ENCONTRARNOS CON EL RESUCITADO – II
Reorientar la vida desde Jesucristo
El encuentro con el Resucitado es una experiencia de conversión. Los que lo habían abandonado se confían de nuevo a él como Señor y Salvador. Los que se habían dispersado se reúnen otra vez en su nombre. Los que se resistían a aceptar su mensaje comienzan ahora a proclamarlo con total convicción. Los que, paralizados por la cobardía, habían sido incapaces de seguirlo en el momento de la cruz, arriesgan ahora su vida por la causa del Crucificado.
Pero la conversión que viven los discípulos no consiste en corregir un aspecto de su vida. Es una reorientación de toda su persona. Una conversión a Cristo como fuente única de vida. El encuentro con el Resucitado es para los discípulos una especie de «segunda llamada», una renovación de su primera vocación.
Esta «segunda llamada» puede ser, en ocasiones, tan importante o más que la primera, pues viene a «resucitar» nuestra primera vocación.
Los roces de la vida y nuestra propia mediocridad nos han ido desgastando día a día. Aquel ideal que veíamos con tanta claridad ha podido quedar oscurecido. Tal vez seguimos caminando, pero la vida se nos hace cada vez más dura y pesada. Seguimos «cumpliendo nuestras obligaciones», pero en el fondo sabemos que algo ha muerto en nosotros. La vocación primera parece extinguirse.
La escucha de esta «segunda llamada» es ahora más humilde y realista. Conocemos mejor nuestras posibilidades y nuestras limitaciones. Sabemos lo que es el desaliento, la tentación de abandono o la huida. No podemos contar solo con nuestras fuerzas. Hemos de salir de nosotros mismos para confiar más en Dios. Es el momento de escuchar a Jesús resucitado, repetir la experiencia de Pedro y decirle como él: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo» (Juan 21,17).
Resucitar a una vida nueva
La conversión de los discípulos tiene un carácter de resurrección. El encuentro con el Resucitado es para aquellos hombres y mujeres una gracia que «resucita» su fe y reanima su vida entera.
El encuentro con el Resucitado lo hemos de vivir como una «resurrección». Pablo de Tarso entiende la vida cristiana como un «morir al pecado» que nos deshumaniza y un «resucitar a una vida nueva».
No es difícil constatar cómo, por diversos factores y circunstancias, la mediocridad va matando en nosotros la fe en el valor mismo de la vida, la confianza en las personas, la capacidad para aquello que exija esfuerzo generoso o el valor para correr riesgos.
Casi sin darnos cuenta, el pecado va haciendo crecer en nosotros la indiferencia, la rutina o la mediocridad. Poco a poco podemos caer en el escepticismo, el desencanto o la pereza total. Tal vez ya no esperamos gran cosa de la vida.
El encuentro con el Resucitado significa en concreto acoger su Espíritu vivificador y experimentar en nosotros la fuerza que Cristo posee de «resucitar lo muerto». Entramos en la dinámica de la resurrección cuando, arraigados en Cristo, vamos liberando en nosotros las fuerzas de la vida, luchando contra todo lo que nos paraliza o nos bloquea para crecer como hombres y como creyentes. Vivir la dinámica de la resurrección es vivir creciendo: ir intensificando nuestro amor, generando vida, abriéndonos con más confianza al futuro, orientando nuestra existencia por los caminos de una entrega generosa y una solidaridad generadora de justicia.