Queridos amigos y amigas de Grupos de Jesús:
Continúa la segunda parte de la entrevista que la revista Arántzazu hizo a José Antonio Pagola en noviembre de 2015, con ocasión del inicio del año jubilar de la misericordia.
P/ Volvamos a esa gran llamada de Jesús a ser misericordiosos como el Padre.
R/ La experiencia de Dios como misterio de compasión le llevó a Jesús a introducir en la historia de la humanidad un nuevo principio de actuación: la misericordia. En la sociedad judía de los años treinta había diferentes grupos y corrientes religiosas, pero todos tenían como ideal un principio formulado en el Levítico: “Sed santos porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo” (Levítico 19,2). Todos debían imitar al Dios santo que habitaba en el Templo: un Dios que amaba a su pueblo, bendecía a los observantes de la Ley y acogía a los puros, pero rechazaba a los paganos, maldecía a los pecadores y alejaba a los impuros. Esta manera de entender la santidad como separación de lo pagano, lo maldito e impuro generaba una sociedad discriminatoria y excluyente. No promovía la comunión, la mutua acogida, la fraternidad.
Jesús captó enseguida que esa visión religiosa no respondía a su experiencia de Dios, y con una lucidez y audacia sorprendentes, introdujo un nuevo principio: “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo” (Lucas 6,36). Jesús no niega la santidad de Dios, pero la entiende de otra manera. Dios es grande y es santo, pero no porque rechaza a paganos, pecadores e impuros, sino porque ama a todos sin excluir a nadie de su misericordia infinita. La compasión hacia todo ser humano, sin excluir a nadie, es el camino para buscar el reino de Dios y su justicia, y construir un mundo fraterno y justo.
P/ ¿No es esto una verdadera revolución?
R/ Sin duda. Aceptar este principio en la Iglesia la transformaría desde sus raíces. A nosotros se nos ha inculcado el ideal de aspirar a la santidad. Ahora, de Jesús hemos de aprender que la síntesis de la verdadera santidad es vivir desde la compasión. Pero, sería todavía más revolucionario si supiéramos introducir en medio de la sociedad secularizada de nuestros días el anuncio de que Jesús ha abierto a todo ser humano una “vía secular” de alcanzar la salvación. En el relato que se ha llamado tradicionalmente “parábola del juicio final” (Mateo 25,31-46). Jesús afirma rotundamente que lo que va a decidir la suerte final del ser humano no es el comportamiento religioso sino su actuación misericordiosa con los que sufren necesidad, o por el contrario, su indiferencia.
En el relato se habla de seis necesidades básicas que se dan en todos los tiempos. Siempre hay en alguna parte hambrientos y sedientos; hay inmigrantes y desnudos; hay enfermos y encarcelados. No se habla de grandes palabras como “justicia”, “derechos humanos”, “progreso”… sino de cosas concretas como comida, vestido, algo de beber, un techo para resguardarse. No se habla de religión, tampoco de amor, sino de acciones tan concretas como “dar”, “visitar”, “acudir”. Lo decisivo no son las ideologías, las religiones, las teorías sino la compasión que lleva prácticamente a ayudar a todo ser humano necesitado.
P/ José Antonio, estás diciendo cosas muy importantes, pero ¿cómo se aprende a vivir desde la misericordia?
R/ Mira. En la Galilea de los años treinta, el amor al prójimo era reconocido como un precepto muy importante de la ley: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Levítico 19,18). Pero no estaba claro cuándo obligaba este precepto. Naturalmente “prójimo” es el que está “próximo” a nosotros, la persona que tenemos cerca. Pero según los maestros judíos de la Ley, esta obligación de amar al prójimo va disminuyendo en la medida en que crece la distancia (miembros de la propia familia, el clan, la tribu, el pueblo de Israel…). Incluso puede haber personas tan alejadas de nosotros (paganos, adversarios personales, enemigos de Israel…) a los que ya no hay obligación de amar; hasta las podemos rechazar u odiar.
Habrás observado que este modo de entender el amor al prójimo no es solo una interpretación de los maestros judíos de aquella época sino el estilo más habitual de vivir entre nosotros. A los que están cerca y nos quieren mucho, les amamos mucho; a los que nos quieren poco, les amamos poco; a los que están lejos, los ignoramos y nos desentendemos de ellos…
P/ Por eso insisto, ¿se puede vivir de otra manera?
R/ Bien. Cuando un maestro le pregunta a Jesús: “¿quién es mi prójimo?, es decir, ¿a quién tengo que considerar como prójimo?, ¿hasta dónde llegan mis obligaciones con los demás?, Jesús le contesta con una parábola muy conocida por los cristianos, llamada “parábola del buen samaritano”. Según este relato, un “hombre” desconocido es asaltado, robado y abandonado medio muerto en la cuneta de un camino. Afortunadamente, aparecen por el camino dos viajeros: primero un sacerdote y luego un levita. Son representantes del Dios santo del Templo. Seguramente, tendrán compasión de él. No es así. Según el relato, los dos hacen lo mismo literalmente. Ven al herido, dan un rodeo y pasan de largo. ¿Por qué? ¿Cómo pueden dejarlo abandonado a su suerte? No se sienten obligados a hacer nada por aquel desconocido. No es su prójimo. Aparece un tercer viajero. No es un sacerdote ni levita. Ni siquiera pertenece al pueblo elegido. Es un samaritano despreciable. Sin embargo este viajero, al llegar al lugar “ve al herido”, “se conmueve” y “se acerca”. Luego, hace por aquel hombre todo lo que puede: cura sus heridas, las venda, lo monta sobre su propia cabalgadura, lo lleva a una posada, cuida personalmente y paga lo que haga falta.
P/ ¿Dónde está la enseñanza de este relato?
R/ La actuación del samaritano nos enseña qué es vivir desde la compasión o misericordia. Lo primero es caminar por la vida con los ojos bien abiertos para ver a los heridos y necesitados de ayuda. La compasión se despierta en nosotros, no por la obligación de cumplir una ley o por reflexionar sobre los derechos humanos, sino cuando aprendemos a mirar de manera atenta y responsable a los que sufren.
Luego, el samaritano se acerca al herido, se aproxima, “se hace prójimo” de aquel desconocido. No se pregunta si es prójimo o no, si tiene obligación de ayudarle o no. Sencillamente, al verlo necesitado, él mismo se hace prójimo.
Por último, una vez que se ha acercado, hace por aquel hombre todo lo que puede. En esto consiste la dinámica de la compasión: primero, mirar a los que sufren con mirada atenta y responsable para conmovernos; segundo, acercarnos y hacernos su prójimo; tercero, hacer toda clase de gestos y compromisos orientados a eliminar o al menos aliviar el sufrimiento o la necesidad.
En resumen, el que sigue a Jesús no se pregunta ¿quién es mi prójimo?, ¿hasta dónde llegan mis obligaciones?, sino que se pregunta ¿quién está necesitado de que yo me acerque y me haga su prójimo? Por eso Jesús concluye su relato preguntando al maestro de la Ley: ¿Quién de los tres viajeros te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?”. El escriba responde: “El que tuvo compasión de él”. Jesús le dice: “Vete y haz tú lo mismo”.
P/ Aunque todo el mundo cita los escritos del papa Francisco, ¿crees que se comprende bien lo que de novedoso ha traído este Papa?
R/ Para mí lo más preocupante es que no se está transmitiendo a las parroquias y comunidades cristianas su llamada a “impulsar una nueva etapa evangelizadora marcada por la alegría de Jesús”. (Alegría del Evangelio 1). Se habla de las reformas del Vaticano, pero la Iglesia es mucho más que el Vaticano, y el Papa nos está llamando a que llevemos a los hombres y mujeres a Jesús recuperando la frescura original del Evangelio.
Me apena oír que algunos obispos comienzan a sugerir en sus ambientes que hay que resistir con buen ánimo las “ocurrencias” de Francisco hasta que se cierre el paréntesis. Sin embargo, el papa está diciendo cosas tan graves como esta: “La Iglesia ha de llevar a Jesús: este es el centro de la Iglesia, llevar a Jesús. Si alguna vez sucediera que la Iglesia no lleva a Jesús, sería una Iglesia muerta”.
¿Saben los fieles de nuestras parroquias lo que piensa el Papa? ¿Será verdad que una parroquia que no lleva a Jesús está muerta; que una diócesis que no lleva a Jesús está muerta?