Una de las frases más bellas del Evangelio, la encontramos en el versículo 12 del capítulo 21 de san Juan, cuando después del episodio de la pesca milagrosa, Jesús les dice a sus discípulos:
-Venid y comed.
Ninguno de sus discípulos se atrevían a preguntarle:
¿Tú, quién eres?, porque sabían que era el Señor.
Y cuanto más se abstenían de hacer esa pregunta innecesaria, más y más seguros iban estando de su presencia. ¡Tiene que ser él! ¡No puede ser nadie más que él!
¿Quién si no él podía hacerles sentir así? Con esa certeza entrañable y única que iba acrecentando en ellos la fe y la confianza, la alegría del reencuentro, las ganas renovadas de seguirlo…
Nosotros, en nuestra vida, ¿no es verdad que a veces le hemos reconocido en el abrazo apretado del amigo que nos vino a confortar en la pérdida de un ser querido? ¿En los ojos del hermano que sufre y cuya mirada nos está pidiendo, sin palabras? ¿En esas eucaristías vividas de corazón, sabiéndonos invitados a vivir su presencia y sintiéndonos lanzados a compartir nuestra vida con los demás? ¿En la alegría de la fiesta rodeados de familiares y amigos?
¿Quién, sino él, es capaz de hacernos sentir fuertes en nuestra fragilidad, plenos en nuestras carencias, entusiastas y capaces de superar nuestras desidias y de sabernos renovados, por él, cada día?
A veces, nos falta caer en la cuenta de la realidad de la presencia del Resucitado en nuestras vidas, pero si lo hacemos, ya tampoco nosotros vamos a preguntar nada, porque como los discípulos entonces, también sabemos que él siempre está ahí como amigo fiel y compañero inseparable de nuestra aventura humana.
Agradezcamos y vivamos esto cada día. Y, de una manera más renovada, especial, festiva, luminosa y comprometida. Lo haremos en la noche de la Vigilia Pascual.
¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN!
Mercedes Castellano
GVJ Galilea