TESTIGOS DEL DIOS DE LA VIDA – II
Humildad del testigo
La calidad del testigo y su credibilidad provienen de su persona y no tanto de su función o estado de vida. Lo que hace que la experiencia cristiana se vaya comunicando de unas generaciones a otras son los «pequeños testigos», sencillos, discretos, conocidos solo en su entorno, personas profundamente buenas y cristianas.
El testigo es consciente de sus limitaciones y debilidades. Nunca estamos a la altura de lo que anunciamos.
Lo que testifica el creyente es algo que lo supera y trasciende a él mismo; algo que no puede demostrar a nadie, solo sugerir, señalar, invitar. Dios es siempre un Dios escondido que se revela ocultándose, Presencia que nos trasciende. Por eso el testigo se acerca, acoge, acompaña, abraza, perdona, se compadece, sabiendo que, a pesar de su pecado y debilidad, su vida y su persona pueden ser para alguien «símbolo» de la presencia de Dios.
El lenguaje del testigo
«Estad siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de la esperanza que hay en vosotros. Pero hacedlo con dulzura y respeto» (1 Pedro 3,15-16). No se trata de ofrecer respuesta a las preguntas que nos puedan hacer de carácter teológico o doctrinal, sino de dar razón de la esperanza que hay en nosotros, es decir, de la experiencia que ilumina nuestra vida.
Un testigo se preocupa sobre todo de hablar de aquello que, siendo esencial, puede interpelar y acercar más y mejor a la experiencia de Dios.
¿Por qué no hablar más de un Dios amigo, enamorado de sus criaturas… un Dios servidor humilde de sus criaturas… un Dios grande que no cabe en ninguna religión y en ninguna Iglesia… un Dios que no deja solo a nadie… que ama el cuerpo tanto como el alma… que está en los oprimidos y en los que luchan contra la opresión…?
El testigo en medio de la increencia
Los cristianos hablamos del testimonio que hemos de dar en medio de esta sociedad descreída, pero apenas pensamos en escuchar y dejarnos enseñar por la vida de aquellos que no comparten nuestra fe.
Los alejados de la fe nos enseñan que Dios no es una evidencia, sino un Misterio que nunca nadie acabamos de comprender ni poseer… Nos recuerdan que no hemos de manipular el misterio de Dios subordinándolo a nuestros propios intereses… que la fe es búsqueda, pregunta y deseo más que posesión tranquila y rutinaria… Nos obligan a buscar un lenguaje más sencillo y accesible, menos vacío de experiencia y de vida.
Para nosotros, vivir abiertos a Dios de manera confiada es la respuesta más acertada al misterio de la vida, pero el no creyente es un hermano y un amigo al que Dios acompaña con amor infinito por otros caminos.
Hemos de comprender también su rechazo a la religión y a la Iglesia. Nosotros hablamos a veces de un cristianismo ideal, pero ellos ven el cristianismo real, el que se ha dado a lo largo de la historia y el que captan hoy en no pocos sectores de la Iglesia.
Lo que siempre podemos compartir es la experiencia humana, nuestro deseo común de paz y de justicia para todos, el dolor ante quienes sufren violencia, hambre o miseria. Podemos captar también su modo de ver la vida, sus razones para vivir, sus luchas y esperanzas. Pronto descubrimos que es un grave error pensar que los cristianos tenemos el monopolio del amor solidario y la generosidad o la pasión por la justicia y la verdad.
José Antonio Pagola, NUEVA ETAPA EVANGELIZADORA, 2. Anunciar a Dios como buena noticia, capítulo 6