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VIDEO DE LA CONFERENCIA COMPLETA EN ÁVILA
El recorrido que haremos en esta exposición es sencillo [Estos cinco apartados se irán publicando, uno a uno, para facilitar su lectura]:
- Comenzaré por mostrar que Jesús capta y vive la realidad de Dios como misterio insondable de misericordia.
- Luego, me detendré a exponer cómo esa misericordia del Padre aparece encarnada en la vida de Jesús orientada radicalmente hacia los más necesitados de compasión, en su entrega prioritaria a los dolientes y en su escandalosa acogida a los “pecadores” más despreciados.
- En tercer lugar, escucharemos la gran herencia de Jesús: “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso.
- Terminaremos ahondando en la dinámica de la misericordia.
- Y, a modo de conclusión, haré algunas sugerencias para caminar hacia un Iglesia samaritana y para trabajar por una cultura más alentada por la misericordia.
1. Dios, misterio insondable de Amor misericordioso
El acuerdo es hoy prácticamente unánime. Jesús de Nazaret ha sido un hombre que ha vivido y comunicado una experiencia sana de Dios, sin desfigurarla con los miedos, ambiciones y fantasmas que, de ordinario, proyectan los fieles de las diversas religiones sobre la divinidad.
Lo primero que hemos de grabar bien es que Jesús capta y vive la realidad insondable de Dios como un misterio de misericordia. Lo que define a Dios no es el poder, la fuerza o la astucia, como a las divinidades paganas del imperio. Por otra parte, Jesús no habla nunca de un Dios indiferente o lejano, olvidado de sus criaturas. Menos aún, de un Dios interesado por su honor, sus intereses, su templo, su sábado… En el centro de su experiencia de Dios no nos encontramos con un “legislador” que intenta gobernar el mundo por medio de leyes, ni con un Dios “justiciero”, irritado o airado ante el pecado de los hombres.
Para Jesús, Dios es “misericordioso”, “compasivo”. Cuando Jesús hablaba de Dios en su lengua materna lo llamaba “rahum” (literalmente, “entrañable”), es decir, Dios tiene “rahamin” (entrañas de mujer). Los expertos dicen que, probablemente, en el origen de este lenguaje que emplea Jesús subyace la imagen de que Dios es un “Padre querido” (Abbá) que tiene entrañas de madre: Dios siente hacia nosotros lo que una madre siente hacia el hijo que lleva en sus entrañas. Esta es la imagen preferida de Jesús. Dios nos lleva en sus entrañas. (En castellano empleo indistintamente los términos “misericordioso” y “compasivo”. Misericordia significa literalmente “poner el corazón en el que está en la miseria” y sugiere la atención a quien está sufriendo en la miseria. Compasión significa “padecer con el que sufre” y sugiere más la cercanía y solidaridad con el que sufre).
Esta es la Buena Noticia de Dios proclamada por Jesús. El misterio último de la realidad que los creyentes llamamos “Dios” es un misterio de misericordia infinita, bondad sin límites, ofrecimiento continuo de perdón. En Dios la misericordia no es una actividad entre otras, sino que todo su ser consiste en ser misericordioso con sus criaturas. Hemos de revisar la teología metafísica que tiende a hacer de Dios un ser “omnipotente” y arbitrario. Dios solo puede lo que puede su amor misterioso: no puede vengarse de nosotros, no nos puede guardar rencor, no puede devolvernos mal por mal. La misericordia es el ser de Dios, su reacción ante sus criaturas, su modo de mirar a sus hijos e hijas, lo que mueve y dirige toda su actuación.
Las parábolas más conmovedoras de Jesús, y sin duda las que más trabajó en su corazón, son las que narró para contagiar a todos su confianza absoluta en la misericordia de Dios. La más cautivadora es, tal vez, la del “padre bueno” (Lucas 15,11-32: Es un error llamarla “parábola del hijo pródigo”; la figura central es el padre). Los que la escucharon por vez primera quedaron sin duda sorprendidos. No era esto lo que se enseñaba en las sinagogas de Galilea ni en el templo de Jerusalén.
- ¿Será Dios así? ¿Como un padre que no se guarda para sí su herencia, que no el comportamiento de sus hijos, que espera siempre con amor a los perdidos, que “estando todavía lejos” ve a su hijo y “se le conmueven las entrañas”? (El verbo “splanchnizomai” que emplea Lucas significa literalmente que al padre “le tiemblan las entrañas”. Luego veremos que los evangelistas emplean el mismo término para decirnos que a Jesús también “le tiemblan las entrañas” al ver sufrir a la gente).
- ¿Será así Dios? ¿Como ese padre que pierde el control, echa a correr, lo abraza y besa efusivamente como una madre, interrumpe su confesión para ahorrarle más humillaciones y lo restaura como hijo en su casa?
- ¿Será esta la mejor metáfora de Dios? ¿Un padre conmovido hasta sus entrañas, que acoge con amor a sus hijos perdidos y suplica a los hermanos a acogerlos también ellos con la misma compasión?
- ¿Será Dios un padre que busca conducir la historia de los hombres hasta una fiesta final donde por fin se celebre la vida y la liberación de todo lo que esclaviza y degrada al ser humano?
- Jesús habla de un banquete abundante abierto a todos, habla de música y de baile, de hijos perdidos que despiertan la compasión del padre, de hermanos invitados a acogerse. ¿Será ese el secreto último de la vida? ¿Será este el proyecto humanizador del reino de Dios, de abrir caminos a un mundo más digno, más justo y fraterno, más dichoso para todos?
Jesús contó también otra parábola sorprendente y provocativa sobre el dueño de una viña que quería pan y trabajo para todos (Mateo 20,1-15: Es un error llamarla parábola de “los obreros de la viña”; el verdadero protagonista es el propietario de la viña. La podemos llamar parábola del “contratador bueno” o del “patrono que quería pan para todos”). Según el relato, el propietario de una viña fue personalmente hasta la plaza de un pueblo a contratar a diversos grupos de trabajadores a diferentes horas del día. Sorprendentemente, aunque los trabajadores han hecho un trabajo muy desigual en la viña, el señor paga a todos un denario: lo que se consideraba necesario para vivir una familia campesina de Galilea durante un día. El patrono no piensa en los méritos de unos y otros, sino en que todos puedan cenar aquella noche. Cuando el grupo que más ha trabajado protesta, esta es su respuesta: “¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiero con lo mío? ¿O tenéis que ver con malos ojos que yo sea bueno?
- El desconcierto tuvo que ser general. ¿Qué estaba sugiriendo Jesús? ¿Es que Dios no actúa con los criterios que nosotros utilizamos? ¿Es que para Dios no cuentan los méritos?
- Esta manera de entender la bondad de Dios, ¿no rompe nuestros esquemas religiosos? ¿Qué dirían los maestros de la ley y qué pueden decir los moralistas de hoy?
- ¿Será verdad que, desde sus entrañas de misericordia, Dios más que fijarse en nuestros méritos está buscando cómo responder a nuestra necesidad de salvación?
José Antonio Pagola
II Congreso mundial de Biblia y Mística “Misericordiosos como el Padre”
CITES, Ávila, 7 de septiembre de 2016
SALVAR EL AMOR
Hermosa esta realidad que José Antonio Pagola nos presenta, en le Cité du le spiritualité-mystique en Avila.
Su conferencia provechosa, llena de sentido y profundo criterio, nos ayuda a aclarar y discernir, el maravilloso lenguaje conque Dios se expresa, su Misericordia de Padre bueno.
En nuestro mundo, tantas veces ajeno e indiferente a interpelarse y cuestionarse, los por qué de la vida y su sentido verdadero, es saludable y bueno no perder el Norte, conocer cómo le agrada a Dios nuestra obediciencia a su voluntad, hacer creíble su Amor.
Puedo comprender el Amor y Misericordia de Dios, desde el instante mismo que me ha dado la vida, en el susurro delicado y tierno, de su Espíritu dentro de mí, aleteando en el seno de mi madre.
La historia de la salvación está envuelta, en el abrazo cálido y tierno conque Dios contempla y sostiene la fragilidad humana, desde el principio de la Creación.
Un Padre-Madre bueno, lleno de misericordia hacia la condición humana, su limitación, miserias y pecados.
Un padre y madre con entrañas de Misericordia, que nunca nos «suelta» del todo, conoce hasta donde llegan nuestros límites y quiere salvarnos del sin sentido y sinrazón.
La Misericordia de Dios, siempre tiene las «puertas» abiertas, sin los impedimentos, imposibles y trabas, conque tantas veces «flagelamos» el sufrimiento de los demás. Dios contempla el retorno de la Humanidad rota por el error, cansada de vagar con la miseria sobre su vida.
Volver es una decisión libre, no debe estar nunca condicionada por situaciones de oportunidad interesada, por muy fuerte que sea la necesidad.
El ser humano debe responder a la Misericordia de Dios con el corazón agradecido, confiado y humilde, decir: Dios me ama, por encima de mi debilidad, de mis pecados. Me ha regalado la vida y sólo quiere salvarme, llevarme hasta la plenitud de su Amor.
La siguiente cualidad que nace del corazón misericordioso, es la compasión. Compadecerse es sentir lástima y «estremecerse» ante el sufrimiento del otro, que nos interpela, mueve la voluntad en busca de alivio y solución. Es la que «convierte» mi corazón, cambia y transforma la miseria.
¿Cómo hemos de vivir el amor compasivo, en justicia y verdad?
La salvación es sobretodo un acto de amor justo; en él se nos revela la verdad y el querer de Dios, Padre bueno.
El amor que es habitado por la Misericordia de Dios, no tiene otra adherencia hacia los otros que la compasión, encuentra en él la justificación de las obras.
Los cristianos, conducidos por la Luz, tenemos un referente del todo válido y verdadero: Jesús. La Misericordia estuvo presente y de manera singular, en el modo de actuar de Jesús, era su más genuina esencia; su corazón no albergaba sino amor, interés por el otro, cuidando siempre hacer la voluntad de Dios-Padre, a través de cuantos hombres y mujeres sufrientes encontró en su camino.
No toda forma de amar es real y válida, ni es voluntad de Dios. La compasión que nace del «agua viva», la que Jesús nos promete y ofrece como fuente de Amor y salvación, ha de habitar en un corazón lleno de misericordia.
No se puede amar en justa y sincera verdad, ser compasivos, si nuestro corazón no se deja habitar por la Misericordia de Dios y la acoge como regalo de gracia y perdón.
No debemos confundir el acto compasivo, como «complicidad» con el pecado. Dios, Padre justo, sale al encuentro de todo ser humano, le regala el don de la fe, que es gracia para salvarse.
Dios alza su voz ante el pecado, interpela y pide «cuentas» del mal al pecador. No «mira para otro lado»; el grito de todos los que sufren las injusticias de este mundo, su sufrimiento, le hace exclamar: ¿qué has hecho de tu hermano?
Y Jesús lo deja claro, sin poder dar «marcha atrás». En la otra vida, no hay retorno posible, se nos juzgará del amor. Este fue su Testamento para la Vida con él, dejado en Memoria suya. Y es también, la respuesta que hemos de dar a la Misericordia de Dios.
Porque la Misericordia de Dios, sòlo puede justificarse por las obras. En Jesús, la Misericordia del Padre es visible, se palpa y vive en el amor y la compasión hacia todo ser humano.
Son pobres, quienes sufren las consecuencias del pecado, de la limitación y enfermedad, de las innumerables carencias, el error y violencias.
Es la POBREZA que «cobija» a todas las demás: la falta de AMOR. Sin amor, el se humano se pierde y aleja de Dios, no es posible la salvación.
Nuestro corazón, ha de ser en verdad humilde y permeable, ha de «beber» de la fuente de «agua viva», la Misericordia de Jesús, convertida en verdad creíble, a través de su AMOR.
Hay un texto de Khalil Gibran, en El profeta, que para mí describe una bella forma de lo que es el buen amor…
El amor no da nada más a sí mismo y no toma nada más que de sí mismo.
El amor no posee ni es poseído.
Porque el amor es suficiente para el amor.
Cuando améis no debéis decir: «Dios está en mi corazón», sino más bien: «Yo estoy en el corazón de Dios.»
Y pensad que no podéis dirigir el curso del amor porque él si os encuentra dignos, dirigirá vuestro curso.
El amor no tiene otro deseo que el de realizarse.
Pero, si amáis y debe la necesidad tener deseos, que vuestros deseos sean éstos:
Fundirse y ser como un arroyo que canta su melodía a la noche.
Saber del dolor de la demasiada ternura.
Ser herido por nuestro propio conocimiento del amor, sangrar voluntaria y alegremente.
Despertarse al amanecer con un alado corazón y dar gracias por otro día de amor.
Descansar al mediodía y meditar el éxtasis de amar.
Volver al hogar con gratitud en el atardecer.
Y dormir con una plegaria por el amado en el corazón y una canción de alabanza y gratitud en los labios.
Sin duda, Jesús nos ayuda a vivir su mandamiento de Amor, la Eucaristía hecha compasión, la misma que en su vida brilló con Luz propia.
Sera la «antorcha» que nos guíe a la «Casa del Padre».
Miren Josune