Esta sociedad necesita testigos y buscadores de silencio y de escucha interior. Hombres y mujeres que apunten con su vida hacia una forma diferente de existencia anclada en lo esencial. Las comunidades monásticas están llamadas a ser en medio de la sociedad contemporánea “espacios de silencio”. Pero ¿cómo construir hoy este silencio monástico? ¿Cómo, sobre todo, cultivarlo y purificarlo de nuevas fuentes de ruido y superficialidad? ¿Qué silencio proponer a la sociedad actual?
Silencio fascinado por Dios
El silencio monástico no es solo silencio exterior. Es ponernos en contacto con lo profundo de nuestro ser, callarnos ante la inmensidad de Dios. Es silencio lleno de Dios. Es acallar mi ser ante él para reconocer humildemente mi propia finitud: “Yo no soy todo, no lo puedo todo, no soy la fuente ni el dueño de mi ser”.
Callarse ante Dios es aceptar ser desde esa realidad misteriosa; acoger con confianza ese misterio que fundamenta mi ser; descubrir con gozo que hay “algo más”, más allá de todo, algo que me trasciende pero que está ahí, fundando y sosteniendo la realidad; saber que puedo vivir de esa “Presencia fundante”.
Pero el silencio monástico ha de ser además hoy “fascinación” por Dios. El silencio de quien se siente fascinado, seducido, atraído por el misterio de Dios. El silencio de quien ha descubierto que en Dios se encierra lo que de verdad anhela el corazón humano. Él es el único que puede curar ese vacío ultimo del hombre, que nada ni nadie puede llenar.
Silencio curador de la persona
Este silencio monástico está llamado hoy a mostrar que es capaz de reconstruir a la persona y hacerla vivir de manera más digna y humana.
Es el Espíritu de Dios acogido en silencio el que hace vivir en la verdad, el que enseña a saborear la vida en toda su hondura, a no malgastarla de cualquier manera, a no pasar superficialmente ante lo esencial.
Callados ante él, descubrimos nuestra pequeñez y pobreza, nuestra superficialidad y vacío; sentimos la necesidad de verdad, de amor, de vida y de libertad; nos sentimos necesitados de perdón y transformación.
Silencio de escucha al ser humano
Quien vive desde el silencio con Dios descubre el mundo, la vida, las cosas, la existencia entera con luz nueva. Su mirada se hace más profunda y amorosa. No se detiene solo en lo anecdótico y superficial. Centrado en Dios y olvidado de sí mismo, no se siente extraño a nadie ni a nada. El verdadero silencio hace al contemplativo más sensible a los miedos, anhelos y esperanzas de las personas.
Proponer el camino del silencio y la escucha
Los que tanto hablamos de Dios, ¿cuándo y cómo buscamos realmente al que está detrás de esta palabra? ¿Cuándo hablan los teólogos desde su propia experiencia interior?, ¿cuándo gozan y padecen la presencia de Dios en sus vidas? ¿Cómo puede la jerarquía pronunciar tantas veces el nombre de Dios sin que nada “decisivo” suceda en sus vidas? ¿Cómo se pueden escribir y leer tantas obras de espiritualidad sin que el Espíritu haga arder más nuestros corazones? ¿No nos estamos convirtiendo en ciegos que pretenden guiar a otros ciegos, sordos que pretenden hacer oír la Palabra de Dios a otros sordos?
Los que habéis recibido el carisma del silencio contemplativo tenéis que interpelar a la Iglesia contemporánea, nos tenéis que llamar al silencio y la escucha interior, nos tenéis que recordar las palabras de san Agustín:
“¿Por qué gustas tanto de hablar y tan poco de escuchar?…
El que enseña de verdad está dentro;
en cambio, cuando tú tratas de enseñar,
te sales de ti mismo y andas por fuera.
Escucha primero al que habla por dentro,
y, desde dentro, habla después a los de afuera.”