Rasgos de la cultura del ruido y la superficialidad
La invasión de la información abruma a los individuos, y la rapidez con que se suceden las noticias impide cualquier reflexión duradera. El individuo vive sobresaturado de información, reportajes, publicidad y reclamos. Su conciencia queda captada por todo y por nada, excitada por todo tipo de impresiones e impactos y, a la vez, indiferente a casi todo.
Se propagan toda clase de imágenes y datos, las conciencias se llenan de noticias e información, pero disminuye la atención a lo interior y decrece la capacidad de interpretar y vivir la existencia desde sus raíces.
La seducción se está convirtiendo en el factor general que tiende a regular el consumo, las costumbres, la educación y la organización de la vida. Es la nueva estrategia que parece regirlo todo. El individuo no es solo solicitado por mil estímulos. Todo le es sutilmente presentado como tentación y proximidad. Todo es posible. Hay que saber disfrutar.
La dictadura de la moda crea todo un estilo de vivir en la movilidad y el cambio permanente. Se cambia de televisor o de coche, pero se cambia también de pareja y de manera de pensar. Nada hay absoluto. Todo es efímero, móvil e inestable. Crece la inconsistencia y la frivolidad.
No es fácil vivir el vacío que crea la superficialidad de la sociedad moderna. Es normal entonces que la persona busque experiencias que llenen su vacío o, al menos, lo hagan más soportable. Uno de los caminos más fáciles de huida es el ruido.
La persona superficial no soporta el silencio. Aborrece el recogimiento y la soledad. Lo que busca es ruido interior para no escuchar su propio vacío: palabras, imágenes, música, bullicio. De esta forma es más fácil vivir sin escuchar ninguna voz interior; estar ocupado en algo para no encontrarse con uno mismo; meter ruido para no oír la propia soledad.
La persona privada de silencio y hondura
Sin contacto con lo esencial de sí mismo, conectado con todo ese mundo exterior en el que se encuentra instalado, el individuo se resiste a la profundidad, no es capaz de adentrarse en su mundo interior.
Sin núcleo unificador. La vida se va convirtiendo en un laberinto. Ocupada en mil cosas, la persona se mueve y agita sin cesar, pero no sabe de dónde viene ni a donde va.
El estilo de vida que impone hoy la sociedad aparta a las personas de lo esencial, impide su crecimiento integral y tiende a construir seres serviles y triviales.
El ruido crea confusión, desorden, agitación, pérdida de armonía y equilibrio. El hombre de nuestros días ha aprendido muchas cosas y está superinformado de cuanto acontece, pero no sabe el camino para conocerse a sí mismo.
Volcado hacia fuera, vive paradójicamente encerrado en su propio mundo, cada vez más incapaz de entablar contactos vivos y amistosos.
Estamos creando una sociedad de hombres y mujeres solitarios que se buscan unos a otros para huir de su propia soledad y vacío, pero que no aciertan a encontrarse.
La sordera para escuchar a Dios
En la sociedad moderna, Dios es para muchos no solo un “Dios escondido”, sino un Dios imposible de hallar. Su vida transcurre al margen del misterio. Fuera de su pequeño mundo, nada hay importante. Dios es, cada vez más, una palabra sin contenido, una abstracción. Tal vez, solo queda sitio para un Dios convertido en “artículo de consumo” del que se intenta disponer según las propias conveniencias e intereses.
En nuestros días se sigue hablando de Dios, pero son pocos los que buscan al que se esconde tras esa palabra. Se habla de Cristo, pero nada decisivo se despierta en los corazones. En la sociedad del ruido y la superficialidad todo es posible: rezar sin comunicarse con Dios, comulgar sin comulgar con nadie, celebrar la liturgia sin celebrar nada. Tal vez, siempre ha podido ser así, pero hoy todo favorece más que nunca el riesgo de ese cristianismo sin interioridad.
Vivimos una mediocridad espiritual que generamos entre todos por nuestra forma empobrecida y superficial de vivir el misterio cristiano.
De poco sirve entonces reforzar las instituciones, salvaguardar los ritos, custodiar la ortodoxia o imaginar nuevas empresas evangelizadoras. Es inútil pretender desde fuera con la organización, el trabajo o la disciplina lo que solo puede nacer de la acción del Espíritu en los corazones.