Si seguimos a Jesús, hemos de sentirnos llamados a ser buena noticia para los pobres siguiendo sus pasos. Por eso es importante recordar cómo se sitúa Jesús ante ellos.
Hacer sitio
Jesús es alguien que «hace sitio» en su propia vida al dolor, a la soledad, a la impotencia de los que no tienen sitio en la sociedad. Él, antes de proporcionar ayuda, se acerca, hace sitio al pobre, a la prostituta, al enfermo, al poseído por espíritus malignos, al leproso… Jesús se acerca a aquellos a los que se les cierran todas las puertas, incluso las del Templo, los que no saben a dónde recurrir, los que se topan día a día con las barreras que les levantan los poderosos.
Nuestro compromiso cristiano con los pobres comienza por «hacer sitio» en nuestra vida, en nuestras preocupaciones, en nuestro tiempo, en nuestra comunidad cristiana, a los que no tienen un sitio digno en la sociedad.
Defender al débil
Es otro rasgo fundamental de Jesús: defender siempre a los débiles, los que viven agobiados por el peso de la vida, del olvido, de la enfermedad, de la miseria, de la soledad. Los que están desamparados. Los que no pueden valerse a sí mismos. Nosotros hablamos de «pobres», pero Jesús habla muchas veces de los «pequeños», los que no tienen poder ni fuerza para defenderse, los que no son «grandes» en nada. Él rompe barreras sociales, se sienta a la mesa con los marginados, toca a los leprosos, crea comunicación, rehabilita, recuerda a todos la dignidad de cada hombre y de cada mujer.
El compromiso cristiano va creciendo en nosotros cuando comenzamos a interesarnos más por los débiles, cuando en nuestro corazón hay una tendencia a defender a los que están abajo, en último lugar, cuando apoyamos a los débiles y nos ponemos de su lado de forma concreta y comprometida.
Salvar lo perdido
Jesús habla en sus parábolas de la oveja perdida, del hijo perdido, de la moneda extraviada. Es el lema de su vida: «El Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lucas 19,10). Este es el dato: Jesús se hace presente allí donde la vida aparece más amenazada y deteriorada. Él se siente enviado a las ovejas perdidas de la casa de Israel (Mateo 15,24), es decir, los excluidos, los últimos, los perdidos, los que la sociedad de Israel ha ido dejando fuera, la gente abandonada y olvidada por sus dirigentes religiosos.
Jesús se pone al servicio de toda la sociedad (ricos y pobres, observantes y pecadores), pero comienza a partir de los últimos. Esta cercanía de Jesús a «los perdidos» está hecha de gestos concretos de apoyo, acogida personal, defensa, curación, escucha, perdón, rehabilitación, integración a la convivencia. Con su actuación, Jesús les va revelando un «nuevo rostro de Dios».
Por ahí va el compromiso cristiano: hacernos presentes allí donde la vida aparece más deteriorada y malograda, y, desde ese servicio al hombre humillado, desvalido, pobre y enfermo, anunciar a todos que Dios es amigo de la vida, de la dignidad y de la salvación de todo ser humano.
José Antonio Pagola, NUEVA ETAPA EVANGELIZADORA, 4. Caminos de evangelización, capítulo 7