Maestro crítico de una religión convencional
Jesús anuncia el Reino de Dios en el interior de una cultura religiosa convencional construida a lo largo de varios siglos. La fuente principal de esta religión establecida culturalmente es la Ley de Moisés y las tradiciones sagradas que se van transmitiendo de generación en generación. Esta religión inculcada en las sinagogas, reavivada en las grandes fiestas judías, guardada vigilantemente por los intérpretes de la Ley, impregnaba toda la vida de Israel. El ideal del judío piadoso era obedecer fielmente a la Ley.
Jesús no vive desde esta religión convencional judía sino desde su experiencia de la misericordia de Dios. Su anuncio del Reino de Dios no lo extrae de la doctrina que se enseña en las sinagogas ni de la liturgia que se vive en el Templo de Jerusalén. Cuando Jesús invita a «entrar» en el Reino de Dios está pidiendo pasar de una religión convencional basada en el culto, la tradición o la ley a una vida inspirada y configurada por la experiencia de la misericordia de Dios.
Según la parábola del padre bondadoso (Lc 15,11- 31), el problema de Dios es no poder crear una familia: unas veces, porque el hijo menor se marcha de casa; otras, porque el mayor no quiere entrar. El padre de la parábola no actúa premiando o castigando a sus hijos según lo establecido, sino que ama y perdona de manera desbordante, movido solo por su amor compasivo. Lo único que espera es que también sus hijos actúen de la misma manera.
Sin embargo, el hijo mayor no sabe nada de compasión. Él sabe obedecer leyes. Puede decir a su padre con toda verdad: «Jamás dejé de cumplir una orden tuya» (Lc 15,29). Su vida aparentemente es ejemplar. Sin embargo, es un hombre que no sabe amar, no entiende el amor inmenso del padre, no sabe acoger y perdonar al hermano. Hay una manera de observar la ley que no humaniza ni libera. Al final, está incapacitado para entrar en la fiesta del Reino.
Lo mismo le sucede al fariseo del Templo (Lc 18,10-14). Cumple la ley escrupulosamente, vive una vida religiosa más exigente que nadie, da gracias a Dios por su vida ejemplar, pero no sabe amar. Solo siente superioridad y desprecio por el recaudador de impuestos. En este hombre reina la ley pero no Dios. Hay una manera de entender y de vivir la religión que no introduce en el Reino de Dios.
Jesús ha resumido de manera magistral su pensamiento en la parábola del samaritano (Lc 10, 30-37) donde presenta la actuación de aquel extranjero impuro como modelo y crítica de las clases más puras de Israel. El sacerdote y el levita ven al herido, pero «dan un rodeo» y se alejan de él. En realidad no captan el sufrimiento de aquel hombre pues lo perciben como una amenaza para su pureza sacerdotal y levítica. El samaritano, por el contrario, ve al herido, «siente compasión» y se acerca para hacer por él todo lo que puede. No se plantea si es su deber o no. No tiene nada que cumplir u observar. Solo se deja mover por la compasión que es lo que falta en el corazón del sacerdote y del levita.
El legista había preguntado: «¿Quién es mi prójimo?», es decir, ¿hasta dónde llegan mis obligaciones? Es el planteamiento de quien actúa movido, no por el amor compasivo sino por la religión convencional. Al terminar su parábola, Jesús hace el planteamiento correcto: ¿Quién se ha hecho prójimo del herido? ¿Quién se ha acercado a él desde el amor compasivo? El samaritano no se ha planteado sus obligaciones religiosas. Sencillamente ha actuado como actúa el Padre, movido por un amor compasivo. Por eso, Jesús dice al representante oficial de la religión judía: «Vete y haz tú lo mismo».
Pienso que hoy nos diría lo mismo: «Iglesia del siglo XXI, sé como el samaritano. Acoge en tu seno al Dios de la misericordia. Escucha el sufrimiento de quienes viven hundidos en el hambre, la miseria o la humillación. Defiende la dignidad de los pobres del mundo. Busca el Reino de Dios y su justicia. Todo lo demás viene después. Ayuda a los hombres y mujeres de la sociedad moderna a vivir de manera más digna y dichosa. Ten entrañas de misericordia. No juzgues ni discrimines. No condenes. Anuncia siempre a Dios como Buena Noticia. Sé amiga de pecadores. Vive gritando con fe y esperanza: Venga a nosotros tu Reino».
Impulsor del amor a Dios y al prójimo
Los judíos hablaban con orgullo de la Ley. Según la tradición, Dios mismo la había regalado a su pueblo por medio de Moisés. En esta Ley estaba escrita la voluntad del único Dios vivo y verdadero. En ella podían encontrar todo lo que necesitaban para vivir fielmente su Alianza con él.
Sin embargo, Jesús, seducido totalmente por el proyecto del reino de Dios, no se concentra en la ley. Busca la voluntad de Dios desde otra experiencia diferente: está llegando el reinado de Dios y esto lo cambia todo. La Ley ha regulado la vida de Israel, pero ya no es lo decisivo para descubrir la voluntad de ese Padre compasivo que quiere construir un mundo más justo y humano.
Cuando un maestro de la Ley le pregunta «¿Qué mandamiento es el primero de todo?», Jesús le responde: «El primero es: amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (Mc 12,30). Este mandato del amor no se encuentra en el mismo plano que los demás preceptos, perdido entre otras normas más o menos importantes. Para Jesús el amor a Dios es el principio animador y orientador de todo lo demás. Si un precepto no se deduce del amor o va contra el amor, queda vacío de sentido: no sirve para construir la vida tal como la quiere Dios. Cuando escuchamos al verdadero Dios, percibimos una llamada a amar. No es propiamente una ley: es lo que brota en nosotros cuando nos abrimos al Misterio último de la vida: «Amarás».
Este amor a Dios es lo primero. Pero Jesús añade enseguida otro mandato. El amor a Dios va unido a un segundo mandato del que no se puede disociar: «El segundo es este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más importante que estos» ( Mc 12,31). Amar al prójimo como a uno mismo significa sencillamente amarlo como deseamos que el otro nos ame. Así se entiende la invitación de Jesús, llamada también la «regla de oro»: «Tratad a los demás como queréis que os traten a vosotros». Nuestra experiencia puede ser el mejor punto de partida para imaginar cómo hemos de tratar a una persona concreta. No hay excusas ni escapatoria fácil. Para nosotros siempre queremos lo mejor. Esta «regla de oro» nos pone a buscar el bien de todos de manera incondicional. Esa ha de ser nuestra actitud básica para colaborar en el proyecto humanizador del reino de Dios.
Magnífica la descripción del perfil de Jesús, que hace José Antonio Pagola. Su aportación llena de sabio conocimiento, nos ayuda a conocer mejor la vida de Jesús, a sentirlo más de cerca.
La trayectoria existencial de Jesús, comienza en una tierra hostil, Nazaret, ¿»puede salir algo bueno»? Cruce de caminos y culturas, pueblos nómadas y desarraigados, cuya confluencia y transitoriedad, se daba cita en esta pequeña ciudad de Galilea.
Todo ser humano nace y crece aferrado a su tierra y raíces, a su lengua y cultura. Recibe también la herencia de unos valores, una religión. Es el bagaje que se va transmitiendo a través de la historia de los pueblos, de las generaciones que se han ido sucediendo en el tiempo, dando lugar al devenir de la civilización humana.
Sin duda, el entorno religioso, natural, social, político y cultural que nos circunda, va a influir notablemente en el desarrollo y perfil de la personalidad, en nuestras creencias y valores,hábitos y costumbres, modos de pensar y concebir las distintas realidades de la vida.
Jesús de Nazaret, no era una excepción. Hijo de su tiempo, nacido en medio de un pueblo, cuyo destino iba a marcar un antes y un después en la historia de la Humanidad.
Podemos pensar que ha habido hombres predestinados, los cuales, han dejado su huella e impronta, han contribuído al progreso, avance y mejora de los pueblos y sus moradores, han dejado un rico legado, sin el cual, la vida de hombres y mujeres no hubiera podido alcanzar, las cotas de salud, bienestar social y material, conocimiento y saber de todas las ciencias, de cuyos frutos se ha beneficiado.
No debemos tampoco ignorar la memoria histórica, la crueldad de las guerras, las violencias desatadas, el mal acarreado a pueblos enteros, expulsados, masacrados, diezmados de sus lugares de origen, condenados a la diáspora, a una vida tantas veces indigna e infrahumana.
¿Qué decir de tantas víctimas, a las cuales, les ha sido negada su dignidad y derechos, arrancada su esperanza?
Jesús y su mirada profética, llena de Misericordia, entendió como nadie el querer de Dios, el deseo de arraigar su Reino de amor, no en el poder a costa de los más débiles, de estructuras creadas bajo parámetros de las rígidas leyes establecidas.
Tampoco en una concepción de la vida vacía de sentido y verdad, apocalíptica, destructiva, donde la humanidad estaría destinada a sucumbir, víctima de su error y pecado, de su debilidad.
Me quedo con el 4° y 5° perfil de Jesús, el más íntimo y profundo, el más transcendente y real, sin duda, el que su mirada de amor alcanzó a contemplar, como la necesidad urgente, de responder a la Misericordia de Dios.
Jesús, derramó el bálsamo de su misericordia, en la carne herida, golpeada, torturada, el oprobio del espíritu humillado, abatido, desesperado, sobre la multitud de hombres y mujeres vagando perdidos y abandonados como «OVEJAS SIN PASTOR»
Jesús, el hombre capaz de poner la Casa común «patas arriba» como lo hiciera en el Templo, arrojando a los que traficaban con lo Sagrado, esparciendo las mesas de los cambistas, el vil metal desparramado, tirado por los suelos.
Entonces al igual que ahora, vino a crear un orden nuevo, distinto, LA CIVILIZACIÓN DEL AMOR Y LA MISERICORDIA.
Este y no otro, es el Reino que Dios-Padre le mandó instaurar, y es la llamada que hemos de responder todas y cada una de sus creaturas. Una respuesta, en efecto, que no hay que buscarla fuera, pues todo ser humano lleva en lo más íntimo la imagen indeleble del Dios de la vida y el amor.
Jesús, no tuvo otro sentir más entregado y apasionado, otra misión más real y verdadera: curar, rescatar y salvar, todo el sufrimiento causado por el mal.
Todo su ser y sus sentidos, se «estremecían» ante el dolor de hombres y mujeres, pidiendo, suplicando y llorando, un poco de Misericordia.
Por sus coetáneos, por tí y por mí, asumió el riesgo de una muerte indigna, ser clavado en un tosco madero, exhibiendo en su cuerpo las crueles señales de la maldad humana.
Mientras su Espíritu, gemía y clamaba perdón, «…no saben lo que hacen», su Misericordia seguía ofreciendo el regalo más preciado de su amor: el Paraíso.
¿Quién se atreverá a destruir el Amor y la Misericordia?
Mientras haya sobre la tierra, hombres y mujeres dispuestos a amar como Jesús, a hacer el bien sin acepción de personas,sin pedir currículum alguno, sin poner el interés en la C/C del otro-@, en su poder o prestigio, la Misericordia de Dios que tan generosamente nos prodiga dándonos el regalo de la vida, tendrá respuesta en el hoy de cada día.
El amor y misericordia de Jesús, cuando es proclamada a «los cuatro vientos», desde la Web de los Grupos de Jesús, deja en el aire un nuevo reverdecer de la Jerusalém celestial, promesa que ha de hincar sus raíces en esta tierra y nuestro pueblo, en nuestros hogares, comunidades y parroquias.
Pido a todos-@s, guardar en cada grupo reunido en nombre de Jesús, unos minutos de silencio, orar desde el sentir sincero de nuestro corazón:
JESÚS, DANOS ENTRAÑAS DE MISERICORDIA.
QUE A NADIE HAGAMOS LLORAR,
QUE NO PASEMOS DE LARGO ANTE QUIEN NOS LLAMA Y NECESITA,
QUE SEPAMOS ACOGER, HACER ESPACIO, APOYAR Y VALORAR
TODO AQUELLO QUE EDIFICA TU REINO DE AMOR.
EN TORNO A JESÚS NO SOBRA NADIE:
«PERMANECED EN MI AMOR»,
HACED LA VOLUNTAD DEL PADRE:
«QUE TODOS SEAN UNO EN SU MISERICORDIA».
¿Qué es lo que sobra en los Grupos de Jesús, las parroquias y comunidades, y no configura el perfil de sus seguidores?
Alguien tiene que decirlo, con toda humildad, si en verdad queremos que Jesús ocupe el centro en nuestra vida:
Sobra la crítica, el «quítate tú para que me ponga yo», el «trae y lleva», las intrigas, la cizaña, la envidia y rivalidad. Sobran las y los «trepas» que buscan cotas de poder, privilegios y beneficios. Sobra un protagonismo que deja fuera y excluye.
Como advierte el papa Francisco y lleva toda razón: sobran los y las que no sirven, sino que «se sirven».
La solución nos la enseña Jesús a través de su Palabra:
«MISERICORDIA QUIERO y no sacrificios»: los del culto vacío, sin compromiso ni testimonio, y los pesados e insufribles fardos echados sobre nuestro prójimo.
Gracias a todos y todas por compartir a través de las redes, la cercana presencia de Jesús.
Creemos que su Espíritu alienta las brasas encendidas de nuestro corazón.
Miren Josune