La acogida despierta siempre esperanza. La persona se siente más segura, con más fuerza y más resortes cuando se siente acogida. Por muy difícil que sea su situación, por muy graves que sean sus problemas, por muy hundida que se encuentre, si percibe que ya no está del todo sola, que puede contar con alguien, que su vida interesa de verdad a alguien, en esa persona se puede despertar un germen de esperanza.
Tal vez lo primero que necesita la persona que ha perdido la esperanza es sentirse escuchada, poder desahogarse y compartir con alguien su desesperanza.
La escucha libera de la soledad, la incomunicación y el aislamiento.
La escucha alivia el ansia y los miedos. Cuando la persona puede hablar de sus miedos, incertidumbres, o de lo que le quita la paz, comienza a sentirse más segura.
La escucha libera de la confusión y el desconcierto. Al desahogarse, la persona va poniendo nombre a sus problemas y sentimientos, se va comprendiendo mejor a sí misma.
La escucha suaviza heridas del pasado, alivia el sufrimiento. La persona herida y maltratada por la vida necesita, de alguna manera, llorar, desahogarse, expresar su rabia, su pena o su impotencia.
La escucha ayuda además a recuperar la dignidad perdida o maltratada. La persona escuchada crece en autoestima, descubre que es importante para alguien. Podrá descubrir un sentido nuevo a su vida y a sus problemas.
¿Qué es lo que realmente busca esta persona cuando, desbordada por su problema, se siente impulsada a pedir ayuda? Sin duda, quiere encontrar alguna solución a su problema y a sus sufrimientos, pero su búsqueda es más compleja. Lo primero que busca es ser comprendida en los sentimientos que está viviendo. Está pidiendo, además, que, de alguna manera, compartamos su sufrimiento desde una actitud de empatía, que sintonicemos con lo mal que está. Naturalmente, quiere que nos interesemos en comprender la realidad de su problema. Quiere que le acompañemos a buscar juntos caminos de solución.
Una persona que acoge, escucha y acompaña, ella misma se convierte en signo de esperanza. Hay personas que transmiten y contagian esperanza, no solo con sus palabras, sino con su presencia, su modo de ser y de vivir, su manera de mirar la vida, su forma de tratar a las personas. Comunican esperanza. Contagian la fuerza interior que llevan dentro, la esperanza que los mueve a ellos mismos. Es una suerte encontrarse con esas personas.
José Antonio Pagola, El arte de generar esperanza (Pastoral renovada)