LOS MIEDOS
EN LA IGLESIA
Probablemente es el miedo lo que más paraliza a los cristianos en el seguimiento fiel a Jesucristo. En la Iglesia actual hay pecado y debilidad, pero hay sobre todo miedo a correr riesgos. Hemos comenzado el tercer milenio sin audacia para renovar creativamente la vivencia de la fe cristiana. No es difícil señalar alguno de estos miedos.
Tenemos miedo a lo nuevo, como si «conservar el pasado» garantizara automáticamente la fidelidad al Evangelio. Es cierto que el Concilio Vaticano II afirmó de manera rotunda que en la Iglesia ha de haber «una constante reforma», pues «como institución humana la necesita permanentemente». Sin embargo, no es menos cierto que lo que mueve en estos momentos a la Iglesia no es tanto un espíritu de renovación cuanto un instinto de conservación.
Tenemos miedo para asumir las tensiones y conflictos que lleva consigo buscar la fidelidad al evangelio. Nos callamos cuando tendríamos que hablar; nos inhibimos cuando deberíamos intervenir. Se prohíbe el debate de cuestiones importantes, para evitar planteamientos que pueden inquietar; preferimos la adhesión rutinaria que no trae problemas ni disgusta a la jerarquía.
Tenemos miedo a la investigación teológica creativa. Miedo a revisar ritos y lenguajes litúrgicos que no favorecen hoy la celebración viva de la fe. Miedo a hablar de los «derechos humanos» dentro de la Iglesia. Miedo a reconocer prácticamente a la mujer un lugar más acorde con el espíritu de Jesús.
Tenemos miedo a anteponer la misericordia por encima de todo, olvidando que la Iglesia no ha recibido el «ministerio del juicio y la condena», sino el «ministerio de la reconciliación». Hay miedo a acoger a los pecadores como lo hacía Jesús. Difícilmente se dirá hoy de la Iglesia que es «amiga de pecadores», como se decía de su Maestro.
Según el relato evangélico, los discípulos caen por tierra «llenos de miedo» al oír una voz que les dice: «Este es mi Hijo amado… escuchadlo». Da miedo escuchar solo a Jesús. Es el mismo Jesús quien se acerca, los toca y les dice: «Levantaos, no tengáis miedo». Solo el contacto vivo con Cristo nos podría liberar de tanto miedo.
José Antonio Pagola
Jesús quiere sostener la fe de sus discípulos ante los anuncios de su pasión que han de culminar con su resurrección. Pedro, Santiago y Juan van a ser testigos directos de Jesús en Getsemaní: la transfiguración sirvió para que no sucumbieran ante el escándalo de la cruz.
Hoy como ayer necesitamos que Jesús nos lleve aparte para que nos descubra su identidad más profunda, escuchando la voz del Padre: es el Hijo predilecto y amado. Dar razón de nuestra esperanza a quien nos la pide es la piedra de toque de nuestra condición de ser discípulos de Jesucristo. Fijos nuestros ojos en el que inicia y lleva plenitud nuestra fe: es la invitación que el Señor nos hace en nuestro caminar a la Pascua.
Qué magnífico comentario. Qué bien localizados y expresados los miedos que nos atenazan. Es una cuestión muy seria. Mientras no nos decidamos a afrontarlos y vencerlos, no nos quejemos de la desbandada de gente que abandona… Las celebraciones no son significativas, se siguen «aparcando » cuestiones que exigen una renovación, y la «pastoral del miedo» se sigue predicando en algunos sectores … es más «rentable». No interesa un Dios como el de Jesús derrochando perdón y misericordia.
La verdad es que estos miedos nos hacen mucho daño.