ABRIENDO CAMINOS AL REINO DE DIOS
Los últimos serán los primeros (Marcos 10,31)
La compasión exige buscar la justicia de Dios, empezando por los últimos, los más indefensos y desvalidos. No los podemos abandonar en el abismo del olvido o la desesperación.
Esto es lo que Jesús quiere dejar claro con el lenguaje provocativo de sus bienaventuranzas:
«Dichosos los que no tenéis nada
porque de vosotros es el reino de Dios.
Dichosos los que tenéis hambre
porque Dios os quiere ver comiendo.
Dichosos los que lloráis
porque Dios os quiere ver riendo».
Cuando ya no se sabe cómo ni de dónde podría brotar una esperanza para un mundo que parece caminar hacia su destrucción, Jesús proclama de manera rotunda por dónde empezar.
Esas políticas que no admiten una crítica de fondo, esas religiones seguras de sí mismas que ni siquiera sospechan la interpelación de los pobres, no responden a la verdad de Dios. El camino hacia una vida más digna y dichosa para todos se comienza a construir desde los últimos. Ellos han de ser los primeros. Esta primacía es absoluta. La quiere Dios. No ha de ser relativizada por ninguna cultura, ninguna política, ninguna religión.
Devolved al César lo que es del César, pero dad a Dios lo que es de Dios (Marcos 12,17)
No se ha de dejar nunca en manos de ningún poder lo que solo pertenece a Dios. Y Jesús ha repetido con frecuencia: los pobres son de Dios; los pequeños son sus predilectos; el reino de Dios les pertenece.
Va contra Dios seguir sacrificando a los pobres de la tierra a los «mercados» y poderes financieros. Es insoportable dejar a los pueblos más pobres y excluidos en manos de multinacionales apátridas a merced de un «libre comercio» perverso, que busca impunemente el máximo lucro de los poderosos, aún a costa de la vida y la dignidad de los últimos.
La autoridad suprema en el mundo la han de tener las víctimas. Esta autoridad moral de los que sufren es exigible a todos. Ninguna ética digna de este nombre puede prescindir de ella, pues estaría al servicio de la destrucción de los más débiles.
No podéis servir a Dios y al Dinero (Lucas 16,13)
No es posible acumular riqueza de manera insaciable y, al mismo tiempo, servir a ese Dios que no puede ser Padre sin hacer justicia a quien nadie hace. Algo va mal entre los seguidores de Jesús si pretendemos vivir lo imposible.
El dinero se ha convertido en el gran «ídolo» que, para subsistir, exige cada vez más víctimas y deshumaniza cada vez más a quienes le rinden culto. Por eso llama Jesús «necio» al rico de la parábola, que construye graneros cada vez más grandes para almacenar su cosecha, pensando solo en su bienestar cuando ni siquiera puede asegura su vida mortal.
Así es de insensata la lógica de los países de la abundancia: viven acumulando insaciablemente bienestar, pero lo hacen, generando, por una parte, hambre, miseria y muerte en los países excluidos, y por otra, deshumanizándose ciegamente cada vez más.
«Hoy la llegado la salvación a esta casa» (Lucas 19,9)
La salvación llega a la casa del rico Zaqueo, cuando se compromete a devolver todo lo robado y a compartir sus bienes con los pobres. Ese es el camino. Al mundo irá llegando la «salvación» cuando los países ricos promuevan políticas de restitución para compensar a los países empobrecidos por los saqueos cometidos por el colonialismo y por la imposición del sistema neoliberal.
Llegará cuando se ponga límite al desarrollo insostenible y se impulsen políticas de cooperación real y solidaridad efectiva con los últimos.
Los seguidores de Jesús hemos de mostrar con nuestra vida que «ha venido a salvar lo que estaba perdido» (Lucas 19,10).
José Antonio Pagola