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¿Cómo saber si estamos perdiendo la esperanza?

Publicado el 05/ Abr/ 2024
por Coordinador - Mario González Jurado
comunidad, Jesús, proyecto, renovación

De qué hablamos cuando pensamos en “la esperanza”

Todos necesitamos un aliento, una confianza básica que nos impulse a seguir caminando. Sin esperanza no se puede vivir. La esperanza es la fuerza de la vida, el motor, el impulso vital. Por eso, cuando en nosotros se apaga la esperanza, se apaga la vida. Comenzamos un proceso de regresión y anulación: la persona se encoge, no busca, no crece, cae fácilmente en la pasividad. Para captar mejor qué es la esperanza voy a ir describir algunos rasgos.

Un estilo de vida: La esperanza es una manera de estar en la vida en una actitud positiva y confiada.

Vivir con horizonte: El que vive con esperanza se orienta hacia el futuro. No le asusta el porvenir. No le paraliza. Vive con horizonte.

Una postura activa: Tener esperanza no es esperar pasivamente, aguantar, ver lo que se nos viene encima. El que vive animado por la esperanza no se queda pasivo. Se mueve, proyecta, actúa, reacciona.

Actitud realista: La persona que vive con verdadera esperanza cuenta con las dificultades, problemas y contratiempos que encontrará en su camino, pero, a pesar de todo, confía en sí misma, en su trabajo… para ir superando obstáculos.

Lucidez responsable: El que vive con esperanza sabe analizar la situación y ver la realidad en sus verdaderas dimensiones. Se esfuerza por captar qué es importante y qué es secundario y accidental. Por otra parte, El que vive con esperanza no se cruza de brazos esperando que le esuceda algo bueno.

Actitud arriesgada: La esperanza crece y se consolida precisamente en los momentos difíciles de la prueba, cuando somos capaces de comprometernos y correr riesgos. Por eso a veces no se trata propiamente de tener esperanza, sino de atrevernos a mantenerla.

Cómo se pierde la esperanza

Una persona puede encontrarse con un hecho o experiencia de carácter negativo: una enfermedad grave, la pérdida de un ser querido, la infidelidad del cónyuge, la pérdida de un trabajo. Estas experiencias pueden provocar dos efectos: la persona empieza a ver su bienestar en peligro y, además, la persona se puede sentir sin fuerzas para superar esa situación. Puede comenzar entonces un desmoronamiento progresivo de la esperanza. Cada individuo puede seguir un camino diferente. Podemos señalar brevemente algunos indicios de la pérdida de esperanza.

Visión negativa: La persona que vive un problema, una situación conflictiva y difícil, corre el riesgo de caer en una visión negativa de todo. Atrapada por su problema, no acierta a ver el lado positivo de las cosas, de las personas o de los acontecimientos. Se encierra en una visión negativa. No es capaz de captar lo bueno, lo hermoso, lo positivo que hay en muchos aspectos de su vida. Tiende a quedarse solo con lo malo. Poco a poco se acostumbra a vivir quejándose. En esa actitud negativa va malgastando todas sus energías. Es evidente que, para reavivar su esperanza, esta persona necesita cambiar su visión del problema y de la vida en general. Tal vez no lo podrá hacer ella sola.

Falta de confianza: La esperanza se pierde cuando la persona va perdiendo la fe en sí misma, en sus resortes y posibilidades. No espera mucho de nadie, pero sobre todo no espera mucho de sí misma. Cada vez se siente más incapaz de reaccionar. No sabe dónde encontrar fuerzas para enfrentarse a sus problemas. Su falta de confianza le va llevando al derrotismo. Puede llegar incluso a culpabilizarse, atormentarse y herirse a sí misma. Para recuperar la esperanza, esta persona necesita captarse a sí misma de otra manera, encontrar de nuevo motivos para confiar en sí misma y en los demás, desarrollar todos los resortes y cualidades que hay en ella y reavivar lo mejor que hay en su interior.

Tristeza: La pérdida de esperanza provoca tristeza. La persona va perdiendo la alegría de vivir. El malhumor, el pesimismo y la amargura se van apoderando poco a poco de ella. No es una tristeza pasajera. Es un estado permanente que va unido a la pérdida de sentido. Esta persona no necesita solo un «empujón», unas palabras de aliento. Necesita redescubrir una fuente de alegría. Un por qué y para qué vivir. Una razón, un motivo que de nuevo dé sentido a su vida.

Endurecimiento: La pérdida de esperanza produce en algunas personas un endurecimiento de su corazón. Deciden que, en adelante, nada ni nadie les hará daño. Matan su capacidad de afecto y amistad. Se endurecen interiormente. Este endurecimiento puede llevar incluso a la agresividad y la violencia. Al ver frustrada su esperanza, en la persona puede crecer la rabia, la hostilidad y el odio a la vida. Por este camino puede incluso caminar hacia su propia destrucción. La persona puede ir matando poco a poco su vida: procesos de alcoholismo, drogadicción, abandono y descuido personal… Para recuperar la esperanza, esta persona necesita desahogarse, reconciliarse consigo misma y con los demás, despertar lo mejor que hay en ella.

Cansancio: En otras personas, la pérdida de esperanza se manifiesta en cansancio. La vida se convierte en una carga pesada difícil de soportar. La persona se ahoga. Va perdiendo entusiasmo y empuje. Siente que no merece la pena vivir así. Este cansancio no es la fatiga normal de un trabajo o una actividad concretos. Es un cansancio vital, profundo, que puede generar angustia. Esta persona necesita recuperar la vida desde dentro, desde sus raíces.

La falta de sentido: De una manera u otra, la persona que pierde la esperanza va perdiendo el sentido de la vida: de su corazón no nacen metas ni proyectos. Nada la hace vibrar por dentro. La persona «va tirando», «sobrevive», sin más. Lo que en el fondo siente, tal vez sin saber definirlo exactamente, es la falta de un sentido global a su vida. No tiene una razón para vivir. Percibe su vida como algo inútil y sin sentido. Tal vez siente que es un estorbo para los demás. Quizá sería mejor desaparecer. Para recuperar la esperanza, esta persona necesita recuperar el sentido de su vida, encontrar motivos para reaccionar, para luchar, para vivir. Necesita renacer de nuevo, aprender a vivir de manera diferente.

José Antonio Pagola, NUEVA ETAPA EVANGELIZADORA, 4. Caminos de evangelización, capítulo 4

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