Las estaciones de la Naturaleza se suceden, al igual que los ciclos de la vida. En cada etapa del camino, Dios contempla el devenir de cada historia humana y abre nuestra mirada, nos alerta del acontecer que aún está por suceder y que «los signos de los tiempos» van señalando.
No faltan oportunidades, búsqueda y hallazgos en las diversas etapas del trayecto existencial, en ellas descubrimos la Providencia que va guiando nuestro camino. Cada estación tiene su belleza y, en cada ciclo, el hombre y la mujer van perfilando su destino, no solo su trayecto existencial, sino la vida plena y gozosa que nos aguarda en la morada del Padre.
Es preciso descubrir que no todo es fútil vaciedad, o como solemos decir en el argot : «ir tirando». El mal induce a ir «arrastrando» la vida, siguiendo en la mediocridad y la simple apariencia superflua, la sin razón y sin sentido. ¡Cuidado! Hay que saber mantener «la tensión» de la espera contra toda esperanza.
Son muchos, muchas, quienes se dejan seducir por la ambición, el poder del dinero, los placeres efímeros, pudiendo ser víctimas de su propia quimera. Sabemos que a cada otoño le sigue el invierno gélido y hostil. Nos cuesta avivar «las brasas» en nuestro corazón, tantas veces mortecinas, sin el calor y abrigo de gestos de ternura entrañable.
En medio surge la promesa que anuncia un tiempo nuevo en la presencia de Dios-Amor, Señor de la vida y don de Misericordia. La Palabra anuncia que pronto conducirá nuestra existencia humana hacia la esplendorosa primavera de una vida nueva y verdadera. Luego vendrá el estío, serán los frutos y obras quienes hablen, de este tiempo cuyo comienzo está lleno de esperanza.
Dejemos la prisa acelerada de nuestro cotidiano vivir. Estamos en otoño, las hojas ya extienden su manto de ocres colores y los árboles aparecen desnudos, las ramas secas, sin la hermosa apariencia que los cubría y daba sombra bajo su copa, esta vez, vacía de frutos. Otoño, que evoca con nostalgia la finitud del ser humano, las obras buenas que hemos ido dejando atrás y esas otras que son, todavía, esperanzas, sueños por alcanzar. También es tiempo de dejar «el lastre» de todo cuanto no sirve, es estorbo y obstáculo. Hacer de nuestras actitudes una realidad más coherente y llena de verdad.
Sin duda, la Naturaleza también es «maestra» de vida, nos enseña el cambio inexorable que habrá que ir asumiendo, a medida que los años vayan dejando caer las hojas no solo de los árboles sino del calendario.
El Adviento nos aguarda, alienta de nuevo la esperanza, dando comienzo a un nuevo estadio que hemos de recorrer; esperamos que sea vivido en la Misericordia.
Adviento es tiempo de «desierto interior», de estar preparados y hacer silencio en nuestra vida. No será un silencio «impuesto» ni «forzado» por las circunstancias, es ante todo, un silencio para dejar que la Palabra del Señor nos ayude a esperar su venida, con más fe y confianza.
Siempre que se produce, en cada ser humano, los efectos de un cambio de estación, hay como una especie de «revuelo» dentro de nuestro ser; es el anuncio de un nuevo trayecto en nuestro caminar, para el cual hemos de estar «despiertos», sin dejarnos llevar del letargo anquilosante, la inercia pasiva de quienes nada hacen por humanizar esta vida que Dios nos regala cada día.
Las esperas de la vida no son siempre gratificantes, ni están exentas de contratiempos y de no pocas dificultades. Somos muy rápidos para poner obstáculos y cercenar el camino de los otros; en cambio, indiferentes ante los retos de la vida que es preciso humanizar, darle mayor sentido de trascendencia.
Adviento es, entre otras muchas realidades: anuncio, escucha y espera.
Anuncio: Un anuncio interior, donde el Espíritu se expresa, nos invita a encontrarnos con la Palabra. En ella, escucharemos a Jesús, el Maestro de la vida, su anuncio de salvación.
Los hombres y mujeres de este siglo vislumbran un mundo en donde el caos es cada día más notorio: catástrofes naturales, hambrunas, violencias, guerras, enfermedades. Para desgracia de multitud de seres humanos, ya no son noticia ni anuncio, al formar parte de su cotidianidad.
La Palabra sigue resonando con fuerza, se abre paso en medio de esta realidad convulsa; anuncia, a los hombres y mujeres de hoy, la Nueva Humanidad, en la cual Jesús abarca la historia, señala el camino de la Misericordia y un mundo más justo y humano.
Habrá que «desnudar» las falsas apariencias que nos apartan de Jesús, de su proyecto de amor y salvación. Será imprescindible aligerar «la carga»: los miedos y afanes interesados, que impiden hacer una opción libre y sincera de verdadero compromiso.
Escucha: Se acumulan las «urgencias» que están pidiendo una respuesta activa: Anunciar a Jesús a través de los gestos y obras, haciendo creíble al mundo su mensaje de amor.
Oímos sin escuchar. Los medios nos invaden y sobrecogen con cantidad de ingentes noticias, que son muchas veces un medio perturbador al cual nos vamos «acostumbrando». Únicamente nos impactan un instante, para luego ir desapareciendo de nuestro pensamiento, sin que por ello nos sintamos interpelados.
Escuchar al otro, su sufrimiento y zozobra, siempre será un gesto de humana misericordia. Hemos de prepararnos, buscar espacios de silencio interior y exterior. De este modo, estaremos creando las condiciones para entablar un diálogo cercano y confiado.
Escuchar todo cuanto vale la pena, las palabras que nacen de un corazón, lleno de la alegría y esperanza que Dios nos regala. Acoger y sentirnos interpelados por las lágrimas y lamentos, el grito de quienes desesperados y sumidos en la desolación tocan a la «puerta» de nuestro corazón pidiendo misericordia.
En medio de la aridez de la vida, el Adviento será «lluvia mansa» que empape nuestro corazón reseco, nos haga vislumbrar la estrella que nos guíe hasta el «santuario» de todo hombre y mujer.
Espera: La esperanza es «el sueño de un hombre y una mujer despiertos».
Jesús alienta la esperanza de todo ser humano, nos dice que hemos de estar ¡alertas! Es un consuelo, poder alentar tantas esperanzas como acompañan nuestra vida. Cuando las crudas realidades caen sin piedad sobre tantos seres humanos, es vital mantener encendida la pequeña lamparita de nuestro anhelante corazón, sin olvidar nunca que «cuando todas las posibilidades humanas se acaban, comienzan las de Dios-Padre».
Hagamos espacio al Adviento. Las realidades de sufrimiento deben ser transformadas para hacer la vida más digna y humana. Seamos los Grupos de Jesús verdaderos «testigos del Amor». Digamos con el salmista:
«Qué hermosos son los pies del heraldo que anuncia la paz, que trae la Buena Nueva».
«Jesús viene… viene siempre».
Miren Josune