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Vivir la Navidad – 3. Navidad en familia

Publicado el 04/ Dic/ 2015
por Coordinador - Mario González Jurado

No es posible recuperar el verdadero sentido de la Navidad si no ahondamos en la dimensión hogareña de estas fiestas.

El carácter hogareño de la Navidad

Estos días navideños se caracterizan todavía hoy por un clima más familiar y hogareño. Para muchos, la Navidad sigue siendo una fiesta de reunión y reencuentro familiar. Ocasión para congregarse todos alrededor de una mesa a compartir con gozo el calor del hogar.

Estos días parecen reforzarse los lazos familiares. Se diría que es más fácil la reconciliación y el acercamiento entre familiares enfrentados o distantes. Por otra parte, se recuerda más que nunca la ausencia de los seres queridos muertos o alejados del hogar.

Sin embargo, es fácil observar que el clima hogareño de estas fiestas se va deteriorando de año en año. La fiesta se desplaza fuera del hogar. Los hijos corren a las salas de fiestas. Las familias se trasladan al restaurante. Se nos invita ya a «celebrar la Navidad en Benidorm».

Sin duda, son muchos los factores de diverso orden que explican este cambio social. Pero hay algo que no hemos de olvidar. Es difícil el encuentro familiar cuando, a lo largo del año, no se vive en familia. Incluso, se hace insoportable cuando no existe verdadero diálogo entre padres e hijos, o cuando el amor entre los esposos se ha ido apagando.

Todo ello facilita cada vez más la celebración de estas fiestas fuera del hogar. Es más fácil la reunión ruidosa de esas cenas superficiales y vacías de un restaurante. El clima que ahí se crea no obliga a vivir la Navidad con la hondura humana y cristiana que el marco del hogar parece exigir.

De ahí que estas fiestas navideñas que, durante tantos años, han reavivado el calor entrañable de las familias, sean quizás hoy en muchos hogares uno de los momentos más reveladores del deterioro de la vida familiar.

La familia humana

El carácter familiar de la Navidad es de origen hondamente cristiano. Según el relato de Lucas, los primeros en escuchar el anuncio del nacimiento del Hijo de Dios han sido unos pastores que no dormían sino que se mantenían vigilantes y despiertos durante la noche.

Por eso, desde muy antiguo, los cristianos acostumbraban a permanecer despiertos en la noche de Navidad, preparándose a celebrar con fe el nacimiento del Salvador. Desde entonces, es costumbre en los países de tradición cristiana esta reunión familiar.

Pero el carácter familiar de estas fiestas tiene unas raíces más profundas. Los cristianos celebramos al Dios que ha querido formar parte de la familia humana. El Hijo de Dios se ha hecho nuestro hermano. Ahora la humanidad no es un conjunto de individuos aislados o dispersos que viven cada uno su vida. Todos formamos una gran familia de hermanos que podemos gritar a Dios «Abbá», Padre. Por eso, el nacimiento del Señor es una invitación a esforzarnos por el nacimiento de un hombre nuevo y de una familia mejor y más humana.

Hemos de hacer del hogar la primera comunidad en la que los hijos puedan vivir una verdadera experiencia de familia y fraternidad. Pero no basta. Sin duda, siempre es tentador para una familia encerrarse en su propia felicidad; tratar de construir un «hogar feliz», de espaldas a la infelicidad de otras familias; reducir el amor al mundo pequeño de los intereses familiares.

Sin embargo, el verdadero amor no conoce límites ni puede quedar restringido egoístamente a las fronteras del propio hogar. Nos lo ha recordado Juan Pablo II con palabras que deberían tener un eco especial en estos momentos de grave crisis económica: «Vosotras, familias que podéis disfrutar del bienestar, no os cerréis dentro de vuestra felicidad; abríos a los otros para repartir lo que os sobra y a otros falta».

Celebrar de verdad la Navidad exige aprender a vivir con un sentido profundo de fraternidad. Quizás entre nosotros, la Navidad tenga que ser, antes que nada, una llamada urgente a vivir como hermanos, por encima de ideologías, creencias, partidismos o siglas que cada uno pueda defender.

La Navidad debería ser ocasión de reflexión y de compromiso para crear entre nosotros un estilo diferente de entender la lucha política y el esfuerzo común por una sociedad mejor. Por encima de objetivos políticos, intereses de partido o razones de estrategia, el otro es siempre nuestro hermano, incluso cuando se nos presenta como adversario.

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