EDUCAR EN LA FE EN NUESTROS DÍAS
El pasaje de Lucas termina diciendo: «El niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él».
Cuando hablamos hoy de «educar en la fe», ¿qué queremos decir? En concreto, el objetivo es que los hijos entiendan y vivan de manera responsable y coherente su adhesión a Jesucristo, aprendiendo a vivir de manera sana y positiva desde el Evangelio.
Pero hoy día la fe no se puede vivir de cualquier manera. Los hijos necesitan aprender a ser creyentes en medio de una sociedad descristianizada. Esto exige vivir una fe personalizada, no por tradición, sino fruto de una decisión personal; una fe vivida y experimentada, es decir, una fe que se alimenta no de ideas y doctrinas, sino de una experiencia gratificante; una fe no individualista, sino compartida de alguna manera en una comunidad creyente; una fe centrada en lo esencial, que puede coexistir con dudas e interrogantes; una fe no vergonzante, sino comprometida y testimoniada en medio de una sociedad indiferente.
Esto exige todo un estilo de educar hoy en la fe donde lo importante es transmitir una experiencia más que ideas y doctrinas; enseñar a vivir valores cristianos más que el sometimiento a unas normas; desarrollar la responsabilidad personal más que imponer costumbres; introducir en la comunidad cristiana más que desarrollar el individualismo religioso; cultivar la adhesión confiada a Jesús más que resolver de manera abstracta problemas de fe.
En la educación de la fe, lo decisivo es el ejemplo. Que los hijos puedan encontrar en su propio hogar «modelos de identificación», que no les sea difícil saber como quién deberían comportarse para vivir su fe de manera sana, gozosa y responsable.
José Antonio Pagola
Es un gran desafío para nosotros los creyentes de este tiempo vivir nuestra fe y educar en la fe, compartir la experiencia del seguimiento de Jesús en nuestra familia, salir de una iglesia de costumbres y tradiciones, de normas y leyes regresando al evangelio, regresando a Jesús, el Cristo, viviendo la fe en comunidad de hermanos desde la fragilidad de nuestra existencia y no desde el poder recalcitrante.
Somos discípulos, somos siervos, somos servidores. Se nos ha olvidado que somos llamados, no somos dueños.
¡Qué alegría es acompañar una familia o una comunidad desde la experiencia del Espíritu, donde vivimos la alegría de encontrarnos a ese niño que viene a hacer de nuestra vida una vida verdadera y profundamente humana!
Quizá nos falten ojos nuevos para ver, oídos abiertos para escuchar palabras nuevas, y quizá nos falte la valentia para sentir la luz nueva de este Jesús que vuelve a nacer. En nuestras costas, en los campos de refugiados, en las colas del hambre, en todas las familias del mundo, en nuestras calles, la luz de Jesús sigue naciendo hoy. La tentación como siempre es no ver, no sentir, no escuchar, ese signo siempre nuevo, siempre escandaloso, Jesús ha nacido para todos en un establo, desnudo, y frágil.
Preocupados por nuestros ritos, escondidos en nuestros ropajes, escondidos también en nuestra posición de «verdad», en esa verdad arrojadiza hacia los otros. Más preocupados en acusar, separar, estigmatizar a tantos hijos de Dios que tan solo quieren vivir con la dignidad de esa mirada de Jesús, que nos invita a todos a ir a su establo, para ver, escuchar y dejarse enternecer por el recién nacido.