue siendo Misterio. Pero ahora sabemos que no es un ser tenebroso, inquietante y temible, sino alguien que se nos ofrece cercano, indefenso, entrañable, desde la ternura y la transparencia de un niño.
Y este es el mensaje de la Navidad. Hay que salir al encuentro de ese Dios, hay que cambiar el corazón, hacernos niños, nacer de nuevo, recuperar la transparencia del corazón, abrirnos confiadamente a la gracia y el perdón.
A pesar de nuestra aterradora superficialidad, nuestros escepticismos y desencantos, y, sobre todo, nuestro inconfesable egoísmo y mezquindad de «adultos», siempre hay en nuestro corazón un rincón íntimo en el que todavía no hemos dejado de ser niños.
Atrevámonos siquiera una vez a mirarnos con sencillez y sin reservas. Hagamos un poco de silencio a nuestro alrededor. Apaguemos el televisor. Olvidemos nuestras prisas, nerviosismos, compras y compromisos.
Escuchemos dentro de nosotros ese «corazón de niño» que no se ha cerrado todavía a la posibilidad de una vida más sincera, bondadosa y confiada en Dios. Es posible que comencemos a ver nuestra vida de otra manera. «No se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos» (A. Saint-Exupéry).
Y, sobre todo, es posible que escuchemos una llamada a renacer a una fe nueva. Una fe que no anquilosa sino que rejuvenece; que no nos encierra en nosotros mismos sino que nos abre; que no separa sino que une; que no recela sino confía; que no entristece sino ilumina; que no teme sino que ama.
José Antonio Pagola
NACE EL AMOR
Enmanuel. Muestra su «rostro de Amor», en el pequeño y frágil cuerpo de un recién nacido; su llanto irrumpe en la noche y expresa los dolores, las fatigas del parto de su Madre. Más, el gozo estremecido de la Vida que nace, encuentra su Paz y descanso, en el regazo de María. Su FIAT confiado y fecundo, tiene ya la respuesta del Amor. Dependiente en su fragilidad, como todo recién nacido, su alimento y sueño están, en el seno donde su madre, le acaricia y mece con ternura. Madre e hijo se entregan así y sostienen su vida, en las «manos» amorosas del Padre.
Bajo la bóveda del firmamento, el fulgor
y parpadeo, de multitud de brillantes estrellas, inundan con su luz, ríos y valles, montañas y senderos, lagos y bosques. Todo cuanto alcanza la mirada, es una explosión de vida en medio del Silencio Sagrado de esta noche, donde sólo se escuchan, los susurros que emite la Naturaleza: El agua cristalina que corre alegre, entre las piedras del río, los grillos cantarines frotando sus élitros, las aves volando presurosas al son de su trinar…
Es una noche especial; a lo lejos se divisa, el chisporroteo de las brasas encendidas que arden en medio de los prados. Sentados en derredor, sencillos pastores contemplan con asombro, la Luz intensa abriéndose paso, señalando el camino que lleva hasta un humilde cobertizo, donde el Amor de María y José, abraza, mecen y acarician al recién nacido. Desde la fragilidad que señala los límites humanos, hasta el insondable «Misterio» de Dios, se abre en el corazón del hombre y la mujer, el gran anhelo del Amor y la certeza de sentirse amados.
Jesús no aparece en la historia de la Humanidad, rodeado del poder y ruido mediático. No conoce el dudoso saber de la ciencia, ni las imperantes y extrañas filosofías del mundo que le tocó vivir. Sin embargo, él custodió en su corazón, con celo Profético, las Palabras que el Padre le había dado a conocer, la Sabiduría de la Vida. Toda su vida se sentirá amado por el Padre, en diálogo permanente con su Amor, haciendo en todo su voluntad.
Evidencia de la Verdad certera de sus gestos, sanando las heridas y dando vida, perdonando la torpeza y error, el pecado y fragilidad. Poniendo en pie la dignidad, saciando el hambre y la sed de AMOR, haciendo justicia a los maltratados y los abandonados de la vida, alentando su Esperanza, la de ser un día DICHOSOS.
No busquemos la cátedra, el sillón regio ni el asiento de preferencia. Jesús nace, entre aromas de heno y paja, el sencillo cobertizo, sin otras comodidades, que el abrigo y calor de las brasas encencidas, que José se ha esmerado en preparar.
Bajo la Luz resplandeciente e inmensa, cuyo esplendor cubre la bóveda celeste, se oye el canto jubiloso, que anuncia a los hombres y mujeres la Paz: «hoy, en la ciudad de David, os ha nacido el Salvador, el Mesías, el Señor».
Ante este Amor que Dios nos regala, no cabe la actitud de soberbia e imposición frente al otro, el afán por ambicicionar el mejor «puesto», subir peldaños de poder y dominio, con el único fin de ejercer el sometimiento servil y la tiranía sobre los otros. Sólo tienen digna y justa cabida, el Amor fraterno compartido en el respeto mutuo, sin el rechazo y la indiferencia de la actitud interesada, donde convertimos al otro, en el rival y obstáculo, objeto de rechazo.
Acerquémonos con humildad de corazón y Alegría gozosa, a la contemplación de este niño. Mirar en su humilde pobreza, la carencia y necesidad de tantos hombres y mujeres, tantos niños-as huérfanos-as, del Amor de sus padres. Hagamos de la Navidad, espacio de encuentro fraterno, donde tengan cabida los otros-as, mis hermanos-as, poderles decir de verdad: ENMANUEL: Dios está con nosotros.
Miren Josune.