Seguimiento vital a Jesús
La conversión a Jesús es mucho más que una «adhesión doctrinal o cultual» a Jesús. No basta en absoluto con adherirse a una doctrina cristológica ni con profesar a Jesús como Mesías e Hijo de Dios en la liturgia. En la conversión es determinante el seguimiento vital a Jesús y la comunión mística con su persona.
A lo largo de los siglos, Jesús ha quedado «objetivado» en conceptos doctrinales y fórmulas dogmáticas. Esta objetivación doctrinal ha favorecido a lo largo de la historia de la liturgia una «objetivación cultual» que ha ido convirtiendo cada vez más el culto en veneración solemne del poder y la gloria divina de Jesús. De manera inconsciente y sin pretenderlo, el cristianismo ha ido encerrando a Jesucristo en un «relicario» doctrinal y cultual que no facilita sino obstaculiza la comunión mística con él (E. Biser, Pronóstico de la fe. Orientación para la época postsecularizada. Barcelona, Herder, 1993, 341-347).
Volver a Jesús significa liberarlo de esa fijación doctrinal y cultual en la que se encuentra prisionero, para promover el seguimiento al Jesús vivo y concreto de Galilea y la comunión con el Crucificado resucitado por el Padre, que pervive hoy en su Iglesia. Según E. Biser (o. c., 345-346), la consigna a seguir hoy para superar cualquier objetivación que grava y dificulta la relación viva de Jesús con sus seguidores es «¡Fuera del relicario!».
Recuperar al Maestro interior
No basta tampoco el Magisterio oficial de la Iglesia para que, custodiando fielmente el «depósito de la fe» y controlando doctrinalmente a los fieles, impida que el pueblo pierda su identidad cristiana. Se olvida el «magisterio interior» de Cristo, absolutamente necesario, para que su Espíritu perviva en la Iglesia.
Es necesario recuperar a Cristo como Maestro interior: «Vosotros no os dejéis llamar “maestro”, porque solo uno es vuestro Maestro, y todos vosotros hermanos» (Mateo 23,8). No es suficiente el desarrollo dogmático, ni la formación, ni el control magisterial para conducir al cristianismo a la verdad esencial y vivificadora de Jesucristo.
Es necesario recuperar a Jesús como «facies veritatis» (San Agustín): el rostro de la verdad hecha vida, pasión y resurrección. La Iglesia necesita dejarse mirar e interpelar por este rostro de Jesús y no olvidar nunca la acción del Espíritu Santo al que hemos de acoger fielmente: «Cuando venga el Espíritu Santo de la verdad, os iluminará para que podáis entender la verdad completa… Todo lo que el Espíritu os dé a conocer, lo recibirá de mí» (Juan 16,13-15).
Esta acción del Espíritu Santo es la que puede conducirnos hacia la «verdad completa» que se nos muestra en el rostro de Jesús. Esta verdad completa es mucho más que asentir a una doctrina; es:
- Acoger a Dios, Amigo de la vida y Padre de todos, como lo hacía Jesús.
- Asumir la responsabilidad del Reino de Dios en el mundo, como lo hacía Jesús.
- Ocuparnos y preocuparnos del sufrimiento de los dolientes, como lo hacía Jesús.
- Vivirlo todo desde la compasión de Dios, como lo hacía Jesús.
José Antonio Pagola