Uno de los rasgos más tristes de nuestra sociedad contemporánea es su capacidad de vaciar de contenido y de verdad las fiestas y acontecimientos más entrañables.
Y la Navidad es, tal vez, una de las fiestas más estropeadas por el hombre actual. Unas fiestas de hondo significado para los creyentes, que son celebradas hoy entre nosotros, sin que muchos vivan su motivación original y su verdadero contenido.
La Navidad es mucho más que todo ese ambiente superficial y manipulado que se respira esos días en nuestras calles. Una fiesta mucho más honda y gozosa que todos los artilugios de nuestra sociedad de consumo.
Estos comentarios han nacido del deseo de recuperar de nuevo el corazón de la Navidad y descubrir, detrás de tanta superficialidad y aturdimiento, el misterio que da origen a esta fiesta. También hoy, en medio de esta sociedad, es posible abrirnos al misterio de Dios cercano, saborear con gozo la fiesta de la llegada de un Dios Amigo y celebrar con hondura cristiana las fiestas navideñas.
Antes que nada hemos de lograr que la alegría navideña no sea una alegría vacía y sin contenido, la alegría de quienes están alegres sin saber por qué. Hemos de esforzarnos para que estas fiestas no pasen sin que hayamos podido escuchar algo nuevo, vivo y gozoso en nuestro corazón.
El ambiente navideño en nuestra sociedad
Al aproximarse la Navidad, es fácil advertir entre nosotros un empeño especial por crear un ambiente de fiesta. Son muchos los que adornan el interior de sus hogares con diversos motivos navideños (belenes, estrellas, luces, cirios, árboles…). Lo mismo sucede en las calles y en las plazas, y hasta en los escaparates, bares y centros comerciales. Al mismo tiempo, se comienza a escuchar por todas partes la melodía de los villancicos y la música propia de esta época.
Se diría que, de pronto, se despierta en nosotros el deseo colectivo de crear un clima que rompa el ritmo de nuestra vida diaria y nos ayude a olvidar, aunque sea durante algunos días, los problemas a los que hemos de enfrentarnos día a día.
Sin embargo, estas fiestas poseen un carácter diferente al de otras que se suceden a lo largo del año. Todavía se puede observar entre nosotros un clima de intimidad, de hogar, de hondura… del que carecen otras fiestas. Pero, ¿cuál es la verdadera motivación de estas fiestas para el hombre contemporáneo de nuestra sociedad?
- Para bastantes, se trata sencillamente de una fiesta religiosa que perdura todavía en la conciencia de una sociedad que se va descristianizando rápidamente.
- Para otros, estas fiestas representan la añoranza de un mundo imposible de inocencia, paz, fraternidad y felicidad que los hombres somos incapaces de construir.
- Para muchos, las Navidades se han convertido en las fiestas de invierno de esta sociedad moderna. De hecho, nuestra sociedad de consumo utiliza durante estos días todos los recursos y mecanismos imaginables para incitar a la gente a comprar, gastar y disfrutar. Parece como si solamente los que tienen dinero y pueden comprar, pudieran celebrar estas fiestas.
La verdadera raíz de la Navidad
Para los creyentes, el origen y la razón de estas fiestas son muy sencillos. Hacemos fiesta y celebramos nuestra alegría porque Dios ha querido compartir nuestra vida. Ya no estamos solos, perdidos en medio de nuestros problemas, sufrimientos y luchas. Dios está con nosotros. Hay esperanza para la humanidad.
Estas fiestas son la celebración de aquella Buena Noticia que se escuchó en Belén: «Os anuncio una gran alegría que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy en la ciudad de David, un Salvador que es el Cristo Señor» (Lc 2,10).
Esta invitación a la alegría, dirigida a todo el pueblo y, de manera especial, a la gente sencilla, es la que debe dar su verdadero significado también hoy a nuestras fiestas navideñas. Como ha dicho L. Boff: «Nosotros tenemos motivos para el júbilo radiante, para la alegría plena y para la fiesta solemne: Dios se ha hecho hombre, y ha venido a habitar entre nosotros».
Esta es la gran verdad que dio origen a estas fiestas: Dios está con nosotros. Oculto para unos, desconocido para muchos, sin embargo, Dios comparte nuestra vida. No el dios frío de la razón ni el dios distante y enigmático del puro misterio, sino un Dios hecho carne, hermano y amigo.
La Navidad no es una fiesta fácil. Solo puede celebrarla desde dentro quien se atreve a creer que Dios está con los hombres y puede volver a nacer en nuestra vida diaria. Dios es infinitamente mejor de lo que sospechamos. Más cercano, más comprensivo, más tierno, más audaz, más amigo de lo que nosotros podemos imaginar. ¡Dios es Dios!
Los hombres no nos atrevemos a creer del todo en su cercanía, su bondad y ternura. Necesitamos detenernos ante lo que significa un Dios que se nos ofrece como niño débil, vulnerable, indefenso, irradiando solo paz, gozo y ternura. Se despertaría en nosotros una alegría diferente y nos inundaría una confianza desconocida.
Ese Dios nacido en Belén es más grande que todas nuestras imágenes tristes y raquíticas de la divinidad. Ese Dios es el mejor regalo que se nos puede ofrecer a los hombres. Nuestra equivocación es pensar que no necesitamos de Él. Creer que nos basta con un poco más de bienestar, un poco más de dinero, salud, suerte y seguridad.
Celebrar la Navidad no es despertar una euforia pasajera con unas copas de champán, sino alimentar nuestra alegría interior y nuestra confianza en la cercanía de un Dios que está presente en nuestro vivir diario. Si supiéramos detenernos en silencio ante ese Niño y acoger desde el fondo de nuestro ser toda la cercanía y la ternura de Dios, entenderíamos por qué el corazón de un creyente ha de estar transido de una alegría diferente estos días.