Laudato si’ es el nombre de la última encíclica del papa Francisco. El tema expuesto es el más revolucionario de todos los tratados por los últimos papas sobre el cuidado de la «hermana tierra». Es una encíclica dirigida a todos los hombres de la tierra.
El nombre ha sido tomado de un cántico religioso de san Francisco de Asís, que compuso en dialecto “umbro” a finales del año 1224, cuando ya estaba viejo, muy enfermo y casi ciego. Por la introducción de textos en lengua latina es considerado el primer documento del idioma italiano.
El texto es un canto a la creación y al amor que se debe tener por toda la naturaleza. Comienza así:
Altísimo y omnipotente buen Señor,
tuyas son las alabanzas, la gloria y el honor y toda bendición.
A ti solo, Altísimo, te convienen
y ningún hombre es digno de nombrarte.
Alabado seas, mi Señor, en todas tus criaturas,
especialmente en el Señor hermano sol,
por quien nos das el día y nos iluminas…
Esta es la primera vez que un papa asume la responsabilidad de abordar un tema relacionado con la ecología.
Considero que el papa tiene el derecho y la obligación de hablar del cambio climático que afecta a los pueblos más vulnerables; cuyo ejemplo son las inundaciones y los huracanes que provocan la pérdida de cosechas y, por tanto, el hambre y la emigración masiva.
En este documento ha tomado los pensamientos, sobre el tema, de Juan Pablo II y de Benedicto XVI. También resoluciones y comentarios de las conferencias episcopales del mundo entero, desde la de Estados Unidos a la de Alemania, la de Brasil, la de la Patagonia-Comahue, la del Paraguay, etc. De los documentos del episcopado latinoamericano (CELAM), de Medellín (1968), de Puebla (1979) y de Aparecida (2007), que hicieron una opción por los pobres contra la pobreza y a favor de la liberación y de muchos temas que hablan de la “casa común”, de la “madre Tierra”, del “grito de la Tierra y del grito de los pobres”.
Por primera vez cita grandes pensadores cristianos y de otras religiones.
-Pierre Teilhard de Chardin, como precursor de la visión cósmica de Cristo.
-Romano Guardini, que escribió un libro crítico contra las pretensiones de la modernidad.
-Dante Alighieri, que habla del «amor que mueve el sol y las estrellas».
–Patriarca Ecuménico de la Iglesia ortodoxa, Bartolomeo, que “reconoce que los pecados contra la creación son pecados contra Dios”.
-Su maestro argentino, Juan Carlos Scannone, principal referente de la escuela argentina de la Teología del pueblo.
-El protestante Paul Ricoeur, filósofo y antropólogo francés.
-El musulmán sufí Ali Al-Khawwas.
-Y más de 200 pensadores de todo el mundo y de las más diversas religiones, escuelas filosóficas y teológicas.
Es un documento que ha sido escrito bajo la consigna del “ver, juzgar, actuar y celebrar”.
En él encontramos temas muy específicos:
-“Lo que le está pasando a nuestra casa” (17-61).
– Afirma el papa: “Basta mirar la realidad con sinceridad para ver que hay un gran deterioro de nuestra casa común” (61).
-Los datos más consistentes referentes a los cambios climáticos (20-22).
-La cuestión del agua (27-31),
-La erosión de la biodiversidad (32-42).
-El deterioro de la calidad de la vida humana y la degradación de la vida social (43-47).
-Denuncia la alta tasa de iniquidad planetaria, que afecta a todos los ámbitos de la vida (48-52).
-Siendo los pobres las principales víctimas (48).
-Hay particularmente una frase que nos remite a la reflexión hecha en América Latina: “Pero hoy no podemos dejar de reconocer que un verdadero planteo ecológico se convierte siempre en un planteo social, que debe integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el grito de la Tierra como el grito de los pobres” (49).
-Después añade: “el gemido de la hermana Tierra se une al gemido de los abandonados del mundo” (53).
Sería muy interesante que pudiéramos ir compartiendo las reflexiones que vamos haciendo a partir de esta encíclica, así como las acciones que nos impulse a llevar a cabo. ¡Alabado seas, Señor, por todo ello!
Eugenio Urrutia
Grupo de Jesús de Frankfurt (Alemania)
Es tan maravillosa esta Casa donde Dios creó al hombre y la mujer, les dió dominio sobre todas las especies existentes y cuanto la naturaleza contiene, que al eco de su Palabra ¡hágase!, se expandió por toda la Creación y su mirada comprobó que todo, absolutamente todo: ERA BUENO, MUY BUENO.
Una «Casa» inmensa cuyas ventanas miran hacia los espacios infinitos del Universo creado.
Quiso Dios que en esta Casa, su aliento de amor se transformara en vida, y todo fluyera en torno a la vida: el amor entre el hombre y la mujer, y entre sus semejantes.
De este modo surgió y se conformó el matrimonio y la familia, dando origen a los grupos, las tribus, los pueblos, las grandes y pequeñas urbes que han configurando el perfil de las sociedades existentes a través del tiempo.
Dios vió que su obra creadora ¡ERA MUY BUENA!
En esta Casa común de espacios diversos que conforman los mares y océanos, lagos y ríos, montañas y valles, selvas y jardines, tierra y desierto, un inmenso techo cubierto de estrellas brillantes y astros de luz y calor, extiende su manto amoroso, iluminando los días y cobijando la noche.
Cada hombre y mujer han de ser portadores de luz y verdad, amor y vida, esperanza colmada. Han de mantener encendida la lamparita de su corazón, donde el aliento de Dios sigue insuflando amor.
Hemos de cuidar la Casa común, cierto, sin olvidar el centro de la Creación, la imagen de Dios que somos cada ser humano.
Será vano el cuidado de todo cuanto nos rodea, si antes no experimentamos el amor que nos habita, y que es presencia de nuestro Creador en esta vida.
Dios tiene un sólo proyecto para la humanidad creada: hacer que su amor llene la Casa común de paz y justicia, de luz y verdad, de sana y fraterna convivencia, donde cada ser humano tenga su espacio y sustento, su dignidad respetada, sus derechos reconocidos.
Es preciso cuidar nuestro cuerpo y espíritu, proyectar el amor hacia los-@s demás, si no queremos que esta hermosa Casa quede invadida por el desorden y desequilibrio, el odio, la violencia y las guerras, el caos y destrucción que engendra, la falta de amor y gratitud por todo cuanto ha sido creado.
Cómo podemos creer en la Jerusalém celestial, si estamos ahogando la vida y cuanto existe, con acciones que matan todo anhelo y esperanza de bien.
No nos engañemos, tratando de negar la evidencia. Nuestra Casa común al igual que nuestro cuerpo, presenta las heridas y golpes de un trato y proceder cruel e inhumano. Todo nuestro obrar refleja hasta qué punto respetamos al Creador.
Amemos a Dios en cada ser humano y la CASA se convertirá en el Paraíso que desde el principio quiso Dios fuera el umbral de su morada.