Volver a Jesús
Cuando hablamos de volver a Jesús, no estamos hablando de «aggiornamento», una puesta al día, una adaptación a los tiempos de hoy. Algo, por otra parte, absolutamente necesario si la Iglesia quiere cumplir su misión hoy. Estamos hablando de «conversión a Jesucristo».
Volver al que es la fuente y el origen de la Iglesia. El único que justifica su presencia en medio del mundo y de la historia. Dejarle a Jesús ser él en la Iglesia. Dejarle al Dios encarnado en Jesús ser el único Dios de la Iglesia, el Dios amigo de la vida y del ser humano.
Solo desde esa conversión será posible el verdadero «aggiornamento», el servicio evangelizador al mundo de hoy.
Una renovación espiritual sin precedentes
«Volver a Jesús» no es tampoco un esfuerzo de «reforma religiosa». Cuando se ha olvidado lo esencial, cuando ya es difícil captar en el centro del cristianismo el seguimiento a Jesús como tarea primordial, cuando la compasión no ocupa un lugar central en nuestras comunidades cristianas, cuando el movimiento de Jesús no está centrado en el objetivo del reino de Dios, lo que se necesita no es una reforma sino una verdadera conversión al Espíritu de Jesús.
De hecho se puede vivir correctamente como miembro de la religión cristiana a un nivel en que no parece ya necesaria una conversión real a Cristo como inspirador de una vida de «discípulos» y «seguidores». Mientras no sepamos hacer con Jesús algo más que una «religión», el cristianismo no estará desarrollando todas sus posibilidades como movimiento, llamado a profundizar y actualizar la lucha por el reino de Dios inaugurada por Jesús.
Por eso, el cambio que necesitamos para que no quede todo reducido a una religión encerrada en sí misma y en su pasado es una conversión y una renovación espiritual sin precedentes.
La vitalidad y creatividad del Espíritu
La conversión a Jesús es mucho más que un «esfuerzo por hacer las cosas mejor». Pide una gran libertad respecto al pasado en la medida en que nos ha podido desviar de Jesús y, al mismo tiempo, exige una vitalidad espiritual y una creatividad que solo puede provenir de él.
No hemos de confundir nunca lo que es vivir del instinto de conversión con lo que es vivir del Espíritu de Jesús, creador de vida.
Cuando en la Iglesia se piensa que hemos llegado a un punto en el que lo único que hemos de hacer es «conservar» mejorando, adaptando y purificando lo que ya se sabe para siempre, pero sin un esfuerzo real por impulsar y desarrollar creativamente nada nuevo, probablemente se está ya alejando del Espíritu de Jesús que pide a los suyos un «vino nuevo en odres nuevos», sin contentarse con «echar remiendos de paño nuevo en un vestido viejo» (Mc 2,21-22).
José Antonio Pagola
“Cuando se pone a Jesús en medio de su pueblo, éste encuentra la alegría. Sí, sólo esto podrá devolvernos la alegría y la esperanza, sólo esto nos salvará de vivir con una actitud de supervivencia y resignación. Sólo esto hará fecunda nuestra vida y mantendrá vivo nuestro corazón, Poner a Jesús allí donde debe estar: en medio de su pueblo”.
Papa Francisco, en respuesta a una religiosa
Milán, 25 de marzo de 2017
Monseñor Óscar Arnulfo Romero nos enseña de cerca lo que es este dejarse guiar por el Espíritu de Jesús. Él, que era un hombre conservador y pacífico, se dejó llevar por los vientos del Espíritu de Jesús que descubrió en los pobres, las víctimas, los masacrados de su comunidad. Y cuando se vio en el grave conflicto interno de apartarse de otros obispos, que hasta le acusaban como los victimarios, y de sentirse abandonado por el Papa de Roma de entonces, el que era un hombre de Iglesia -como su lema episcopal nos muestra- prefirió seguir el camino de Jesús en los evangelios, tal cual está trasmitido y escrito, antes que abandonar al pueblo humillado, adolorido y sangrante. Se hizo parte de ese Servidor Doliente que Jesús tomó para sí; se hizo predicador anunciador de la compasión del abbá Dios con los últimos por su palabra y con su vida; y tal como se reconocía a Jesús, en su tiempo, se hizo profeta que quebró la hipocresía y la maldad sin límites de su momento. En su vida personal, Monseñor Romero, sabiendo que era la hora definitiva de encontrarse con el Padre que le llamó, se unió a Jesús y amó a los suyos hasta el final.