El Vaticano anunció que Monseñor Romero será beatificado formalmente el día sábado 23 de mayo de 2015. Me llama la atención esa fecha. Se había especulado que pudiera ser la fecha de su asesinato o de su nacimiento. Sin embargo el Vaticano (no sé si ha sido una decisión del Papa Francisco) ha decidido el 23 de mayo, el fin de semana que las Iglesias celebran la gran fiesta litúrgica de Pentecostés. Me parece que esta opción no es casual, que más bien tiene una clara intención.
Pentecostés es el acontecimiento de la presencia del Espíritu Santo que prosigue la obra de Jesús. El Padre envió a Jesús a ser humano, totalmente a imagen de Dios, enraizado en la historia humana, y envía al Espíritu Santo para ir renovando la faz de la tierra. Tradicionalmente se dice que el primer Pentecostés ha sido el nacimiento de la Iglesia. En los escritos del Nuevo Testamento, especialmente en los Hechos de los Apóstoles, encontramos testimonios de varios momentos de envío del Espíritu. Más bien Pentecostés es un acontecimiento permanente, también hoy.
Si el Vaticano escoge la fiesta de Pentecostés para el día de la beatificación de Monseñor Romero, solo puede significar que considera que Monseñor ha aportado un modelo de Iglesia que responde realmente a lo que Jesús quiso para sus seguidores. Su lema “Sentir con la Iglesia” ya es expresión de lo mismo. En Monseñor Romero se visualiza un modelo ejemplar para ser obispo, para ser sacerdote, para ser religioso o religiosa, laico o laica. Es un modelo ejemplar para todos y todas, porque se trata de una nueva experiencia de ser Iglesia. Declarar “beato” a Monseñor, y más adelante “santo”, significa que la iglesia reconoce que ha dicho la verdad, que ha expresado la verdad del Evangelio, que ha sido un testigo fiel de Jesús. Es reconocer, como lo dijo Ellacuría, que en Monseñor Romero Dios mismo pasó por El Salvador. Beatificarlo durante la fiesta de Pentecostés es una llamada universal de la Iglesia para que se trabaje arduamente en la transformación de la Iglesia, de las iglesias particulares y en todas sus estructuras.
Todas las iglesias que, de una u otra manera, estarán presentes y participando de la beatificación de Monseñor (el tres veces Santo, como lo llamó el Obispo M. Gomez, de la Iglesia Luterana Salvadoreña), debemos estar conscientes que será un acto de refundación de nuestras iglesias, para que bajo la luz y el fuego del Espíritu Santo (Pentecostés) crezcamos para ser juntos la Iglesia (con mayúscula) de Jesús.
Refundar la iglesia, dejarse guiar, iluminar y llevar por el Espíritu Santo, fundador de la iglesia, nos exige ahora revisar “obligatoriamente” lo que Monseñor Romero ha dicho sobre la iglesia, sobres sus pastores, sus miembros, su funcionamiento… Digo “obligatoriamente” porque al no hacerlo nos convertiríamos en una nueva versión de los fariseos, letrados y (sumo) sacerdotes del nuevo testamento, tan denunciados por Jesús mismo. No se puede alabar al Beato sin hacer lo que él hizo. No se puede darle culto al beato sin ser iglesia como él lo hizo. Revisar la experiencia, la vivencia, la comprensión y la visión de Monseñor Romero sobre la Iglesia; cómo era y cómo tendría que ser, para ser fiel al Evangelio, exige más tiempo y más espacio, exige reflexión sincera con todas las comunidades cristianas. No es algo exclusivo de pastores o teólogos y teólogas. No, se trata de ponerse bajo la fuerza y el fuego del Espíritu Santo para descubrir el horizonte eclesial que Monseñor Romero ha presentado y por donde sigue desafiándonos. Ojalá trabajemos esto con toda la seriedad y compromiso que esto exige.
Quiero hacer presente la voz de Monseñor Romero, algunas de sus muchas palabras que ahora caben aún más fuerza, si cabe:
“Esta es la iglesia que yo quiero, una iglesia que no cuente con los privilegios y las valías de las cosas de la tierra, una iglesia cada vez desligada de las cosas terrenales, humanas, para poder juzgar con más libertad desde su perspectiva del Evangelio, desde su pobreza” (28/08/1977).
“Y esta misión de promoción que la iglesia está llevando a cabo también estorba; porque a muchos les conviene tener masas adormecidas, hombres que no despierten, gente conformista, satisfecha con las bellotas de los cerdos. La iglesia no está de acuerdo con esa pobreza pecadora” (11/09/1977).
“Me da mucho gusto pertenecer a esta iglesia que está despertando la conciencia del campesino, del obrero, no para hacerlo subversivo –ya hemos dicho que la violencia pecadora no es buena– sino para que sepa ser sujeto de su propio destino, que no sea más una masa dormida; que sean hombres que sepan pensar, que sepan exigir. Esta es gloria de la Iglesia” (13/11/1977).
“Buenas obras, corazones cristianos, verdadera justicia, caridad: Eso es lo que busca Dios en la religión. Una religión de misa dominical pero de semanas injustas, no gusta al Señor. Una religión de mucho rezo pero con hipocresía en corazón no es cristiana. Una iglesia que se instalara solo para estar bien, para tener mucho dinero, mucha comodidad, pero que olvidara el reclamo de las injusticias, no sería la verdadera iglesia de nuestro divino Redentor” (4/12/1977).
“La iglesia no puede ser sorda ni muda ante el clamor de millones de hombres que gritan liberación, oprimidos de mil esclavitudes” (26/03/1978).
“Fuera de la Iglesia también, todo hombre que lucha por la justicia, todo hombre que busca reivindicaciones justas en un ambiente injusto, está trabajando por el Reino de Dios, y pueda ser que no sea ni cristiano. Pero es que la iglesia no abarca todo el Reino de Dios. El Reino de Dios está más afuera de las fronteras de la Iglesia” (3/12/1978).
Nos toca refundar la iglesia donde participamos, a la luz, el fuego y la fuerza del Espíritu Santo: Pentecostés. La Iglesia católica romana escogió esta fiesta, para que todas las iglesias nos iluminemos con la luz de nuestro pastor común, San Romero de América.
Luis Van de Velde
La figura del obispo mártir Romero me ha impresionado hondamente. Yo seguía sus homilias y cuando lo asesinaron senti una sensación de orfandad. Juan Pablo II, condicionado por su experiencia polaca, no llego a entenderlo, pero la sensibilidad latinoamericana de Francisco le ha hecho justicia con su canonización que tantos esperábamos. J. Alberto Moreno