Amigo liberador de la mujer
Jesús pone fin al privilegio machista de los varones judíos, que podían repudiar a sus esposas expulsándolas del hogar, y defiende el proyecto original de Dios sobre el matrimonio. Dios «los ha creado varón y mujer» a su imagen. No ha creado al varón con poder sobre la mujer. No ha creado a la mujer sometida al varón. Con esta posición, Jesús está destruyendo de raíz el fundamento del patriarcado bajo todas sus formas de control, sometimiento e imposición del varón sobre la mujer.
Dios no bendice ninguna estructura que genere dominación del varón y sumisión de la mujer. En el reino de Dios tendrán que desaparecer. Por eso, acoge Jesús en su seguimiento no solo a varones, también a mujeres. Todos son hermanos y hermanas, con igual dignidad. Desaparece la autoridad patriarcal. No llamarán a nadie Padre, solo al del cielo (Mateo 23,9). La nueva familia que se va formando en torno a Jesús es un espacio sin dominación masculina.
La verdad de Jesús nos hará libres
Hay un rasgo básico que define la libertad profética de Jesús: su voluntad de vivir en la verdad de Dios. Jesús no solo dice la verdad, sino que busca la verdad y solo la verdad de Dios que quiere un mundo más humano para todos sus hijos e hijas. Habla con autoridad porque habla desde esa verdad. No habla como los fanáticos que tratan de imponer su verdad, ni como los funcionarios que la defienden por obligación. No se siente guardián de la verdad, sino testigo.
Jesús es libre para gritar la verdad del Dios del reino. Su promesa es clara: «Si os mantenéis en mi Palabra, seréis mis discípulos, y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Juan 8,31-32). Si nos mantenemos en la Palabra de Jesús, conoceremos la verdad que nos hará libres:
- Nos liberaremos de miedos que ahogan la alegría y la creatividad en la Iglesia, nos impiden buscar con sinceridad la verdad del evangelio y nos paralizan para abrir caminos al reino de Dios.
- Romperemos silencios. Se despertará en la Iglesia la libertad profética. Se escuchará la palabra del pueblo de Dios, enmudecida durante siglos. Los creyentes sencillos pronunciarán en voz alta palabras buenas, curadoras, consoladoras. Se escuchará no solo la palabra de quienes hablan en nombre de la institución, sino también la de quienes viven animados por el evangelio.
- Despertaremos la esperanza. Siguiendo a Jesús, «seremos voz de los sin voz, y voz contra los que tienen demasiada voz» (Jon Sobrino). Esta voz humilde, pero libre y fuerte es más necesaria que nunca en el interior de la comunidad mundial y en el seno de la Iglesia. Esta voz puede reavivar la esperanza en la liberación final, cuando «Dios enjugará las lágrimas de nuestros ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo habrá pasado» (Apocalipsis 21,4).
José Antonio Pagola