EL RIESGO DE INSTALARSE
Tarde o temprano, todos corremos el riesgo de instalarnos en la vida, buscando el refugio cómodo que nos permita vivir tranquilos, sin sobresaltos ni preocupaciones excesivas, renunciando a cualquier otra aspiración.
Logrado ya un cierto éxito profesional, encauzada la familia y asegurado, de alguna manera, el porvenir, es fácil dejarse atrapar por un conformismo cómodo que nos permita seguir caminando en la vida de la manera más confortable.
Es el momento de buscar una atmósfera agradable y acogedora. Vivir relajado en un ambiente feliz. Hacer del hogar un refugio entrañable, un rincón para leer y escuchar buena música. Saborear unas buenas vacaciones. Asegurar unos fines de semana agradables…
Pero, con frecuencia, es entonces cuando la persona descubre con más claridad que nunca que la felicidad no coincide con el bienestar. Falta en esa vida algo que nos deja vacíos e insatisfechos. Algo que no se puede comprar con dinero ni asegurar con una vida confortable. Falta sencillamente la alegría propia de quien sabe vibrar con los problemas y necesidades de los demás, sentirse solidario con los necesitados y vivir, de alguna manera, más cerca de los maltratados por la sociedad.
Pero hay además un modo de «instalarse» que puede ser falsamente reforzado con «tonos cristianos». Es la eterna tentación de Pedro, que nos acecha siempre a los creyentes: «plantar tiendas en lo alto de la montaña». Es decir, buscar en la religión nuestro bienestar interior, eludiendo nuestra responsabilidad individual y colectiva en el logro de una convivencia más humana.
Y, sin embargo, el mensaje de Jesús es claro. Una experiencia religiosa no es verdaderamente cristiana si nos aísla de los hermanos, nos instala cómodamente en la vida y nos aleja del servicio a los más necesitados.
Si escuchamos a Jesús, nos sentiremos invitados a salir de nuestro conformismo, romper con un estilo de vida egoísta en el que estamos tal vez confortablemente instalados y empezar a vivir más atentos a la interpelación que nos llega desde los más desvalidos de nuestra sociedad.
José Antonio Pagola
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Marina Ibarlucea
Para que esta fiesta de la Transfiguración está puesta en estas fechas para alertarnos, para que no nos acomodemos. Estamos en mitad del verano, muchos de nosotros de vacaciones, o bien comenzándolas o bien finalizándolas. Y la fiesta de la Transfiguración nos recuerda que Jesús sube al monte y alcanza la gloria. Y es allí, en la lejanía del día a día, y en la cercanía a Dios (porque el monte representaba eso, proximidad a Dios), donde Jesús se transfigura. Se presenta a los discípulos elegidos, con una luz esplendorosa y rodeado de dos personajes del Antiguo Testamento: Moisés y Elías.
Nosotros también tenemos momentos en los que estamos muy a gusto. Nos olvidamos de nuestro día a día, desconectamos de todos esos problemas. Apagamos el móvil y no sabemos nada de trabajos, de familia, de problemas y mareos. Y estamos tan a gusto, que no queremos regresar a esa realidad. Pero Jesús nos despierta de nuestra ensoñación y nos recuerda que donde nos pide Dios que estemos es así, en nuestras labores y quehaceres.
Bajar a la realidad, eso es lo que nos está recordando hoy Mateo. Las vacaciones de verano son muy bonitas, pero tenemos que pensar que donde nos pide Dios que estemos es en nuestro ambiente, con aquellas personas con las que compartimos nuestra vida. Hagamos tres chozas aquí y Dios estará con nosotros, lo mismo que en la montaña.
La eucaristía puede ser hoy nuestra transfiguración. En la celebración nos encontramos con el Señor y una vez más, Jesús es glorificado, ensalzado. Pero la eucaristía nos envía al mundo. Tratemos de compartir lo vivido en nuestra eucaristía dominical durante toda la semana. Ojalá que nuestra vida sea ese reflejo y radiante de Jesús en nuestras vidas.
Gracias por siempre llamarnos a estar atentos a la forma cómo practicamos nuestro amor en lo cotidiano.