Cristo resucitado es nuestra esperanza
Después de una obra dedicada a Recuperar el proyecto de Jesús y una segunda titulada Anunciar hoy a Dios como buena noticia, aquí abordo un tema decisivo: Cristo resucitado es nuestra esperanza, orientado directamente a reavivar el aliento de las comunidades cristianas y a despertar la esperanza, con frecuencia bastante adormecida.
A veces olvidamos que ha sido el encuentro con Jesús resucitado y su presencia viva en las primeras comunidades lo que hizo posible de nuevo el seguimiento. Es el Resucitado quien llama de nuevo a sus discípulos, restaura la relación con ellos y define el camino que han de seguir. La posibilidad de seguir a Jesús vivo a través de toda la historia empieza en realidad a partir de la resurrección de Jesús. Nosotros no seguimos hoy a Jesús guiados por su presencia física, como los discípulos en Galilea, sino sostenidos y alentados por el Espíritu del Resucitado, que habita en nuestros corazones y actúa en nuestras comunidades.
¿Qué ofrezco en este nuevo trabajo? Antes que nada hemos de tomar conciencia de que a nuestras parroquias y comunidades les está llegando «la hora de la verdad». Así titulo el capítulo primero. El cristianismo, tal como es vivido por no pocos, no podrá subsistir por mucho tiempo. O nos abrimos interiormente a la fuerza del Resucitado o se irá extinguiendo en pocas décadas. Tal como es vivida en no pocas comunidades, la fe cristiana no tiene hoy fuerza para suscitar verdaderos «discípulos» de Jesús ni «seguidores» que, identificados con su proyecto, trabajen por abrir caminos al reino de Dios. Con frecuencia solo generan «adeptos» a una religión, es decir, miembros de una institución que cumplen más o menos lo establecido. Pasar de esta situación a comunidades marcadas por el contacto vital con Jesucristo significa hoy para la Iglesia un «segundo nacimiento» digno del primero, pues no se trata simplemente de algunas reformas o adaptaciones de carácter pastoral o litúrgico, sino de una transformación a nivel de interioridad espiritual, generada, sostenida y desarrollada por la acción creadora del Resucitado.
No podemos reducir la resurrección de Jesús a un acontecimiento sucedido en el pasado, hace algo más de dos mil años. Hemos de preguntarnos cómo podemos hoy nosotros encontrarnos con Cristo resucitado, y cómo y por qué cauces podemos experimentar la fuerza y la creatividad que brotan del Espíritu del Resucitado, que es siempre «dador de vida». En el capítulo segundo, titulado «Encontrarnos con el Resucitado», nos acercamos de manera sencilla a algunos rasgos de la experiencia de los primeros discípulos para sugerir caminos humildes que nos animen a vivir hoy entre nosotros la paz, la alegría y el perdón que se nos regalan también a nosotros; para acoger su fuerza vivificadora; para resucitar lo que está muerto en nosotros; para comprometernos a luchar siempre por la vida donde otros ponen muerte o para ser, sencillamente, testigos de su resurrección.
El capítulo tercero lo titulo «Cristo es nuestra esperanza». Después de tomar conciencia de que vivimos en una sociedad necesitada de esperanza, afirmo que nuestra esperanza tiene un nombre: Jesucristo; y que se funda en un hecho: su resurrección. Desde Jesucristo resucitado hemos de aprender a creer en el «Dios de la esperanza», en el que descubrimos el «futuro último» de la historia, y a construir hoy la Iglesia como «comunidad de esperanza». Trazo luego algunos rasgos básicos de la esperanza cristiana y sugiero algunas tareas para nuestros días, como abrir horizontes a la vida, criticar la absolutización de lo presente o introducir contenido humano en el progreso. Termino apuntando algunas claves para promover la creatividad de la esperanza cristiana: frente a un «nihilismo fatigado», confianza en Dios; frente al pragmatismo científico-técnico, defensa de la persona; frente al individualismo, solidaridad; frente a la indiferencia, misericordia.
El lugar privilegiado para vivir nuestro encuentro con el Resucitado es, sin duda, la celebración de la eucaristía del domingo, día del Señor. Mi exposición de este capítulo cuarto, que titulo «La eucaristía, experiencia de amor y de justicia», va a tener tres partes. En la primera trato de mostrar cómo nuestras ambigüedades y mediocridad frustran la eucaristía como sacramento de amor y solidaridad fraterna. En la segunda expongo cómo y por qué la eucaristía exige, para ser celebrada con verdad, el compromiso de la solidaridad fraterna y la lucha por la justicia de Dios: hablo en concreto de la eucaristía como cena del Señor, fracción del pan, acción de gracias, memorial del Crucificado y presencia viva del Resucitado. Por último ofrezco algunas sugerencias concretas para vivir la eucaristía del domingo como fuente de justicia y de amor en las parroquias y comunidades cristianas.
En el capítulo quinto, que he titulado «Orar con el Espíritu del Señor», solo pretendo sugerir caminos para recuperar o mejorar nuestra comunicación personal con Dios. Comienzo hablando de la oración como hecho humano para mostrar cómo en lo más hondo del ser humano se abren caminos hacia la oración y el encuentro con Dios: desde el grito del necesitado a la búsqueda de Dios; de la alegría de vivir a la alabanza; de la queja a la confianza; de la culpa a la acogida del perdón; de la caducidad a la esperanza. Trato después de la oración cristiana, apuntando algunos rasgos básicos: invocar a Dios como Padre, dialogando con un Dios personal, con la confianza de hijos queridos, desde la responsabilidad de sentir a todos como hermanos. Trato a continuación del Padrenuestro, única oración que Jesús ha dejado en herencia a sus seguidores, mostrando la originalidad de su contenido revolucionario. Termino ofreciendo algunas sugerencias para recuperar la oración cuando ha sido abandonada casi por completo, o para reavivarla cuando ha quedado reducida a rutina y mediocridad.
He titulado el capítulo sexto así: «Fidelidad al Espíritu del Resucitado en tiempos de renovación». Comienzo por señalar las graves consecuencias que se siguen cuando olvidamos la acción del Espíritu en nuestras comunidades. Expongo luego que el primer servicio del Espíritu a la Iglesia es conducirla a la obediencia a Jesucristo como su único Señor. A continuación insisto en la importancia de estar atentos a la acción del Espíritu en toda la Iglesia. Me detengo después en diversos aspectos que hemos de cuidar en las comunidades para responder al impulso misionero del Espíritu con fidelidad, confianza y audacia. Subrayo luego la importancia de la docilidad al Espíritu del Señor, creador de comunión y fuente de creatividad. Por último señalo que una Iglesia ungida por el Espíritu de Jesús se ha de sentir siempre enviada a los pobres y desgraciados.
Terminaremos nuestro recorrido con un capítulo que he titulado: «Esperar nuestra resurrección». Comienzo este último capítulo recordando que solo resucitando con Cristo entramos para siempre en el misterio insondable de Dios. Luego evoco de manera sencilla la comunión amorosa con Dios, en la que encontraremos la plenitud de nuestra vida. Señalo a continuación que esta plenitud abarcará todas las dimensiones de nuestro ser, incluida la corporalidad. Muestro después cómo la comunión amorosa con Dios se convertirá en fuente de amor pleno y feliz entre todos sus hijos. Recuerdo a continuación que esta vida eterna la viviremos en «unos cielos nuevos y una nueva tierra en los que habitará la justicia». Concluyo apuntando la importancia de que los cristianos aprendamos a pregustar ya desde esta tierra nuestra felicidad eterna en el cielo.
José Antonio Pagola
3. Cristo resucitado es nuestra esperanza
«El Espíritu del Resucitado habita en nuestros corazones y actúa en nuestras comunidades».
Darnos cuenta de ello es motivo de esperanza, alegría, gratitud y confianza .
Estar atentos a vivirlo cada día .
Siento una gratitud muy grande por la oportunidad que he tenido de conocer y pertenecer a uno de los Grupos de Jesús , concretamente el Grupo Galilea, que como los demás , vivimos esta experiencia y como dice una de mis compañeras… «Se nota que el Espíritu revolotea entre nosotros».
Gracias una vez más a Jose Antonio Pagola que nos puso en camino de «Volver a Jesús». Y gracias también a nuestro coordinador Mario González, que con su dedicación y esfuerzo contribuye a la buena marcha de los Grupos.
Dios los bendiga.