El principio-misericordia
La misericordia puede quedar reducida a un sentimiento de compasión sin un compromiso práctico. Para evitar malentendidos y reduccionismos, el teólogo Jon Sobrino ha propuesto hablar del “principio-misericordia”, con estos elementos:
En primer lugar, se da una interiorización del sufrimiento ajeno, dejo que penetre en mis entrañas, en mi corazón, en mi ser entero, lo hago mío de alguna manera, me duele a mí.
En un segundo momento, ese sufrimiento interiorizado, que me ha llegado hasta dentro, provoca en mí una reacción, se convierte en punto de partida de un comportamiento activo y comprometido.
Por último, esa reacción se va concretando en actuaciones y compromisos diversos orientados a erradicar ese sufrimiento o, al menos, aliviarlo.
Esto es siempre lo primero y lo último en un seguidor de Jesús. Nada hay más importante. La compasión ha de configurar todo lo que constituye nuestra vida
Hacia una Iglesia samaritana
Si es fiel a Jesús y se deja inspirar por el principio-misericordia, la Iglesia ha de estar en un lugar muy preciso: allí donde se produce sufrimiento, allí donde están las víctimas, los empobrecidos, los maltratados por la vida o por la injusticia de los hombres, las mujeres golpeadas y atemorizadas por sus compañeros, los extranjeros sin papeles, los que no encuentran sitio ni en la sociedad ni en el corazón de las personas.
En veinte siglos de cristianismo han surgido en la Iglesia congregaciones religiosas, asociaciones, instituciones benéficas, centros asistenciales, hospitales, lugares de acogida y toda clase de iniciativas a favor de los últimos: enfermos, pobres, vagabundos, peregrinos, niños abandonados, prostitutas, apestados, leprosos…
Pero no es suficiente. Hay que trabajar para que la Iglesia como tal esté configurada en su totalidad por el principio-misericordia. La Iglesia tendría que hacerse notar por ser el lugar donde se puede observar la reacción más libre, audaz e intensa ante el sufrimiento que hay en el mundo.
Hacia una cultura animada por la compasión
No hay progreso humano, no hay política progresista, no hay religión verdadera, no hay proclamación responsable de los derechos humanos, no hay justicia en el mundo si no es acercándonos a los últimos con la seriedad de la compasión de Dios.
Desde Jesús hay algo muy claro: nunca en ninguna parte se construirá la vida tal como la quiere Dios si no es liberando a los que sufren de su miseria y humillación; nunca ninguna religión será bendecida por Dios si no introduce para ellos la justicia que brota de la compasión.
Para Jesús, una humanidad constituida por naciones, instituciones o personas comprometidas en alimentar a los hambrientos, vestir a los desnutridos, acoger a los inmigrantes, atender a los enfermos y visitar a los presos, es el mejor reflejo del corazón de Dios y la mejor concreción de su Reino.
José Antonio Pagola, Jesús y la misericordia (Pastoral renovada)