LA ALEGRÍA POSIBLE
La primera palabra de parte de Dios a sus hijos, cuando el Salvador se acerca al mundo, es una invitación a la alegría. Es lo que escucha María: «Alégrate».
Jürgen Moltmann, el gran teólogo de la esperanza, lo ha expresado así: «La palabra última y primera de la gran liberación que viene de Dios no es odio, sino alegría; no es condena, sino absolución. Cristo nace de la alegría de Dios, y muere y resucita para traer su alegría a este mundo contradictorio y absurdo».
Sin embargo, la alegría no es fácil. A nadie se le puede forzar a que esté alegre; no se le puede imponer la alegría desde fuera. El verdadero gozo ha de nacer en lo más hondo de nosotros mismos. De lo contrario será risa exterior, carcajada vacía, euforia pasajera, pero la alegría quedará fuera, a la puerta de nuestro corazón.
La alegría es un regalo hermoso, pero también vulnerable. Un don que hemos de cuidar con humildad y generosidad en el fondo del alma. El novelista alemán Hermann Hesse dice que los rostros atormentados, nerviosos y tristes de tantos hombres y mujeres se deben a que «la felicidad solo puede sentirla el alma, no la razón, ni el vientre, ni la cabeza, ni la bolsa».
Pero hay algo más. ¿Cómo se puede ser feliz cuando hay tantos sufrimientos sobre la tierra? ¿Cómo se puede reír cuando aún no están secas todas las lágrimas y brotan diariamente otras nuevas? ¿Cómo gozar cuando dos terceras partes de la humanidad se encuentran hundidas en el hambre, la miseria o la guerra?
La alegría de María es el gozo de una mujer creyente que se alegra en Dios salvador, el que levanta a los humillados y dispersa a los soberbios, el que colma de bienes a los hambrientos y despide a los ricos vacíos. La alegría verdadera solo es posible en el corazón del que anhela y busca justicia, libertad y fraternidad para todos. María se alegra en Dios, porque viene a consumar la esperanza de los abandonados.
Solo se puede ser alegre en comunión con los que sufren y en solidaridad con los que lloran. Solo tiene derecho a la alegría quien lucha por hacerla posible entre los humillados. Solo puede ser feliz quien se esfuerza por hacer felices a los demás. Solo puede celebrar la Navidad quien busca sinceramente el nacimiento de un hombre nuevo entre nosotros.
José Antonio Pagola
Hola Gustavo :Que panorama tan tremendo nos descibes Es verdad que no hay palabras humanas de consuelo ante ese terrible dolor por la muerte de un hijo ; nos queda el abrazo con cariño y acompañar en lo posible. Es verdad lo que comentas ante el dolor de María con su hijo torturado y muerto en sus brazos.
Es el misterio del sufrimiento y la realidad de que el trigo y la cizaña van a permenecer juntos hasta la siega ……i
Siento la situación que estais viviendo en tu país que como dices os llena de ansiedad y zozobra
Desde aquí un abrazo muy fuerte y mi unión con todos vostros en Jesús
«Solo se puede ser alegre en comunión con los que sufren y en solidaridad con los que lloran…» y en esta experiencia solidaria, al acompañar en un silencioso llanto, a nuestro prójimo que sufre y padece; nos sumamos a esa comunidad de bienaventurados que lloran, porque seremos consolados. A diario, en nuestro país (Venezuela), recibimos lamentables y terribles noticias acerca de muertes y asesinatos cruentos de personas inocentes en manos de la delincuencia común. Ello nos causa ansiedad y zozobra.
Angustiosa situación la que percibimos y vivimos a diario, pareciera que las autoridades encargadas de garantizar la seguridad y la paz en la ciudadanía, hubiesen perdido el control, dando rienda suelta a la delincuencia común. -Estamos como en Sodoma y Gomorra; dicen algunos. También, es común escuchar entre mucha gente que «hoy estamos vivos, y mañana no lo sabemos.» Y a esa afirmación se le suma, «el muerto, muerto está, la dificultad es para quienes quedamos vivos…». No es fácil dar consuelo a alguien que ha perdido un familiar de forma cruenta. Hace unos días, me tocó vivir la experiencia con la madre de un compañero de trabajo (Juan Carlos) quien murió asesinado por el hampa común -quizás trató de resistirse ante el delincuente que le disparó con un arma y luego huyó-.
En la oportunidad que pudimos acompañar a los familiares de Juan Carlos, observaba los rostros desencajados de su madre, su esposa, sus tías, hermanos y demás amistades allegadas que lo conocieron. Podemos, reconocer como cristianos -y en mi caso, como católico creyente- que tenemos el derecho a la alegría de la Esperanza de la Resurrección -como un ‘deseo provocado’, en opinión del p. Numa Molina, s.j.-; pero, en esos momentos de pesar no caben palabras de aliento para con los familiares y amigos, en especial para con su madre, quien con gritos y llanto desgarrador pedía «díganme, que mi hijo está vivo…».
Solo pude ponerme de rodillas ante esa madre desconsolada, porque sentí la viva sensación de ver en esa madre, a nuestra virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra. Me retrotraje a aquella amarga experiencia vivida por nuestra santa madre la virgen María, en el momento que le entregaban el cadáver de su hijo crucificado. Instantes de silencio, hubo después, y pude experimentar que ¡las palabras de consuelo vinieron de esa madre hacia mi, en señal de manifestación de paz y de sosiego!
¡He allí, la fortaleza del Espíritu de Dios, que se manifiesta en los los más débiles y humildes!
Saludos y muchas bendiciones,
Gustavo «Panter» González