El perfil de los presos
El perfil general de los presos de las cárceles (en España) viene definido por estos datos básicos:
-El desempleo es el punto de partida y la expectativa de futuro que espera a muchos.
-La drogodependencia es factor desencadenante de la dinámica delictiva de muchos.
-La reincidencia en la comisión de delitos y el consiguiente reingreso en prisión.
-La enfermedad (toxicomanías, alteraciones psíquicas…) es un dato grave y preocupante.
-El número de presos extranjeros sigue creciendo como consecuencia de los flujos migratorios.
-El tiempo de estancia en prisión es con frecuencia superior al año y se convierte, para no pocos, en “escuela de delito”.
El servicio de la reconciliación
En Jesús se nos revela un rostro de Dios hasta entonces inédito. Dios no es justiciero ni vengativo, sino reconciliador. No ha querido que el ser humano viva en conflicto permanente, esclavo de sus contradicciones e injusticias. Por eso Dios no ha respondido al mal con la venganza, ni siquiera con la sanción y el castigo. Él ha sido el primero en “vencer al mal con el bien” (Romanos 12,21).
La acción reconciliadora no significa por parte de Dios indiferencia ante las injusticias que cometen sus hijos ni tampoco olvido de las víctimas. Al contrario, la reconciliación con Dios solo es posible haciendo desaparecer la injusticia. Cristo ha venido a “quitar el pecado del mundo” (Juan 1,29).
La reconciliación con Dios no solo hace posible la reconciliación de los hombres entre sí, sino que la exige. No es posible vivir como hijos reconciliados con el Padre sin esforzarnos en vivir como hermanos reconciliados. Se entiende la petición de Jesús: si no estás reconciliado con tu hermano, “deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda” (Mateo 5,23-24). La reconciliación con Dios exige trabajar por una sociedad más reconciliada por el mutuo perdón y la transformación de las personas.
El acto evangelizador en la prisión como servicio reconciliador
El acto evangelizador en la prisión ha de arrancar y ha de tener como objetivo decisivo ofrecer a los presos la experiencia del “perdón acogedor”. Los condenados por la sociedad han de saberse acogidos por un Dios que los acepta y los ama de manera incondicional. Mientras el sistema penitenciario les recuerda permanentemente los delitos cometidos y estructura su vida como la de un transgresor condenado por la sociedad, la pastoral penitenciaria ha de ser un acto evangelizador que les recuerde permanentemente el perdón de Dios y les ofrezca un espacio para vivir la experiencia de ser aceptados por él.
Esto significa que la pastoral penitenciaria ha de ser fundamentalmente una pastoral de acogida y defensa del preso, donde las actividades, las intervenciones, el estilo de actuación, los gestos, todo ha de estar motivado e inspirado por una actitud de respeto, cercanía, escucha, comprensión y empatía, y nunca por el juicio, la condena, el rechazo, la distancia o el menosprecio.
La acogida del perdón hace posible la transformación interior de la persona. El delito o el pecado no tienen la última palabra. Esta es la buena noticia que han de llevar los evangelizadores a la prisión. Hay un futuro nuevo abierto a todo penado, se le llame como se le llame: conversión, arrepentimiento, rehabilitación, resocialización…
En un sistema penitenciario sin capacidad para rehabilitar al penado, la pastoral penitenciaria ha de ser apoyo personal para que el preso no se desprecie a sí mismo, cure las heridas del pasado, recupere la dignidad perdida y adopte una actitud nueva ante la vida.
Al mismo tiempo, la pastoral penitenciaria ha de luchar para que al penado se le ofrezcan los medios que precisa para su mejor rehabilitación: tratamiento médico, asistencia psicológica, apoyo social, gestión de permisos, salidas terapéuticas, libertad condicional, aplicación de medidas a las que tienen derecho…
La pastoral penitenciaria está llamada a ser hoy una pastoral de sensibilización y concienciación social. La sociedad ha de conocer el sufrimiento injusto que produce el actual sistema penitenciario y que se materializa en la prisión: hemos de interiorizar socialmente ese sufrimiento de un colectivo que es parte de la sociedad; hemos de reaccionar para erradicarlo, abordando el problema de la cárcel, suscitando un debate socio-político y buscando eficazmente alternativas sociales.
La preocupación por el preso no ha de terminar en la prisión. Al reintegrarse a la sociedad, el recluso debería contar con alguien que le espera, que se interesa por él y que está dispuesto a prestarle ayuda y apoyo. ¿Qué se puede hacer? ¿Es posible pensar en grupos de apoyo dispuestos a preocuparse por él cuando salga de la cárcel, sea en libertad condicionada, con permiso de fin de semana o definitivamente? ¿Es posible algún tipo de asistencia organizada a aquellos presos que no tienen a dónde dirigirse? ¿Un lugar donde puedan recibir un primer apoyo, acogida y orientación para su inserción social? ¿Se puede ayudar a esos jóvenes drogadictos que salen de la prisión a integrarse en algún programa de rehabilitación? No es una labor fácil, pero ahí tenemos todos un reto que no podemos rehuir.
José Antonio Pagola, NUEVA ETAPA EVANGELIZADORA, 4. Caminos de evangelización, capítulo 8